jueves, 30 de agosto de 2012

El Viejo Continente y los descubridores

"Reading" por Edward John Poynter
La Señora es ciudadana del Viejo Continente en el sentido más tradicional de esa noción. Al igual que las grandes civilizaciones de la antigüedad, su centro de operaciones se basa en la urbe clásica, una gran metrópolis en cuyo centro se reflejen las etapas de su historia, que se pueda recorrer a pie como en sus orígenes y que en cuyo seno lata aún la palpitante vida de una cultura que, desde su nacimiento, rezuma a través de la fachada de sus edificios y monumentos.

Al igual que los antiguos filósofos, la Señora recorre el Foro con tranquilidad. Organiza sus debates y discute puntos de vista. Acude regularmente a los museos a recibir lecciones sobre los grandes maestros en un afán de ampliar su visión y aumentar su cultura. Le interesa el arte por encima de otras disciplinas, aunque no se olvida de sus raíces literarias. Es pausada. Se toma su tiempo para hacer las cosas, prepararlas en profundidad, ahondar en su historia y en su significado. Disfruta al pararse en los pormenores, para extraer todo el jugo a cada momento y recordar los pequeños acontecimientos que rompen la rutina del día a día con todo lujo de detalles. Ha dispuesto su vida a su gusto, ha creado su propia civilización a imitación de aquellas del pasado, y la ha asentado sobre unos sólidos cimientos, en los que cada piedra que los conforman ha sido pesada y medida con precisión.

El Señor dejó atrás la antigüedad en su época de estudiante para pasar a emular a los conquistadores. Al igual que D. Quijote con sus libros de caballería, él tomó prestado los viajes por España de las obras del Mio Cid, recorrió Europa de la mano del Gran Alejandro Magno para saltar a la conquista de América y emular a Cabeza de Vaca. Su inquietud  le arrastra como a Elcano por cualquiera de los cinco continentes y su mundo sin fronteras no tiene más horizontes que los del capitán Cook.

Para el Señor no hay distancias. La Tierra entera es una expedición en proyecto. No busca el asentamiento sino el tránsito. Su curiosidad insaciable le arrastra a la búsqueda de nuevas y antiguas civilizaciones, no como fundador de una, sino como descubridor de lo desconocido y olvidado. Crea sobre ello sus propias reflexiones, adelantado a otros, con un pie puesto en lo que hará mañana.

¿Quién sabe? Quizás en sus viajes descubra al fin el olvidado reino de Atlantis, anclado en un recóndito rincón del mundo. Congeniaría al fin el encanto clásico de una antigua civilización con el misterio de lo perdido.

3 comentarios:

Carmen dijo...

¡Un paralelismo de lo mas acertado! Las ilustraciones merecen la pena de verdad.

El tito Paco dijo...

Una observación estilística en primer lugar: cada uno, en el blog, tiene asignado ya su heterónimo (que no tiene por qué coincidir con el que uno usa cuando comenta). Cambiarlo, como ocurre ahora con lo de "El Señor", no es buena idea, sobre todo porque crea una confusión desagradable con la equivalencia judaica, donde se reserva al Señor por antonomasia, muy por encima del pobre mortal de referencia.
Independientemente de lo que se pueda opinar sobre las comparaciones (no siempre tienen que ser odiosas; pero siempre se corre el peligro de que uno de los elementos se considere menos favorecido), me parece que se pierde un factor que es fundamental en la vida de los viajeros (hay otros, como la melancolía, repasa As You Like It, que merecen libros).
Me refiero a la relación con el punto de partida. Como la palanca de Arquímedes, toda vida itinerante tiene su punto de apoyo. Ulises (que había hecho lo indecible para no ir a la guerra de Troya, dicho sea de paso) vaga por el Mediterráneo durante diez años con la idea de fondo (a veces muy de fondo, es verdad) de que vuelve a Ítaca. Alejandro conquista medio mundo, ciudades fabulosas, con la mente en el regreso a un pueblacho macedonio, los conquistadores, igualmente; tienen sus campanarios en el recuerdo, por eso contruyen ciudades como las que dejaron y las llaman con los nombres conocidos.
El viajero es viajero precisamente porque tiene ese punto de partida como punto de regreso, sin que se tenga que alcanzar nunca. En verdad, ocurre que se regresa al lugar, cuando lo que de verdad se pretende es regresar al tiempo. Lo he comentado muchas veces (algún lector estará aburrido de oírmelo): los emigrantes que se vuelven locos por regresar a su pegujal, cuando lo hacen se sienten tremendamente frustrados, casi siempre. Nada es lo mismo: los amigos se han casado, la relación ahora es asimétrica, otros y diversos familiares ya no están, el viejo cine es ahora un hotel o el viejo hotel fue derribado y hay un anodino bloque de casas en su lugar. Falta aquel árbol y han cambiado los olores. La luz, me decía un emigrante toscano en el Canadá, la più bella del mondo, non c'é più. Se regresa al tiempo no tenido que, por supuesto, no se puede reconocer.
Ulises no lo reconoce. Ha recobrado todo; pero a los dos meses se asoma todas las tardes al puerto esperando una noticia, la noticia, realmente, de que lo esperan en otra parte. La paradoja es que regresa a su casa contento de no tener que irse; pero volverá al puerto de nuevo cada día. El tiempo no pasa, se queda dentro.

El tito Paco dijo...

Y, por cierto, Grumpy, gracias por echarme de menos.