lunes, 28 de octubre de 2013

El plan del pirata Pablo

Pablo deseaba conocer a algún pirata de verdad, de esos que llevan un loro en el hombro, un parche en el ojo, igual que el que le ponía papá por las mañanas, un diente de oro, una casaca larga y un sombrero negro. Por eso se sintió muy desilusionado cuando se enteró de que ni siquiera se había despertado durante la hazaña de su hermana: Lucía le había rescatado de los piratas y él había permanecido dormido como un leño durante toda la aventura. Eso no podía volver a ocurrir. Si repetían su visita, estaría despierto y listo para recibirles.

Debía prepararse. ¿Cómo? Su hermana Emma decía que para aprender había que estudiar y, como Emma sabía muchas cosas, seguro que tenía razón. Necesitaba libros, en concreto libros de barcos y de corsarios. Escogió La isla del Tesoro y Un capitán de 15 años, eran los que más ilustraciones tenían sobre lo que buscaba. Stevenson y Verne debían de ser expertos en piratas. Todas las noches, antes de dormir, leía un capítulo. Descubrió que eso le hacía soñar con los bucaneros. A veces sólo eran exploradores, marineros en busca de fortuna de los que aprendía rudimentos de náutica: manejar el timón, izar las velas y reconocer los primeros signos de tierra. No era lo habitual. La mayoría eran malvados que luchaban y le amenazaban. En esas ocasiones pasaba miedo, mucho miedo, que se esforzaba por superar. Para enrolarse en un barco debía ser fuerte y valiente. Por las mañanas, al despertar, aún recordaba su sueño y cada día crecían sus ganas de conocerlos. El tiempo pasaba y no sucedía nada. Al final decidió recurrir a su hermana.

- Lucía, ¿volverán los piratas? - le preguntó.
- No, no te preocupes. Me prometieron que no lo harían - le respondió la niña.
- ¿Estás segura? - insistió, decepcionado.
- Sí, no tengas miedo. Hice un trato con ellos y, para evitar que otros te atacasen, se ocupan de montar guardia por las noches - le explicó para tranquilizarle. Pablo sonrió.

El chiquillo estaba feliz. ¡Disponía de una guardia entera de piratas frente a su habitación!Ahora sólo debía atraer su atención para que acudiesen. Lo mejor sería escenificar un ataque, como en las películas. Los muñecos de sus hermanas y sus monstruos de juguete actuarían bajo el foco de una lampara de mesa y la cortina haría de pantalla de cine. Un ventilador que agitase la tela contribuiría al realismo.

Tardó un par de días en agenciarse todo lo necesario. Su madre se extrañó cuando le vio subir las escaleras cargado con el ventilador pero el niño explicó que necesitaba el viento para navegar en sueños y no se estancarse en la calma chicha hasta que se le agotaran las provisiones. La última tarde fue larga, sus padres tardaron muchísimo en irse a dormir y a él le costó un trabajo ímprobo mantenerse despierto. Luego se quejaban de cansancio, pensó Pablo, pero con esos horarios no era de extrañar. Tendrían que acostarse mucho antes para descansar todo lo necesario, al menos eso es lo que le decían a él cuando insistía en trasnochar.

Esperó un poco antes de estrenar el espectáculo: los muñecos estaban amarrados sobre sus coches y motos e iban armados con los pinchos de la barbacoa. La carrera dio comienzo. Los pilotos ocupaban todas las calles del circuito en ambos sentidos. Igual que los caballeros de una justa chocaron sus lanzas bajo los focos. Fuera de escena Pablo los recolocaba sobre sus monturas para que embistieran de nuevo. Entre un pase y otro corría por delante de la ventana y agitaba los brazos en una persecución figurada.

Una sombra se movió sobre las copas de los árboles impulsada por una nube blanca con aspecto de vela. Una rama alcanzó la ventana a modo de pasarela y la figura de los piratas se recortó sobre ella. Uno a uno entraron en la habitación. Sin duda eran sus guardianes: los identificó porque sus parches eran como el suyo, aunque tan viejos que apenas se mantenían pegados en su sitio. Menos mal que siempre contaba con un suministro de parches de sustitución.

Los piratas se sorprendieron al descubrir al niño solo en la habitación. Cierto que estaba todo muy desordenado y sí que parecía que allí hubiese tenido lugar una batalla campal.
- ¿Dónde están los invasores? - preguntó el que tenía aspecto de capitán.
- Han huido asustados en cuanto os han visto acercaros - declaró el pequeño.
En los rostros de los filibusteros se dibujó una mueca de satisfacción.
- ¡Cómo debe ser!- exclamó uno que parecía un gigante.
- Seguro que han sido los esbirros de Simbarba - elucubró otro, más bien esmirriado. - No son más que una pandilla de cobardes.
- ¡Qué desfachatez! Invadir así nuestro territorio y asustar a nuestro protegido- comentó un tercero, barrigudo y paticorto.
- ¡Ya no se respeta el código de honor ni entre los piratas!- añadió el gigante.
- ¡Ya lo decía mi madre! ¿Adónde vamos a llegar?- exclamó el más peripuesto.

Pablo les observaba sin perder detalle. Parecían sacados de las portadas de sus libros.
- Gracias por venir a salvarme - les interrumpió. - Sois muy valientes. Supongo que conoceréis todo el mundo. ¿Cómo es?
- Grande, pero básicamente está lleno de agua - resumió el barrigudo.
- En los libros hablan de islas tropicales, cadenas montañosas, selvas y animales salvajes. ¿No habéis visto nada de eso?
Los hombres cruzaron entre ellos miradas perplejas. Ninguno de ellos entendía a qué se refería el chiquillo. A lo mejor, si lo viesen...
- ¿Nos enseñarías ese libro? - le pidió el capitán.
- Por supuesto.

El niño se subió a la cama y sacó varios tomos de la estantería, desde un atlas hasta sus fichas del colegio, sin olvidarse ni de Stevenson, ni de Verne. Los abrió sobre el suelo y los marineros los rodearon con respeto mientras pasaba las páginas.
- ¡Oh! ¿Qué es eso?
- Un elefante.
- ¿Y ese dibujo tan raro?
- Un mapa.
- ¿Y las letras qué dicen?
A Pablo le sorprendió esa pregunta.
- ¿No sabéis leer?
Todos negaron con la cabeza.
- ¿No os gustaría aprender?
- ¿Es difícil?- indagó el gigantón.
- Para nada- le aseguró el chiquillo. - Sólo hay que cogerle el tranquillo para hacerlo de corrido.
- ¿Y cuando sepamos nos prestarás tus libros de islas, selvas y animales? - le pidió el esmirriado.
- Siempre que queráis - les prometió Pablo. - Todas las noches leo un capítulo antes de dormir. Si os apetece lo haremos juntos.
- ¿Y habrá ron?- inquirió el barrigudo.
- Sólo a veces, al final de curso y para alumnos aventajados- concedió el profesor.
- Apúntanos a todos- proclamó el capitán. -Empezamos mañana. ¡Palabra de pirata!

Y cumplirán su palabra. ¿Qué no haría un pirata por su botella de ron?





5 comentarios:

Señora dijo...

Seguro que le gusta un montón y veremos si no saca de ahí más de una idea que llevar a cabo. Esperemos que sus hermanas sean capaces de convencerlo de que los cuentos cuentos son.

Señora dijo...

Y se me olvidaba lo mejor: que lo disfrutes, Pablo, y muchas felicidades.

Anónimo dijo...

Me ha gustado muchísimo! a Pablo y sus hermanas les encantará muy educativo y original.
Sus padres disfrután mucho.
Tener un cuento dedicado siendo tan pequeño es un honor.
Besos para todos y en especial a Pablo por su cumple y a mi prima sol que me tregaló una pulsera muy bonita ;p

Anónimo dijo...

Me encanta.Felicidades, Pablo.
Sole

el tito Paco dijo...

"Pablo y los piratas", un título bien sencillo, que con las ilustraciones de Juan te puede quedar estupendo. Organízate en torno a un eje y escribe un libro como tú puedes hacerlo, entre la realidad más cotidiana y penosa y la imaginación libre.