lunes, 24 de marzo de 2014

UPAD

El otro día me llamó el médico de la Residencia para pedirme un favor. Quería que, cuando fuese a visitar a mi abuela, le echase un vistazo a una de las pacientes ingresadas. Se trataba de un caso evolucionado de demencia y trasladarla al hospital suponía todo un problema. Por supuesto le dije que la vería. No parecía nada grave pero tampoco tenía pinta de resultar fácil de solucionar. Hay patologías banales que son así de rebeldes. De todos modos no quise emitir ningún juicio sin explorarla.

Ese día House me acompañó a la Residencia. A mi abuela se le ilumina la cara cuando le ve y eso que el día que le conoció le faltó poco para desmayarse de la impresión. Fue en una cena de Nochevieja y House, en un comentario espontáneo, soltó una palabra de las que forman parte de su vocabulario habitual, así como del de mucha gente. En nuestra familia hay expresiones prohibidas, que implican un castigo y una amenaza de lavarle a uno la boca con jabón. Mi abuela, que aún no estaba curada de espanto, palideció, aunque no se atrevió a decirle nada. Sin embargo eso no evitó que House se ganase su aprecio, que no es algo que ella otorgue a cualquiera.

La enfermera estaba ocupada y, mientras la esperaba, nos dimos un paseo hasta la sala, con mi abuela apoyada en su andador para demostrarle a House que no estaba dispuesta a quedarse en silla de ruedas. La semana anterior semejante logro habría sido impensable, aunque House también fue conmigo a verla y su visita ejerció su efecto terapéutico. Empleamos el tiempo en jugar al dominó. Tras un par de partidas de calentamiento, la dama entró en racha y nos dio una paliza, en toda regla, a sus dos contrincantes. Según se acercaba la hora de la comida, y del final de la visita, me dirigí a la enfermería. Para ver a la paciente teníamos que entrar en la UPAD (unidad protegida de Alzheimer y otras demencias) que está ubicada en un ala del edificio en la que nunca había estado.

Mi abuela siempre se queja de que en la Residencia no hay suficiente personal. Descubrí que el motivo es que la mayoría se concentra en esa sección (en la que no sobra ninguna mano). Es una zona que provoca cierta congoja, aunque es amplia y muy luminosa y alivia ver que los pobres enfermos están limpios, cuidados, bien atendidos y se les trata con delicadeza y cariño. A pesar de su estado, se les veía felices, aunque eso no evitó que una de las ingresadas quisiera escaparse en cuanto se abrió la puerta. Con tacto, paciencia, y mucho mérito, consiguieron que diera la vuelta.

Enseguida me di cuenta de que el médico tenía razón: mi paciente era de las que estaba peor y trasladarla a era una complicación. Apenas dejaba que te acercases a ella y se protegía si intentabas tocarla. Como tampoco tenía apenas fuerza no me costó demasiado explorarla y comprobar que mi intuición había sido correcta: no era grave pero no tenía buena solución. Improvisé un apaño con los medios con los que contaba y ahora sólo queda esperar y ver si resulta. Si es necesario, el próximo día iré mejor preparada y veré lo que me deja hacer.

3 comentarios:

Comas dijo...

Seguramente tu abuela tiene razón... siempre faltan manos en las residencias, eso no quiere decir que sean escasas, y como tu bien dices, nunca sobra ninguna. Un abrazo

el tito Paco dijo...

Muchas gracias, Grumpy. Un abrazo a los dos.

María José dijo...

Como dice Cleeb, nunca dejará de sorprenderme el funcionamiento del cerebro humano. Mi abuela llegó a los 90 años. Siempre le habían encantado los gatos, durante toda su vida tuvo algún gato en casa. Un día, al final, llegué a casa de mis padres (ella vivía con ellos ya desde hacía años) con un cachorrillo precioso de gato y se lo puse en el alda. Pensé que la enternecería y que le gustaría acariciarlo. Pero se asustó mucho y se puso a dar manotazos y a gemir. Le cogí el gato rápidamente y le pregunté qué le pasaba. Había visto una rata en lugar del gatito. Fue la primera vez que la demencia senil nos dio muestra de presencia.