Mi abuela siempre lleva encima su libro negro. En él registra las prendas que van a la lavandería. Es concienzuda y figura la descripción, la fecha de salida y una serie interminable de rayas verticales por las que cuenta, igual que un náufrago, el tiempo transcurrido desde entonces. Sólo le falta un detalle: tacharlas de la lista junto con la hora de entrada. ¿Es que por la emoción de recuperarlas a mi abuela se le olvida apuntarlas? ¡Ojalá! No, a pesar de sus 96 años mi abuela no es despistada, no es ella la culpable del desliz. El verdadero motivo es que esa ropa se fue para no volver.
En la residencia todo el vestuario de los inquilinos está marcado. No cuentan con un ama de llaves que se ocupe de esa faena sino que son las familias las encargadas de coser, una por una, el nombre a las prendas. Está demostrado que escribirlo no es ninguna buena idea, aunque sea tinta indeleble el detergente de la lavandería arrasa con ella. No sé qué marca usarán pero es infalible e incluso algo corrosivo porque acaba por comerse los hilos. Hay que armarse de valor a la hora de renovar alguna pieza del guardarropa. Sea lo que sea antes de acabar en el armario de su nuevo dueño ha de emprender toda una odisea. Para empezar es fundamental escoger una tienda en la hagan arreglos o que se pueda cambiar o devolver. En su primer viaje a la residencia se acompaña de una caja de alfileres. Se prueba y se comprueban los problemas que presenta. Si el arreglo es factible se señalan los ajustes con los alfileres, pare ello se agradecen los años de modista en casa (a la que algún día le tocará una entrada), y se regresa a la tienda para que la recompongan. Se recoge y se hace una segunda prueba de confirmación. Si todo está en orden aún le toca recorrer el circuito de vuelta a casa para marcarla antes de instalarla en su alojamiento definitivo. A pesar de este periplo la verdadera prueba de fuego es su paso por la lavandería. No, no es ninguna exageración, he comprobado que mi abuela tiene razón.
Hace unos días coincidí con mis tíos en mi visita a la residencia. Mi abuela nos informó de que esa mañana se exponían las prendas perdidas para su identificación por sus respectivos dueños. Parecía una buena noticia. Llenos de ánimo, los cinco, como los aventureros de Enid Blyton pero con unos años más, nos dirigimos a la sala en cuestión. Cuando llegamos descubrimos que aquello, en realidad, era una sucursal del Rastro. Íbamos a necesitar todas nuestras dotes de observación para encontrar algo allí, además de aplicación, paciencia y mucha, mucha suerte. Nada menos que 8 mesas exhibían la mercancía. Eso sin contar los 3 percheros y las cajas de ropa interior. Mi abuela tiene muy bien la cabeza pero no así los huesos y bucear entre pilas de ropa con un andador no es para ella una tarea factible. Se sentó en una silla para dirigir desde allí el trabajo de campo. Tras escuchar su descripción de las piezas desaparecidas, los cuatro nos entregamos a la labor. Le mostrábamos cada hallazgo para su reconocimiento. Si veíamos algo que nos parecía especialmente bonito también se lo enseñábamos para que disfrutase de los encantos escondidos de aquel mercadillo improvisado. Encontré una de sus faldas y mi tío realizó la proeza de localizar nada menos que unas medias. Otra falda, un camisón y una camisa andaban de turismo por otros lares porque allí no estaban. La caja de prendas íntimas, del tamaño de un contenedor de mudanzas, nos impuso de tal modo que la dejamos por imposible. Tengo la intuición de que irá íntegra a Caritas.
No me quiero ni imaginar cómo se las habría apañado mi pobre abuela si hubiese tenido que enfrentarse sola a la empresa. Sé que con su habitual empeño lo habría logrado pero no sin correr el riesgo de sufrir un serio percance durante el proceso. Sus fuerzas no están como para ir de mesa a mesa, y de prenda en prenda. No le sobran como para abusar de ellas de esa ni de ninguna otra manera. Para la próxima vez que monten el bazar de la lavandería habrá que acordarse del anterior y pedir refuerzos.
1 comentario:
Hola, Sol, buenos días; curioso episodio, vaya... Y, por cierto, ¿dónde hay que firmar para eso de las 96? Impresionante...
Un abrazo y hasta pronto.
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