domingo, 16 de marzo de 2014

Duendes

Siempre es culpa del duende. ¿Acaso se creen que no tenemos oídos? No sólo nuestra audición es perfecta sino que, a diferencia de otros, no fingimos hacernos los sordos cuando nos conviene y eso que, semejante habilidad, nos facilitaría mucho la vida.

Vivimos en una ofensa continua, se diría que escandalosa. Al parecer somos responsables de las averías, no de algunas sino de todas. Francamente, eso es generalizar demasiado. Si un grifo gotea es porque teníamos sed y, después de beber, no lo hemos cerrado bien. ¡Menudo crimen! Además, que yo recuerde, sólo ha sucedido una vez y en mi defensa alegaré que partíamos de un grifo roto. Jamás se me olvidará la que se lió por una pequeña inundación. Entre bomberos, obreros y peritos del seguro la situación se volvió insostenible, mucho peor que tras una catástrofe natural. No había quien viviese, no exagero. Incluso llegamos a plantearnos el mudarnos a un hogar más tranquilo y, para que me entendáis bien, aclararé que los duendes sólo nos mudamos cuando no nos queda más remedio. Afortunadamente las aguas no tardaron en regresar a su cauce, literalmente.

Afortunadamente no siempre es así aunque nunca hay que olvidarse de caminar con pies de plomo. Por eso mi momento preferido del día no es cuando se acuestan, ya que a esas horas he comprobado que no conviene hacer ningún ruido, son tan quisquillosos que cualquier crujido les molesta. No sé qué sería de ellos en medio de la naturaleza. No, no, el mejor, con diferencia, es cuando se van a trabajar y dejan la casa vacía. Entonces el mundo es una delicia. Por desgracia se convierte en una pesadilla si aparece la asistenta. ¡Qué afán por guardarlo todo! Un día nos va a guardar a nosotros. No sería tan grave si no corriésemos el riesgo de acabar separados, porque no parece que siga ningún criterio. El problema es que después no hay quien encuentre nada y las culpas recaen en el duende. ¿Piensan que nuestra guarida es como el bolso de Mary Poppins y que en ella cabe todo lo que pierden? Pues no, dicen que las comparaciones son odiosas y tienen razón, sobre todo cuando uno se de cuenta de que una ratonera es un palacio comparada con su rincón.

Es cierto que todo tiene un lado bueno y, semejante afán por ocultar las cosas, también posee sus ventajas: requiere una revisión exhaustiva y desesperada de armarios, cajones y guardarropa no sólo por nuestra parte, sino también por su dueño. Ese trajín nos facilita el llevar un inventario. No sé cómo nos las apañaríamos sin esos registros ante los cambios de temporada. Lo más complicado de toda la tarea es hacerse con un lápiz para elaborar la lista. Esa es otra de las quejas habituales con la que nos encontramos: pese a lo que nos ha costado conseguirlo, pretenden que se lo devolvamos. Borradores y sacapuntas conviene no mentarlos. Los días de colada no saboreamos la paz. La próxima vez que alguien diga la palabra calcetín, juro que esa noche, cuando menos se lo espere, le morderé los pies. Uno más, uno menos, entre el millón que poseen, no debería importarles. No obstante, si por ellos fuera nos pelaríamos de frío durante el invierno. No comprenden que sólo es un préstamo, los devolvemos en primavera y a veces antes, cuando se cubren de polvo los dejamos en el fondo de la lavadora y cogemos uno limpio.

Confieso que los avances de la vida moderna hacen más cómodo nuestro hábitat, aunque nos acarreen algunos problemas. Antes debíamos conformarnos con un escondrijo precario en cualquier hueco que casi nunca resultaba cómodo. Ahora los circuitos electrónicos crean un entramado ideal para instalarnos. Sus cables y conexiones actúan de red de comunicación, de escalera y, además, ofrecen un sustrato ideal sobre el que montar nuestro hogar. A veces es preciso rehacer alguna conexión, no se puede exigir que todo marche a nuestro gusto desde el principio. Nos hemos visto obligados a estudiar electrónica, los más puristas lo llaman improvisar pero no hay quien niegue que la improvisación es toda una ciencia. Reconozco que, en ocasiones, a pesar de nuestros conocimientos, nuestras necesidades interfieren en el funcionamiento del aparato. No es una cuestión que nos preocupe salvo cuando oímos la frase “vamos a tener que cambiar este trasto”. Esa es la señal para devolverlo todo a su estado original, aunque sea sólo durante un tiempo. Una vez le coges apego a un lugar, a nadie le apetece trasladarse. No se puede ser tan drástico y montar un cisma por una pequeñez. Un electrodoméstico con duende fallará pero basta con proferir una amenaza, en tono serio, para que lo reparemos. Realmente, no entiendo a qué vienen tantas protestas, la convivencia no es tan difícil.

4 comentarios:

Elvis dijo...

Espero que esta reflexión sea un paso más hacia la compra de un micro para el ordenador!
Besitos,

señora dijo...

Ya sabes que a mí siempre me han acompañado los duendes, muchas veces muy juguetones y tan acomodados que han sido años los que han podido pasar hasta sacar a la luz el objeto de su escondite.Con la tecnología actual la cosa también es complicada, pero a pesar de ellos consigo manejar lo indispensable para conectarme y estar en contacto desde distintas partes del mundo. Ahora cuando vuelva, no sé si me habrán jugado una mala pasada en el ordenador al tener recién instalada la fibra óptica. Tengo mi inquietud.......

Yo misma dijo...

Me encanta tu mundo mágico y tu manera de contarnoslo!

Carmen dijo...

Me ha encantado el cuento. Si Juan te hiciera los dibujos seguro que te lo publicaban como cuento infantil. Es sólo una idea. Os echamos mucho de menos a todos en el cumple de ciclón. Besos