martes, 4 de marzo de 2014

El busca del fin de semana

Tengo guardias localizadas, también llamadas de alerta, que significa que a las 15h me voy a casa con el busca hasta el día siguiente. Antes de marcharme me paso por la urgencia para comprobar que no se queda nada pendiente no sea que me toque darme la vuelta. Mejor terminar todo el trabajo antes de salir y, si después aparece algo urgente por lo que tenga que volver, pues mala suerte.

Los fines de semana la localización dura los tres días que van del viernes al lunes. El busca se convierte en un apéndice que obliga a vestir prendas con bolsillos para llevarlo siempre encima. Nunca es oportuno: interrumpe la lectura sin miramientos, suena en el coche, en el baño, en la ducha (es mejor tenerlo cerca que correr mojada y desnuda por toda la casa para contestar a tiempo). Antes de acostarse se deja en la mesilla de noche y se ejecutan toda suerte de rituales para que se mantenga en silencio. Incluso aunque haga gala de buen comportamiento, el domingo por la tarde el cacharro corre el riesgo de acabar fulminado bajo el efecto de una mirada cruzada.

Un fin de semana localizado no es sinónimo de quedarse en casita sin aparecer por el hospital. Hay que visitar a los pacientes ingresados, momento que se aprovecha para, de paso, ver las urgencias acumuladas del tipo que admite demora (el resto implican salir escopetado hacia el hospital, a cualquier hora).

¿Qué ocurre cuando una se levanta un viernes, feliz porque tiene guardia, y descubre que está incubando algo? El hospital, en contra de lo que piensa la mayoría, no es el mejor lugar para curarse, aunque sí para contagiarse. La solución está en las drogas (legales): ibuprofeno, paracetamol, nolotil... cualquiera vale con tal de que no suba la fiebre y la venza a una.

El viernes empeoré un poco a lo largo de la mañana pero, gracias a la farmacología, sobreviví a la consulta y a la tarde de busca. El sábado pasé visita, di el alta a un absceso drenado y drené a otro de los ingresados. En urgencias saqué un cuerpo extraño y valoré algunas lesiones. Por la tarde me atacó de nuevo eso que estaba incubando y fue una suerte que sólo me llamaran para consultar porque apenas me podía levantar. El domingo primero me acerqué a ver a mi abuela. La dama estaba algo mosca porque, con mi padrino y la Señora fuera, nadie había ido a visitarla entre semana. No se encontraba bien y el verse sola no la tranquilizaba. Mi hermano iba a ir también, afortunadamente, porque mi mañana la tenía que dedicar al hospital.

El absceso drenado el día anterior se encontraba mucho mejor, aunque no tanto como para darle el alta. Otro absceso me esperaba en la observación de Urgencias, a punto de caramelo para clavarle el cuchillo. Coincidió la llegada de dos sangrantes y de un citado para valoración. Con toda la tropa a cuestas, avisé a Seguridad para que me abriesen las consultas y los conduje a todos para allá. Para mejorar el ambiente, el ascensor nos dejó encerrados durante unos segundos, se quedó totalmente paralizado, ni se movía ni se abrían las puertas. No sé si su intención era que nos conociésemos mejor porque, al parecer, tocar la sangre y las entrañas no lo consideraba intimidad suficiente. Gracias a su estratagema me enteré de que la familiar de uno de los pacientes padecía claustrofobia. Más vale tarde... (no estoy de acuerdo, hay casos que es mejor nunca). Mis bolsillos van atiborrados de cosas: papeles, bolis, linterna, guantes, un bisturí, una cánula, pero me falta un ansiolítico. Afortunadamente, tras tocar todos los botones con calma, confieso que simulada, el ascensor nos dejó salir. Nos montamos en el de al lado, como valientes. En realidad no era cuestión de valor, simplemente no nos quedaba más remedio. Entre mis enfermos se encontraba un abuelo anémico al que no me imaginaba subiendo por las escaleras salvo que algún voluntario lo llevase en brazos. El que parecía mejor candidato tenía antecedentes de infarto y quedaba descartado. Por el camino se me sumó un residente que deseaba aprender y que, en caso de necesidad, siempre podía ayudarme a cargar con el abuelo.

Una vez sanos, unos más que otros, y salvos en nuestro destino metí a cada paciente en una consulta diferente y empecé a ponerles anestesias, tras confirmar que no tenían alergias. Drené el absceso, exprimí una glándula submaxilar, taponé una nariz y cautericé el vaso causante de otra hemorragia. El residente me perseguía de una consulta a otra y se asomaba por detrás de mi hombro para no perderse ninguna intervención. Todo fue bien. Antes de irme comprobé que no quedaba nada más pendiente. Por desgracia para la auxiliar, aunque recogí la mayoría de la cacharrería, o eso pensaba, no revisé que no me dejase nada por medio y, al día siguiente, gracias a mis huellas, pudo seguir todos mis pasos. Supongo que dedujo que había estado bastante entretenida (aunque no fue un mal finde).

3 comentarios:

señora dijo...

El rato del ascensor te ha quedado hasta divertido, pero me imagino la realidad. Por fuera la cosa parecería en calma pero por dentro.... Menos mal que todo transcurrió de día, a una hora prudente y no te dieron el madrugón a las pocas de la madrugada.

Yo misma dijo...

Vaya trajín! Espero que estés mejor. Besos

canela988 dijo...

Hola, que fin de semana más movido ¿todos son así de ajetreados? …no sé si estas mejor durante la semana, pues si todos son así no veo que te alegre cuando pasa el jueves. Tienes una profesión digna de ser contada para que el resto de las personas tomen conciencia de lo que supone ese trabajo, que en sí es un cumulo de sentimientos ya que consuelas, escuchas, alientas y curas, y todo eso en un mismo paquete, en fin la dedicación en este caso sobre sale del escrito. Mi más sincera felicitación por ese amor a tu trabajo.
Un cordial saludo.