Un compás de tres por cuatro me sostiene entre tus brazos. Las luces del salón brillan sobre el suelo de mármol, sobre el raso de los trajes de noche y sobre mis ojos cerrados. Bailamos entre los espejos, entre los balcones abiertos, entre las estrellas de lentejuelas. Bailamos entre los retratos sombríos de tus antepasados. Giramos juntos por el salón, arrastrados por el vórtice de un torbellino de emociones. Mi largo vestido blanco ondea con cada vuelta para envolvernos con su seda. Flotamos en una nube, convertidos en un remolino que suspira al ritmo de la música. Cada nota es una caricia. La presión de tu mano sobre mi talle me encierra en tu abrazo. Mi cabeza sueña con apoyarse en tu pecho, con sentir tu latido y ajustar mi corazón a su sonido.
Abandono mi voluntad a tus pasos. No hablamos, las palabras romperían el encanto. Los acordes del vals son nuestra declaración de amor, en su cadencia se esconden secretos y pasiones. Sólo los enamorados comprenden su lenguaje.
El tiempo vuela sin relojes, imparable en su avance se desliza bajo el arco de los violines que rasgan las líneas del pentagrama. Desearíamos la eternidad para bailar, a solas los dos, sin que la felicidad dependiera de nada más. Cruzar el salón y cruzar el mundo. Escapar, dejar los compromisos atrás. Sé que pretendo un imposible. La ilusión morirá con este baile, su final es una despedida. Nuestros caminos separan nuestras vidas. Nuestro idilio ha de ser tan efímero como este inolvidable vals.
El tiempo vuela sin relojes, imparable en su avance se desliza bajo el arco de los violines que rasgan las líneas del pentagrama. Desearíamos la eternidad para bailar, a solas los dos, sin que la felicidad dependiera de nada más. Cruzar el salón y cruzar el mundo. Escapar, dejar los compromisos atrás. Sé que pretendo un imposible. La ilusión morirá con este baile, su final es una despedida. Nuestros caminos separan nuestras vidas. Nuestro idilio ha de ser tan efímero como este inolvidable vals.
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