Todas las noches el niño se acostaba ajeno al peligro que corría. Lucía se dormía con un ojo abierto y otro cerrado, pendiente del menor ruido. No es que esperase que los piratas llamasen a la puerta. La experiencia de Peter Pan le había enseñado que preferían infiltrarse en los hogares a través de sus ventanas. La niña comprobaba los postigos, las cortinas y las persianas para que no penetrase ni un resquicio de luz. Mejor no darles pistas. Claro que sus padres no colaboraban como debieran y, en cuanto se despistaba, abrían la habitación para que se airease. Lucía se metía en la cama inquieta. A lo largo de la noche el cansancio del día le pasaba factura y se hundía en un sueño profundo, menos alerta que lo que requería su guardia.
La chiquilla corrió a la habitación de Pablo y entreabrió la puerta. La escena era de pesadilla: corsarios sucios y malencarados con pañuelos en la cabeza, pendientes y unos horribles parches sobre su ojo derecho (seguro que no sabían cómo usarlos y no se los habían cambiado nunca de lado, pensó Lucía). Todos iban vestidos con ropas raídas y armados con garfios, sables y puñales. Se habían dado tanta prisa que uno de ellos ya estaba inclinado sobre su hermano y a punto de agarrarle.
No le sobraba el tiempo, tenía que actuar ya para rescatar a Pablo antes de que fuese demasiado tarde. Abrió la puerta:
- ¡Dejad a mi hermano inmediatamente sobre su cama!- ordenó con el mismo tono que su madre usaba cuando la regañaba, aunque, por desgracia, sobre los bucaneros no surtió el mismo efecto sino que con su amenaza despertó la hilaridad de los piratas.
- ¡Os lo aviso! Estoy enfadada y si no me obedecéis lo pagaréis caro - insistió.
Las risas se convirtieron en carcajadas. Aquellos hombres no debían de estar acostumbrados a reírse, sus alaridos resultaban incluso macabros.
Lucía aprovechó la ocasión. Se lanzó como una flecha hacia sus patas de palo para derribarles. Cayeron apilados unos sobre otros. Ellos mismos empeoraron su situación al pretender levantarse todos a la vez. Sus sacudidas les entorpecían y se enredaban aún más entre sí. En ese estado eran vulnerables y la niña no desperdició su ventaja. Para rematar su hazaña agarró almohadones, cojines, muñecos, pelotas y balones y les bombardeó con ellos. También les hizo cosquillas, como las que le hacía a su padre, sabía que con eso les dejaría indefensos. Los filibusteros se retorcían en el suelo y se clavaban sus propios codos y rodillas. La pequeña insistió hasta que, entre los quejidos y las risas, emitieron súplicas de piedad.
- Os dejaré en paz pero con una condición: no volváis nunca más - concedió Lucía.
- De acuerdo, aunque eso no resuelve tu problema: si no somos nosotros, vendrán otros - le informó uno de los bucaneros.
La pequeña no había contado con eso. ¿Y si a los próximos no les oía al entrar? ¿Qué hacer? La solución se la propuso el mismo pirata.
- Nosotros podríamos evitarlo y defenderos en caso de ataque.
- ¿Y cuál sería el trato?- indagó Lucía, segura de que tendría un precio.
- En lugar del prisionero nos llevaríamos un botín - le contestó otro corsario.
¿Un botín? Lo único que tenía era una hucha en la que guardaba su paga y lo que le daban los abuelos. Corrió a buscarla para entregarles sus ahorros.
- Esto es lo único que tengo. ¿Es suficiente?
Los piratas negaron con la cabeza.
- El dinero no sirve de nada en el mar. No hay quien negocie con los peces - le explicaron.
- Entonces ¿qué queréis? - les preguntó.
Al parecer los hombres ya lo habían decidido.
- Queremos parches bonitos como los de tu hermano.
- ¡Y ron!- añadió otro. Esa nueva propuesta fue recibida con aplausos.
La niña bajó a la bodega. No había demasiado ron, sólo un par de botellas. Las cogió e incluyó en el lote unas cuantas de jerez, de las que tenían varias cajas.
- Este es todo el ron que hay en casa - se justificó. - Mis padres prefieren el jerez.
- Lo probaremos y, si nos gusta, sellaremos el trato.
Abrieron una de las botellas y la hicieron circular entre todos.
- Delicioso - dictaminaron. - Necesitaremos más.
- Sin problema. Si alguien me ayuda subiré una caja entera.
No le faltaron voluntarios para la tarea, ni tampoco para dar cuenta del contenido.
- Aún nos faltan los parches - le recordó uno de los corsarios.
Lucía abrió uno de los cajones de la cómoda. Tuvo la precaución de esconder un paquete de repuesto para Pablo y entregó el resto a los piratas que montaron una batalla campal para repartírselos. La chiquilla se vio obligada a intervenir. Organizó un sorteo. Gracias a esa idea puso paz y evitó víctimas y malheridos.
Los bucaneros se despidieron felices. Desde su cama, la niña les miró alejarse. Recorrieron la pasarela de su barco dando tumbos, con sus parches nuevos y una botella en la mano. Estaba cansada. Había sido una noche larga. ¿Qué cara pondrían sus padres cuando les contase su aventura?
5 comentarios:
Muy divertido. Hay una errata en tablaó, fácil de corregir.
Me ha gustado mucho, la lucha de Lucía ha estado muy bien y la petición de los piratas me ha encantado....
Qué fino hilas prima...Jerez jajajaja!!! Pal
Me ha encantado el cuento. UN beso muy fuerte a la cumpleañera que espero lo haya disfrutado tanto como el resto!
Sol, siempre me han encantado los cuentos de Hadas, no me importa tener 34, los sigo leyendo y disfrutando. Y permíteme decirte que esto me hace una gran conocedora de cuentos infantiles y dicho esto... ¡Felicidades! Me ha encantado, no, fascinado. Me hiciste sentir tanta emoción y añoranza por mis tiempos de infancia ¡que no se me borra la sonrisa! ¿Tienes un libro de cuentos infantiles? Porque si es así me apunto para leerlo!!!! Un abrazo amiga, seguiré leyendo.
Andrea.
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