jueves, 6 de diciembre de 2012

Prisionera de mi despiste

Fui la primera en llegar al hospital. Después de tres tazas de té matutinas, tomadas en casa a la vera del ordenador, me sucedió  juntamente lo que hace tiempo predijo mi tío Aurelio y que expresó con su franqueza habitual: "¡Chiquilla! ¡Mearás sin freno!" Efectivamente, sentí cierta emergencia miccional por lo que, según dejé las cosas, cogí las llaves para ir al baño de personal.

El baño de personal suele estar en mejores condiciones higiénicas que el del público, aunque es cierto que sus instalaciones dejan algo que desear. Para empezar no tiene ni picaporte,  ni tampoco pestillo en la zona del WC. El primero se me quedó un día en la mano al ir a salir, al tiempo que oí el sonido metálico del trozo correspondiente a la parte de fuera al chocar contra el suelo. Afortunadamente, ese día estaba de urgencias y llevaba el busca encima por lo que pude avisar para que me sacasen sin más demora. El pestillo de dentro no era más una pestaña metálica que, en cualquier momento, solía caer sobre el apoyo del otro lado y atrancaba de ese modo el acceso al retrete. Desbloquearla suponía: aguantarse un poco las ganas mientras una se subía al lavabo, desde allí levantar la pierna para pasar el cuerpo a través del hueco de ventilación que queda entre el techo y la zona superior de la mampara que separa el lavabo del WC, descolgarse al interior, aprovechar entonces para aliviar la primera causa de todo ese esfuerzo y, al salir, recolocar la pestaña en una posición que permitiese abrir la puerta de nuevo sin necesidad de escalar (y cruzar los dedos para que no se girase espontáneamente a su antojo). Un día la pestaña desapareció y creo que nadie lo ha lamentado. 

El caso es que para lograr una cierta privacidad en esos momentos íntimos, tras abrir con la llave, hay que cerrar de un portazo, con impulso, ya que sin picaporte no hay de donde tirar salvo del mismo borde de la puerta, y echarla de nuevo por dentro para que no entre nadie mientras está ocupado. Ese día, entre la huelga y lo temprano de la hora, la zona estaba más que solitaria, difícilmente iba alguien a molestarme, así que procedí a abrir la puerta y a cerrar de un portazo, como habitualmente, pero sin preocuparme por echar la llave de nuevo ¿Para qué? Cuando me disponía a salir ¿cuál no sería mi sorpresa al descubrir, con horror, que por dentro, enganchada en la ranura, se asoma un fragmento de la cinta de la que cuelga la llave y que ésta sigue bien metida en la cerradura ¡POR FUERA! ¡Con las prisas me había olvidado de sacarla al entrar! Miro el reloj. Aún quedan más de 5 minutos para las 8. Golpeo la puerta con optimismo por si hay algún alma perdida por ahí, aunque no se oye ni un sólo ruido. Aunque me da algo de vergüenza chillo a través del agujero donde debiera estar el picaporte desaparecido. No me sirve de nada, tan sólo para comprobar la acústica: no hay eco (lástima). Miro el reloj. ¡Sólo ha transcurrido un minuto! ¿Y si con la huelga no viene nadie? ¿Y si hasta las 9 no asoma por allí algún paciente despistado? Lógicamente no tengo otra manera de avisar: ni móvil, ni busca ni nada de nada, sólo mi voz, mis puños y mis patadas. Insisto en esas tres cosas. 
- ¡Por favor! ¡sacadme de aquí, estoy encerrada!
He vuelto a hablar con la pared. Quizás sean demasiados pocos detalles. 
- ¡Auxilio! (me siento un poco ridícula, pero debo reconocer que prefiero el ridículo a pasarme allí la mañana) ¿Hay alguien ahí? Si me oyen ayúdenme ¡Me he quedado encerrada en el baño, con la llave por fuera, y no puedo salir! 
Debería añadir: soy tonta y darme cabezazos contra la pared, aunque no creo que eso vaya a reparar ningún circuito neuronal y no me apetece añadir un chichón a mi bochornosa situación. Opto por limitarme a golpear con manos y pies. 

Las 8. Ya han pasado 5 minutos eternos y mi situación no ha cambiado en absoluto. Analizo otras posibilidades. Si subo la cinta que cuelga por dentro hacia el pestillo compruebo que no tiene fuerza para abrirlo. Busco por el otro lado: la puerta tendrá malos picaportes pero las bisagras están blindadas. Tampoco tengo con qué hacer palanca. Mi único recurso es chillar de nuevo. 
- ¡Socorro! (gritar socorro casi es más ridículo que auxilio). ¡Me he dejado la llave fuera y estoy encerrada! ¡Sáquenme por favor! 
8 y cinco y los pasillos siguen igual de vacíos. Intento no desesperarme y mantener la calma. Al menos tengo agua y no moriré deshidratada. También dispongo de otras conveniencias para las necesidades fisiológicas. La luz es artificial y no hay ni medio ventanuco (o ya lo habría intentado por esa vía). De todos modos aún es pronto. Insisto en mis golpes y mis chillidos. Me convenzo de que alguien pasará. ¿Cuándo? Pues en algún momento.
- ¡Estoy atrapada! ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Por favor! ¡Sáquenme!

En los siguientes, y cada vez más largos, cinco minutos me repito varias veces. Finalmente oigo una voz angelical al otro lado de la puerta. Para mis oídos, que llevan 15 minutos recibiendo el silencio por respuesta, suena mejor que cualquier música celestial. 
- No te preocupes. ¡Ya te abro!- son las mágicas palabras de mi compañera.

¡GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS! ¡Qué alivio! ¡Me río! Realmente, una vez fuera y con un final feliz hay que reconocer que mi desventura tiene algo de divertida.

Eso sí, las mujeres siempre vamos al baño de dos en dos por una buena razón: si a ambas se nos olvida coger la llave, de quedarse atrapada es mucho más entretenido tener al lado a alguien con quien charlar. 

4 comentarios:

Carmen dijo...

¡Me puedo imaginar los gritos! Jejeje Piensa que por lo menos estaba limpio y estabas en un lugar silencioso por lo que las posibilidades de rescate eran muchas. A mí me pasó algo parecido en un pub y te aseguro que no sabía cómo colocarme para no tocar nada. Menos mal que la bebida me ayudó a reirme de mi misma y también provocó que alguien viniera pronto a "rescatarme".

Cristina M. dijo...

Aún me acuerdo de la voz desesperada que oí nada más abrirse las puertas del ascensor!! Fue una casualidad que pasara por allí, desde que no podemos aparcar en el hospi sin que te cobren, no suelo ir por esa zona hasta las 9.

Anónimo dijo...

Ay pobre! Qué mal rato!! Pufff!!

canela988 dijo...

Sol, esa chispa que tienes al relatar tus vivencias la tienes que explotar no sé cómo pero de lo que estoy segura es del humor que trasmites es sano y natural (algo difícil de encontrar). Sobre tu vivencia, que por cierto, me ha encantado leerla, he disfrutado con esa narrativa tuya tan natural de los momentos vividos; ya supongo que a nadie nos gusta pasar esos tragos de soledad impuesta y en ciertos lugares menos, sinceramente me ha parecido muy ocurrente ese apunte sobre cuando las mujeres vamos al baño de dos en dos jajá….
Un beso Sol