No es que no le gustara ser una niña pero echaba de menos esos momentos. Ahora dormía sola y algunas noches tenía pesadillas. Le daba miedo levantarse para ir a la cama de papá y mamá. Con ellos se encontraba segura, los monstruos no se atrevían a acercarse, pero sabía que, pasado un rato, le tocaba regresar a su cuarto y, para entonces, no siempre el miedo se había marchado de su habitación.
Descubrió la pecera en casa de sus tíos: una esfera llena de agua en la que nadaba un pez naranja. Sus escamas brillaban y sus aletas ondeaban despacio mientras envolvían sus movimientos. Aunque sus recuerdos del pasado eran muy vagos, Adriana dedujo que antes de nacer, ella se parecía a ese pez.
Probó en la bañera a respirar bajo el agua, pero apenas aguantó unos segundos. Eso no funcionaba. ¿Qué podía hacer para volver a ser pez? Se fijó en mamá que limpiaba el pescado para la cena. Dentro tenía un esqueleto de espinas que le daba forma. Al retirarlo sólo quedaron unos filetes que, sin la raspa, no se parecían al animal original. Para convertirse en pez necesitaría espinas.
Cenó pescado y notó algo punzante en la boca. ¡Una espina! ¡Su primera espina! Sin embargo no se la tragó como esperaba sino que se le quedó clavada. ¡Ay! ¡Qué dolor! ¡Le pinchaba! Papá le miró la garganta pero la espina estaba escondida y no vio nada. Tendría que verla el médico.
El médico encontró la espina pero estaba tan metida que no podía sacarla. Había que dormir a Adriana. ¿Habría pesadillas también dentro del quirófano? se preguntó la pequeña. Se tranquilizó, había tanta gente que era difícil que se colase también alguna pesadilla. Cerró los ojos y se durmió.
Soñó que se convertía en pez. Respiraba en medio del agua, aunque el olor era extraño. El agua desapareció y Adriana intentó respirar de nuevo el gas, pero ahora tenía branquias y se ahogaba. Tosía con cada inhalación. Sintió que se dormía de nuevo. Había regresado al agua pero ya no deseaba ser pez. Soñó que volvía a ser una niña. Despertó poco a poco, sintió el sabor del aire que entraba en su boca y bajaba hasta sus pulmones. Dejó que se llenaran antes de exhalarlo. Respiró hondo, una vez más y otra, y otra más. Respiró y respiró hasta que lloró. Entonces oyó la voz de mamá que la llamaba: ¡Adriana! ¡Mi niña!
7 comentarios:
:-)
Hola, Sol, buenos días; cuando empecé a leer el cuento, pensé que Adriana terminaría convirtiéndose en pez (será porque hay muchos días en que a mí me gustaría que me pasara lo mismo, o algo similar...), pero ya veo que la historia iba por otros derroteros, totalmente distintos. Imaginativo y directo. Me gusta.
Un abrazo y hasta pronto.
Hola Sol, ¿qué decir? no me salen las palabras, tan solo lágrimas... Es una historia preciosa y muy emotiva, conociéndola de primera mano sé cuanto sufrió mi pequeño pececillo. Ha sido nuestra peor pesadilla, pero gracias a tus hermosas palabras podremos disfrazarla y recordarla siempre como un bonito sueño con final feliz. Muchas gracias.
Cómo lo pasaríaiss!!!.... luego te llamaré para que me cuentes porque en este cuento, la historia es muy bonita seguro qué poco que ver con la realidad que pasásteis. un bs Pal
Grumpy, me alegro de que el final feliz no sólo se reserve a los cuentos. Una vez más, estas historias que tienen un apoyo en la realidad te salen mucho mejor que las vagarosas narraciones sin sujeción ninguna. A ver si te convences y te sientas a escribir un libro con ellas. La escritura tiene que llegar al lector, todo lo demás lo decides tú.
Precioso! Creativo y precioso!
Sin palabras.... precioso, me alegro de corazón que saliese todo bien.. S.N ;)
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