viernes, 24 de enero de 2014

El Catedrático y la Señora ponen orden

Íntimo ha generado unos comentarios muy interesantes. Los del Catedrático y la Señora responden además a la pregunta de Manuel. Para que resulten más cómodos de leer os los pongo en forma de entrada. 

La opinión del Catedrático: 

A ver si ponemos un poquito de orden.
Hay varios tipos de escritura y todo ello, en nuestro mundo occidental, es bien conocido desde hace unos dos mil quinientos años, así que no inventamos nada.
Para centrarnos en Grumpy, lo que hay que considerar son varios aspectos.
a) Uno puede escribir para sí mismo. Lo guarda en una carpeta y lo relee cuando le parece oportuno, generalmente con provecho. (Nada nos da la visión real nuestra tanto como repasar lo que en momentos nos pareció importante y comprobar lo que sigue siéndolo). Es aconsejable quemar esos papeles cuando se está a tiempo, si se deja la instrucción de que otros los quemen, generalmente se tienen dudas, más o menos fuertes, sobre la conveniencia de su destrucción. Lo que el heredero debe hacer es quemarlos, sin más. Si no se queman, puede haber "daños colaterales".
2) Se escribe para ser leído. Prescindo de los textos científicos o didácticos, que, naturalmente, tienen su propia dinámica, para limitarme a los literarios.
a) El autor literario escribe porque lo necesita y, aunque restrinja su círculo de lectores, siempre tiene que existir.
b) El autor literario escribe para ser leído.
En ambos casos me parece que lo que importa es el texto. (Hablo de escritura profesional, se entiende, los blogs se han convertido en el acceso libre de los pinchaposos, tan evitables como los campirris).
Lo que le ocurre a Grumpy es que no se decide a reconocer la realidad: quiere ser leída, sabe que es leída y que su lectura atrae a varios tipos de lectores. Al mismo tiempo, trata de imponer su mundo interior, a mi juicio por un camino resbaladizo.
Escribir es tachar y romper. El blog es la tentación de la facilidad, uno cede a ella fácilmente, tanto más fácilmente cuanto más joven se es o menos experiencia se tiene.
El lector no es gratis, hay que ganárselo. Reconozco que, a veces, no paso del primer párrafo o leo al bies. Quizás no guste que lo diga; pero es la realidad de cualquier lector.
El profesional de la escritura tiene que saber qué lectores le interesan. Algunos quieren los más posibles (económicamente es lo más rentable), otros prefieren lo seguro a lo probable. Como en toda decisión humana, uno se puede equivocar, corregir y volver a equivocarse.
Quien hace público lo que escribe siempre piensa que alguien disfrutará o con ello o le aprovechará. Se impone por ello una reflexión sobre el tercer don de los Reyes Magos, la mirra. Se trata del recuerdo de lo contingente, de la evanescencia de la vida. "Mortificarse", que es el sentido de la mirra, es, etimológicamente, 'hacerse para la muerte', o sea, reconocer esa evanescencia y ajustarse a ella. No es, como algunos creen erróneamente, darse latigazos en la espalda o clavarse cristales para hacerse sangre. Es, sencillamente, vivir con la conciencia del tiempo. (Esa conciencia puede incluir o no una dimensión de eternidad; pero no es el momento de discutirlo).
Escribe un ser con tiempo, en un tiempo dado y para seres con tiempo.
Quizás desde esa perspectiva algunas preguntas queden resueltas. Si no, el tiempo nos dará más respuestas.

¡Ah! Y escribir no es un acto íntimo, es un acto comunicativo. Cuando uno escribe totalmente para sí mismo, lo que hace es salir de sí mismo para volver a entrar. Otra cosa es engañarse.

La opinión de la Señora:

Ese recorrido desde la "nube rosa" al texto escrito siempre ha dado lugar a muchas discusiones sobre el rasgo que debe predominar en el proceso. Es un problema complejo, pero nuestra época se caracteriza por la libertad creativa y podría decirse, en la línea de lo que apunta Manuel Márquez Chapresto, que es el propio autor el que condiciona su estilo en función de que su mensaje llegue al lector de un modo más genuino y acorde con la idea que quiere comunicar. Claro que en otros momentos, si esa idea es un desahogo imaginativo o esa vivencia propia que pugna por tomar forma en la palabra, entonces el lector no importa (o importa poco) y es el autor mismo el que ajusta su lenguaje a la expresión de esa parte que es de su mundo y que en muchas ocasiones, a pesar de hacerse explícito en el mensaje, se queda sin ser compartido con el otro.

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