lunes, 10 de diciembre de 2012

Escribir con un propósito

William Whitaker
Escribo porque me gusta, porque disfruto con ello, porque no hay nada comparable a cuando los personajes de una obra me permiten compartir con ellos sus vivencias, sus sentimientos y soy capaz de contarlos. El sentir que la ficción se convierte en algo real es la mejor sensación que puede experimentarse al escribir, aunque con frecuencia suponga despertarse de madrugada con la necesidad imperiosa de levantarse, por supuesto desvelada y sin rastro de sueño, para apuntar la última ocurrencia. Los viajes en Metro transcurren en un suspiro si se está enfrascada en un libro, pero ese suspiro se convierte en un instante efímero si lo que se hace durante el trayecto es escribir. No se puede parar hasta terminar y si el tiempo no ha bastado y, de milagro, una se ha bajado en la estación correcta, se escribe al subir las escaleras y hasta mientras se pasea por la calle. Si no hay papel cualquier recibo de compra sirve para anotar.

Por desgracia la comunión con los personajes no es algo que me ocurra siempre. A veces me falta la inspiración, los personajes me cierran la puerta de su mundo y esa es una puerta que no se puede, ni se debe, forzar. Entonces escribo simplemente por el placer que me supone hacerlo. Es casi un juego, mejor que cualquier otro juego, en el que debo hallar las palabras más precisas y que además encajen con el tono de la redacción. Me esmero en mejorar, en buscar las expresiones más adecuadas. Personalmente me gusta soñar y me inclino por la fluidez, aunque reconozco que jugar con el lenguaje es como tocar música: se puede interpretar de la manera más clásica o se pueden crear nuevos ritmos como en el jazz, o insertar acordes que, aunque de entrada puedan parecer discordantes, den como resultado un texto innovador y genial, el equivalente literario entre Faulkner y Stravinski.

Cuando no imagino nada, me dedico a rememorar recuerdos entrañables para traerlos de nuevo al presente e inmortalizar en tinta a sus protagonistas. Esto es lo que ha convertido el blog en una "granja virtual" y acercar y apretar los vínculos familiares, ya de por sí bastante estrechos. También escribo correspondencia, narro experiencias personales, cosas relacionadas con la medicina, con paseos, exposiciones. Informo sobre eventos que me parezcan interesantes o sobre datos curiosos. Sin embargo eso no significa que me haya convertido en una persona más sociable. Escribir es algo que transcurre en mi interior, sin nada que interfiera alrededor (y si algo o alguien lo intenta se encuentra con una mirada asesina y un gruñido, como bien sabe House que, afortunadamente, en eso se parece bastante a mí y me comprende). A veces, como ahora mismo, escribo para reflexionar, me dejo llevar y divago.

¿Escribo para que me lean? Supongo que sí, que además de para mí escribo para los demás o no lo haría en un blog sino en un diario personal, íntimo y secreto. Me encanta cuando alguien me comenta que una entrada les ha emocionado y les ha hecho sentirse  mejor. Eso es algo que no tiene precio.

Por lo que he leído, son muchos los escritores que comparten estos pensamientos. No todos, ni mucho menos. Al igual que en la literatura los enfermos de la pluma forman un grupo muy heterogéno. Hay quienes lo miran desde otra perspectiva más profesional, no sé si mejor ni peor. Sin embargo, a veces tengo la sensación de que hay escritores a los que les pagan en función del peso de sus libros. El ejemplo más claro que me viene a la cabeza sería J.K. Rowling, cuyo cada nuevo libro de su serie de Harry Potter tenía más páginas que el anterior, aunque no por ello hubiese ni más historia ni más complicación. El 5º libro era un tostón, posiblemente sea la única novela de la que opine que era mejor la película y eso que son todas muy malas: largas y pesadas). De las 700 páginas del séptimo y último tomo, sobraban las primeras 350. No sé si la fama influye y llega un momento en el que la escritura pasa de ser una afición a una tarea impuesta que se tiene que ceñir a ciertas normas para que resulte rentable económicamente. ¿Se pierde entonces la libertad de relatar cualquier disparate que se pase por la cabeza? Sería algo muy triste. En relación a esta famosa autora reconozco que he sido incapaz de leerme su esperado libro para adultos "The Casual Vacancy". Después de empezarlo y darle una oportunidad a las primeras 80 páginas, de las 500 de las que consta, decidí que le sucedía exactamente lo mismo que a esas 350 hojas que he comentado, por lo que opté por dedicar mi tiempo a otro tipo de novela con la que conectase más (a veces no es que un libro sea malo, sino que simplemente no logra captar el interés de uno, aunque los gustos son muy personales y no se puede pretender resultar del agrado de todo el mundo).

Aunque las novelas cortas existen en las librerías, y además tienen la gran ventaja de que son muy cómodas para meterlas en el bolso y disfrutarlas en cualquier momento de espera, no me explico cómo llegan a publicarse. No parece que haya hueco para ellas. No caben dentro de las bases de ningún concurso: son más largas que lo que se pide para un relato y tampoco cumplen los requisitos de lo que se denomina novela "breve". Y eso a pesar de que la historia esté completa, de que cada frase se haya encajado para que diga justo lo que debe decir sin añadir palabrería que embrolle y convierta el libro en algo denso, pesado o recargado. No le veo el sentido a enumerar listas interminables de objetos o personas, que me recuerdan más a un inventario o a un censo, o perderse en aburridas o melancólicas descripciones que distraen del argumento, sólo con el fin de alargar y alargar la obra hasta que ésta entra, finalmente, dentro de los cánones preestablecidos. Es la mejor manera de terminar con un ladrillo en lugar de con un libro.

Algunas obras maestras carecen de argumento, o éste es trivial y sin importancia. Son puro genio y estilo. Son trabajos admirables en los que conseguir que el lector disfrute con su lectura requiere del autor no sólo un talento excepcional, sino un raro y extraordinario don. Cuando leo alguna de estas virguerías, o cualquier otra maravilla, también las hay con argumento, desearía ser capaz de lograr algo similar. No puedo. No lo digo con falsa modestia, veo mis limitaciones y sé con certeza que no pertenezco a ese grupo. ¡Ojalá!

3 comentarios:

señora dijo...

Cuando tú tenías unos cinco o seis años, tu padre y yo estuvimos en Burgos dando un curso en el verano para una universidad francesa. Como figura superdestacada (la cosa no era para menos) vino a dar una conferencia Miguel Delibes, hecho que se aprovechó para que un grupo de profesores del curso fuéramos a cenar con él. Era un hombre de una gran sencillez y muy cordial en su conversación, de modo que aproveché la ocasión que se me presentaba para profundizar en algunos de los aspectos de su conferencia, que había versado sobre la creación literaria. La naturalidad con que se refería a la vida que adquirían los personajes una vez creados fue de lo que más me impresionó, pero también recuerdo sus comentarios sobre los resortes que daban lugar a la creación (en su caso era muy importante la figura de su mujer), enormemente complejos a veces y en muchas ocasiones sin relación aparente con lo escrito. Estos recuerdos, que los he tenido siempre presentes a la hora de intentar profundizar en la explicación de una obra literaria, han empalmado recientemente con un libro que ha caído en mis manos, "Cuatro dublineses", en el que se analizan las situaciones vitales que pudieron dar lugar a determinadas obras, silencios o pérdida de inspiración de autores como O. Wilde, W. B. Yeats, Joyce o Beckett. Son cosas chocantísimas las que se analizan ahí como elementos detonantes de la producción de nuevas obras, y desde luego lo que no parece muy acorde con la calidad literaria es la situación actual de ciertos escritores cuyo éxito de ventas hace de su inspiración un producto en serie.

Anónimo dijo...

En mi modesta opinión de lectora, creo que hay un momento para cada libro...me explico: yo en el hospital leía muchísimo, porque tenía mucho tiempo, pero no era capaz de leer algo espeso y que me hiciera pensar. Mi estado de ánimo no me lo permitía, y prefería leer libros de los que he olvidado el título y el argumento de la mitad de ellos (la biblioteca del hospital me surtía de la mayoría).
Me encantaría ser capaz de escribir como tu, ser capaz de expresar tanto en sobre una hoja de papel o sobre un teclado...pero solo he podido escribir cartas dirigidas a mi hija con las que intentaba acercarme a ella. Esas cartas me ayudaron a desahogarme, que era su función, pero carecen de la riqueza literaria que me gustaría.
Mi mas sincera admiración, prima.
Un beso.
Sole

Carmen dijo...

Desde mi opinión subjetiva y personal sólo puedo decir que tu forma de escribir este blog y todos los pequeños artículos que nos regalas día a día es absolutamente fascinante. Nos has mostrado un lado de ti que rara vez se capta en el trato diario. Una sensibilidad que sólo conocemos los que hemos pasado mucho tiempo contigo y esa constancia y saber hacer de los que muy pocos podéis presumir.
Esa escritura corta, directa y sencilla es en la que realmente destacas.
Quizás el escribir textos más largos y complicados sea algo que tendrás que seguir practicando para combinar la fluidez de tus pequeñas narraciones, el enganche de sus protagonistas y el llegar a un público que normalmente lee para relajarse y no para disfrutar de una literatura (en mi humilde opinión) un tanto complicada en cuanto a número de personajes y acciones cruzadas.
El libro de "Paloma" combina los elementos de los relatos cortos con unas posibilidades comerciales fuera de duda por lo que yo te animaría a seguir por ese camino dejando de lado la literatura fantástica que tanto te gusta pero que quizás sea un terreno ampliamente explotado por otros.