jueves, 27 de diciembre de 2012

Príncipes destronados

Llega el primer hijo: ¡una niña!. Es la muñeca de la familia y el centro de atención absoluto de sus inexpertos padres ¡Llora! ¿Qué le pasará? Hambre, gases, sueños, enfermedad, dolor... Se prueba todo y, a veces, nada funciona. ¡Qué desesperación! ¡Le ha salido una erupción! ¿Qué hacer? Correr al pediatra. Se consultan un sinfín de libros, se escuchan otro sinfín de opiniones de amigos y familiares, muchas de ellas con información contradictoria. ¿A quién hacer caso? Dudas, dudas y más dudas. Hay estar siempre pendiente y, pese a todo, la chiquilla sobrevive y supera con éxito los diferentes experimentos pedagógicas (o el instinto de supervivencia es más fuerte que la inexperiencia parental o todas esas teorías tienen algún punto de razón). Una vez pasada la crisis de la primera época, la niña sale reforzada. Su lugar en la familia es firme: siempre será la primogénita, la mayor, la responsable. Nunca perderá ese papel, al contrario, según aumente el número de hermanos se consolidará en su posición: la mayor de los hermanos y la primera en ser considerada "adulta"(evento que generalmente sucede en párvulos o, como muy tarde, en edad escolar)

Aparece el segundo. ¡Es el pequeño! (de momento). Se le otorgan todos los privilegios de un pequeño. Los padres ya han aprendido las lecciones más agobiantes sobre la paternidad con el primero y el segundo lo tienen para disfrutar. Se vuelcan con él. Es un bebé con el que jugar sin inquietarse, para ir despacio, contemplar cada uno de sus pasos, sorprenderse tranquilamente con sus avances. Puede que eso suponga mimarle un poco más que al primero, simplemente porque se ha perdido el miedo. Los padres están seguros y el chiquillo ¡es el Rey de la casa!

Lamentablemente es un reinado transitorio. Sin previo aviso, salvo el que a mamá le engorda la tripa, el pequeño rey pierde su corona, sin posibilidad de exiliarse. De soberano de un divertido reino pasa a ser un vulgar mediano, sin más. Parece un panorama desalentador, pero aún puede ser peor si lo que se encuentra en su antigua cuna no es un solo bebé sino un par de ellos. Los que antes babeaban por él ahora lo hacen por aquellos dos micos que no hacen más que dormir, comer y llorar. Para colmo se harta de oir: ¡Qué monos son y, además, por partida doble!

Los padres experimentan un agobio equiparable al del primer hijo. El tiempo no se multiplica por dos sino que más bien sucede lo contrario: un segundo de despiste supone un doble desaguisado. Los intrusos se convierten en el centro de constante de atención, sin tregua ni perdón. No admiten distracciones. El nuevo mediano pierde bruscamente todo su protagonismo anterior: el tiempo dedicado a él ya no es para jugar sino para las obligaciones que impone la rutina diaria: baño, vestido, comida (al menos hasta que gane autonomía, cuanto antes mejor, y sea capaz de realizarlas él solo).

Le preocupa no saber lo que se espera de él. ¿Cómo se deja de ser el pequeño si sólo puede haber un hermano mayor? ¿Qué significa eso de ser el mediano? Es una tierra de nadie. Hay que abrirse un hueco propio entre la seguridad aplastante del primogénito y ese par de advenedizos recién llegados, aparentemente inocentes y que en realidad son unos peligrosísimos ladrones de privilegios. ¿Un hueco? ¿Cómo? ¿Dónde? No posee la fuerza del mayor, no ha sido sometido a la misma serie de pruebas, hasta ahora su vida había transcurrido entre algodones. No es mayor, no es pequeño y, por mucho que se esfuerce, no entiende lo de verse relegado a mediano. ¿Por qué? Si él no ha hecho nada para merecerlo ni, por supuesto, tampoco ha pedido ese cambio. ¡Está totalmente perdido e incluso un poco angustiado!

Son precisamente los mismos que le han usurpado el trono los que le asignarán un nuevo territorio. En cuanto empiezan a tener uso de razón intuyen que él ha sido pequeño antes que ellos y, por lo tanto, se convierte en su modelo a imitar. El mayor es un caso aparte, independiente y distante, que nunca ha sido pequeño. No les vale para identificarse. Sin embargo, a su hermano inmediato no sólo le admiran, sino que le adoran, desean su cariño, jugar con él, parecerse a él. Por encima de la del resto, se sienten felices al conseguir su atención. Los pequeños príncipes de la casa le erigen en su héroe indiscutible, lo convierten en su ídolo, el favorito de todo el Reino.

¡MUCHAS FELICIDADES! (especialmente de tu encantadora tía y, por supuesto, también mías)

5 comentarios:

Comas dijo...

Yo era, soy y siempre seré el pequeño. (a pesar de mis 51 años) El caso de mi mediana, es de los más duros. La primera niña, la segunda niña y el tercero. Mi madre dijo en paritorio, -si es niña decidme que es niño un rato por favor! -Y claro, flaco favor le hice a mi mediana. ¡El pequeño, el y niño!. Y cuando me tuvo mi madre en sus brazos, añadió. -Si tuviera que haber tenido 12 niñas para llegar a él, las hubiera tenido. - Mi mediana, sigue entre esas dos aguas y creo que aun le cuesta superarlo.

Rafa-MrMagoo dijo...

El del medio, la templanza el equilibrio, la mesura, .... si es que lo tienen todo estos medianos!!!, no hay más que observar una familia de 4 hermanos, Pacuelo y Carmen...los del medio, tienen todas esas virtudes y MAS!! lo mismo que Jaime, el homenajeado en el blog.

Anónimo dijo...

El mundo de los medianos...
Y yo una mas de ellos
Muchisimas gracias por el post. Estoy segura de que a Jaime le gustara y le ayudara a encontrar su hueco

El tito Paco dijo...

Jaime, hay que entender el escalafón: el mediano siempre irá un punto por delante de los pequeños. Tendrá que ser un poco más fuerte y saber ingeniárselas por su cuenta en algunas cosillas; pero a la larga todos contarán con él, por arriba o por abajo: el amyor siempre necesita al mediano para entenderse con los pequeños y los pequeños lo necesitan para entenderse con el mundo. Piensa en las familias con sólo dos niños, no hay mediano y parece que falta algo. Están deseando que llegue un primo más pequeño para que pase a ser el menor y las responsabilidades se repartan ordenadamente. El mayor siempre es el mayor y no hay quien le libre de la carga correspondiente, el mediano puede unirse al mayor o al pequeño, como le convenga. Es una vida con muchas compensaciones. Si el mayor mete la pata, es una catástrofe inesperada, si la mete el mediano, no pasa nada.
Tú disfruta y que les den dos duros. A fin de cuentas, si no fueras el mediano no estaríamos escribiendo todo esto.

Carmen dijo...

Este comentario es exclusivamente para Jaime que será siempre el mediano de su casa y justo por eso el más hábil. Yo llevo 41 años siendo la mediana y te aseguro que a veces es un rollo ya que los mayores siempre quieren mandar y cada vez que abren la boca los pequeños te regañan a ti por hacerles algo. Ya te irás dando cuenta dentro de unos años, que todo esto te ayudará a hacerte listo y a saber bandearte en distintas situaciones en la vida. El ser el mediano hará que seas un superviviente y que nunca bajes la guardia. Nunca serás un mimoso ni un caprichoso (como el pequeño) y tampoco un sabiondo (como el mayor). Desarrollarás formas para conseguir lo que quieres con paciencia, cariño y mano izquierda y te garantizo que esto sirve para todo. Eso sí, los medianos tenemos que ser simpáticos a la fuerza, no podemos permitirnos el lujo de ser antipáticos y tenemos que saber hacer un poquito de todo para contentar a todas las partes (las amigas y las enemigas). Como tú ya sabrás a estas alturas de tu vida, los medianos siempre tenemos algún enemigo, je,je. No te preocupes ¡ganatelos! llevatelos a tu terreno. Ya verás como consigues triunfar y ser feliz. En esta vida lo importante no es tener todo lo que se quiere, lo importante es disfrutar y ser feliz con lo que se tiene y (en la medida de nuestras posibilidades) hacer felices a los que tenemos a nuestro lado.
¡Muchos besos Jaime! ¡Eres un campeón!