Hay amores de infancia, de adolescencia, de juventud y de madurez. Hablo de amor, no de meros romances que no prosperan, sino de esa atracción correspondida que se idealiza y cristaliza, capa a capa, en algo que se ajusta en mayor o menor grado a la realidad. Si cumple con las expectativas se afianzará, se convertirá en diamante. Si no, las dudas y la desconfianza terminarán por resquebrajarlo. Si la ilusión se rompe, los fragmentos se nos clavan y duelen. La herida tarda en cicatrizar. El amor puede surgir en un instante y con él nace el anhelo de convertirlo en eterno. Supongo que por eso el desamor es, habitualmente, un proceso lento: nos negamos a aceptar que nuestro cristal no se asemeja al original y nos cuesta olvidar nuestra fantasía.
A edades más tempranas a la personalidad aún le suele quedar un trecho por recorrer hasta definirse. No sé por qué su evolución se representa como unas líneas rectas que, o corren paralelas, o divergen. La vida no suele ir en línea recta sino que en el camino aparecen, además de repente, múltiples recodos que nos separan de nuestra trayectoria original. Cada giro puede hacer que nos crucemos con el otro, que nos acompañe o que nos alejemos. En esos puntos se establecen los rasgos de carácter y no siempre ambos son compatibles. Con la edad tomamos nuestro rumbo, viramos menos, pero también tenemos más claros los límites. Por nuestro sendero cabe menos gente.
El amor nos hace ver a las personas, al principio sólo lo mejor, luego como un todo, y también nos permite conocernos a nosotros mismos, qué es lo que deseamos, qué es lo que nos hace felices. Los desengaños nos enseñan a distinguir lo real de lo imaginario, son duros pero se aprende mucho de ellos. El amor es imparable, incontenible, aparece de repente, queramos o no. La edad sólo nos ayuda a construir mejor nuestra idea de cristal según el molde real. Hay quien lo consigue a los 16, a los 28 y quien no lo logra hasta los 40. En cualquier caso siempre es amor y merece la pena.
Aquí os dejo el texto de Stendhal que ha sido el germen de este post:
Para los más jóvenes el amor es como un inmenso río que arrasa lo que se le pone por delante, se percibe como una corriente inquieta. No obstante una persona sensible ha adquirido cierta capacidad de autoconocimiento hacia los veintiocho años de edad; sabe que la felicidad que puede esperar de la vida le llegará a través del amor; de aquí que desarrolle una terrible lucha entre amor y desconfianza. El amor cristalizará despacio pero los cristales que sobrevivan a la dura prueba, en la que el espíritu se enfrenta cara a cara al más atroz de los peligros, serán mil veces más brillantes y perdurables que los de los dieciséis años, cuyos privilegios se limitan a la felicidad y la alegría. Así, el amor tardío será menos divertido pero más apasionado. Stendhal.
A edades más tempranas a la personalidad aún le suele quedar un trecho por recorrer hasta definirse. No sé por qué su evolución se representa como unas líneas rectas que, o corren paralelas, o divergen. La vida no suele ir en línea recta sino que en el camino aparecen, además de repente, múltiples recodos que nos separan de nuestra trayectoria original. Cada giro puede hacer que nos crucemos con el otro, que nos acompañe o que nos alejemos. En esos puntos se establecen los rasgos de carácter y no siempre ambos son compatibles. Con la edad tomamos nuestro rumbo, viramos menos, pero también tenemos más claros los límites. Por nuestro sendero cabe menos gente.
El amor nos hace ver a las personas, al principio sólo lo mejor, luego como un todo, y también nos permite conocernos a nosotros mismos, qué es lo que deseamos, qué es lo que nos hace felices. Los desengaños nos enseñan a distinguir lo real de lo imaginario, son duros pero se aprende mucho de ellos. El amor es imparable, incontenible, aparece de repente, queramos o no. La edad sólo nos ayuda a construir mejor nuestra idea de cristal según el molde real. Hay quien lo consigue a los 16, a los 28 y quien no lo logra hasta los 40. En cualquier caso siempre es amor y merece la pena.
Aquí os dejo el texto de Stendhal que ha sido el germen de este post:
Para los más jóvenes el amor es como un inmenso río que arrasa lo que se le pone por delante, se percibe como una corriente inquieta. No obstante una persona sensible ha adquirido cierta capacidad de autoconocimiento hacia los veintiocho años de edad; sabe que la felicidad que puede esperar de la vida le llegará a través del amor; de aquí que desarrolle una terrible lucha entre amor y desconfianza. El amor cristalizará despacio pero los cristales que sobrevivan a la dura prueba, en la que el espíritu se enfrenta cara a cara al más atroz de los peligros, serán mil veces más brillantes y perdurables que los de los dieciséis años, cuyos privilegios se limitan a la felicidad y la alegría. Así, el amor tardío será menos divertido pero más apasionado. Stendhal.
3 comentarios:
Hola, Sol, buenos días; Stendhal y el amor: a esto es lo que yo llamo empezar la semana en lo más alto de la cima (emocionalmente, vaya...). Sabias palabras, para leer, releer y, sobre todo, pensar.
Un abrazo y buena semana.
La verdad es que casi me olvido que es lunes..... un texto precioso y una reflexión emocionante.... Estoy de acuerdo en que no puede vivirse sin amor, pero la verdad es que se puede querer tanto a tantas personas que no sé si la "media naranja" es suficiente, o si por el contrario se necesita de ese amor romántico para completar al resto.
Qué afortunados somos los que disfrutamos de todos....
Tenía que haberlo leido al principio del día porque me ha gustado mucho, estoy tan de acuerdo con Stendhal como com la reflexión de mi querida Groumpy y los comentarios, en especial el de Elvis.
Me ha venido mientras leía esos recuerdos del amor adolescente...que alocaso y apasionado...ainssss....pero no lo cambio por el de tiempos de madurez. Bs Pal.
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