lunes, 8 de octubre de 2012

Mayores y medianos

Hermanísima siempre se quejaba de "todo lo que le tocaba padecer por ser la mediana", empero yo siempre he pensado que sería estupendo tener un hermano mayor. Mis hermanos pequeños me resultaban demasiado infantiles y no compartía con ellos el gusto por el tipo de juegos con los que se entretenían habitualmente. Tampoco comprendía el cómo hermanísima reincidía una y otra vez en los mismos errores al juntarse con el hermano y no se daba cuenta de que sus roces acababan indefectiblemente en pelea. De hecho, en muchos momentos llegué a estar un pelín harta de que, sin comerlo ni beberlo, me tocase en suerte el tener que salir en defensa de la sufrida y frágil "mediana" cuando las cosas se ponían feas. Su estrategia ante los conflictos violentos consistía en buscar refugio en nuestra habitación y, una vez a salvo, recurrir a mí (y a mi fuerza) para que me ocupase del trabajo sucio de pelearme con el hermano. Casi siempre terminaban como el rosario de la aurora. Si no era culpa de uno, lo era de la otra. El caso es que los dos eran unos ases en el arte de chincharse mutuamente. A hermanísima le encantaba organizar la vida de todo el mundo, aunque no siempre le acompañaba el éxito en sus disposiciones, y el hermano odiaba perder, situación que se repetía con más frecuencia de la que deseaba. Esto último tenía una explicación lógica: fue el pequeño durante sus primeros 6 años de vida, hasta la aparición de hermanita en escena, y la experiencia es un plus a la hora de jugar.

No mejoraron las cosas con el cambio de roles tras la llegada de hermanita, y aunque en su nuevo estatus de mediano perdió algunos privilegios, no por eso participaba de las desgraciadas circunstancias que marcaban la trágica vida de "hermanísima la fantástica". La nueva pequeña se convirtió rápidamente en víctima voluntaria de sus juegos. La diferencia de edad no consiguió que la chiquilla se comportase de manera dócil y complaciente, sino más bien al contrario. Desde el principio hizo gala de su carácter, firme y reivindicativo, y, nuevamente, me vi obligada a ejercer de "abogado de pleitos pobres". El caso es que, sin tener nada que ver en la génesis del conflicto, inevitablemente acababa inmersa en el fragor de la batalla, con nombramiento de capitana (era el único momento en que no había voluntarias para tomar el mando) y frecuentemente única adalid del bando femenino.  ¿Por qué lo hacía? Supongo que porque compartía el cuarto con hermanísima y debía evitar la invasión de mi territorio por el hermano: cuanto antes lo echase de allí, antes podía volver a mi libro, aunque fuese con algún moratón, a modo de condecoración, en la espinilla. Mientras yo luchaba en el frente, las dos culpables o desertaban del ejército o se mantenían a distancia en la retaguardia.

Suponía que un hermano mayor, simplemente por el hecho de ser más maduro, no se vería implicado en ese tipo de estupideces infantiles y compartiría más gustos conmigo. Habría leído más que yo y me pasaría sus libros para que los comentásemos. Sería tranquilo, no buscaría líos y dejaría a los demás en paz. Durante mi adolescencia incluso llegué a pensar lo bien que me habría venido que hubiese sido varón para entender mejor a los hombres (¡pobre ilusa!). Ahora sé que seguramente mi hermano soñado no habría cubierto mis expectativas, incluso aunque me hubiese sacado bastantes años. Habría necesitado un gemelo de personalidad casi idéntica, no un hermano mayor, y no sé si el resto de la familia habría resistido un par de grumpys simultáneos. Es muy posible que ni yo misma soportase a mi doble. También es cierto que, a poco que aquella idealización que me había creado se pareciese a mí, lo más probable es que no me hubiese hecho ni el más mínimo caso y, al igual que yo misma, hubiese ido a lo suyo sin preocuparse para nada de su desgraciada hermana "mediana".

Eso sí, la que habría salido más perjudicada, como siempre, habría sido hermanísima, que se habría encontrado conviviendo con un par de marcianos semiautistas y consanguíneos. Por si eso no bastase, en el colegio le habría tocado pasar por los profesores después de no uno, sino dos hermanos mayores tragalibros. Sin duda la pobrecilla habría salido terriblemente traumatizada tras la horrible experiencia. Claro que dado el carácter abierto y extrovertido de mis hermanos, un hermano mayor posiblemente se habría parecido más a ellos que a mí, y yo hubiese seguido siendo la rarita huraña de la familia. No todo eran desventajas, al menos no daba mucha guerra detrás de mis libros, tan sólo cuando me veía forzosamente alistada a la lucha por el resto de la jauría. Pese a que hermanísima siempre afirmaba lo duro que era ser la mediana, me pregunto qué habría opinado de haber sido la mayor.

1 comentario:

Carmen dijo...

Un artículo buenísimo y totalmente cierto. De todas formas, hay que reconocer que una "desgraciada mediana" como yo siempre da vidilla en una casa. La verdad es que ayer me dí cuenta que tanto quejarme ha tenido sus frutos porque salí del cumple con más regales que nadie jejeje. Si ya lo dice el dicho: "el que no llora no mamá"