martes, 20 de noviembre de 2012

Reglas de sangre

El día que tengo quirófano es, sin duda, el que más disfruto. ¿Es que poseo una vena sádica incontrolable? ¿Soy acaso un ser de esos que se relamen al pensar en la sangre fresca? Considero que en absoluto.

Contra todo pronóstico soy la primera en cerrar los ojos con fuerza y tapármelos con las manos cuando me encuentro ante una película en la que se exhibe crueldad. De hecho, por regla general, las evito. ¿Una película de miedo? ¡Horror, no! Definitivamente no son lo mío. Puedo contar con los dedos de una mano las que he medio visto. La más espantosa sin duda fue Pesadilla, para la que quedé con una amiga por error, o quizás sea más apropiado calificarlo de ignorancia: no sabía a lo que iba, jamás había visto una película de terror y ni con mi mente más calenturienta era capaz de imaginar algo semejante. La primera escena me pilló desprevenida. A partir de ahí me pase el resto de la proyección arrebujada en el asiento, con el abrigo sobre la cabeza, los párpados apretados, para que no se colase a través de ellos ni una sola escena más, y con los oídos colapsados con kleenex, además de con las propias manos, que era lo único de lo que disponía. Anteriormente había visto "El Baile de los Vampiros" en uno de los cines de los Colegios Mayores. Aunque se suponía que era una comedia,  ni hermanísima ni yo le vimos la gracia por ningún lado (gracias a aquella experiencia pasamos varios meses durmiendo con las sábanas enroscadas alrededor del cuello y, por supuesto, sin levantarnos para nada durante la noche). De todas ellas la única que me gustó fue Drácula de Bram Stocker (que me pareció buenísima y más romántica que terrorífica, aunque para entonces ya estaba escarmentada y la vi en DVD, a una hora razonable (sobremesa), con buena luz y bien acompañada. House me indicaba cuando podía abrir los ojos de nuevo tras los pasajes más desagradables.) Mi sensibilidad no sólo se ve afectada en las secuencias de terror, sino que cualquier escena sangrienta, desagradable, sádica, morbosa o "gore" me produce un tipo de repulsión similar, y aún no he hallado nada que me compense el pasar voluntariamente por ese trauma. ¿Disfrutar de la película? Mi concepto de disfrutar discrepa.

Con semejantes remilgos ¿cómo soy capaz de operar? En realidad la explicación es muy simple: existen distintos tipos de sangre. Está la sangre, luego la ¡sangre! y finalmente ¡LAA SAAANNGREEE UUUHHHH! La sangre de las cirugías debe incluirse en el primer grupo, la de las urgencias en el segundo y la del miedo y el sadismo pertenecen claramente al tercer rango. La de las analíticas, especialmente cuando es propia, se sitúa a caballo entre los dos últimos.

En una operación la sangre está controlada, al menos idealmente. El concepto general es que "cuanto menos sangre mejor". Esto es debido a que la regla de oro de las cirugías es la de "ver" lo que se opera: saber reconocer las estructuras, los planos, conocer la anatomía para anticiparse a lo que pueda surgir. La sangre en exceso no permite ver, por eso una buena hemostasia es fundamental. Si se diseca por el plano adecuado también se minimiza el riesgo de sangrado. Son planos de separación en los que los vasos se identifican y se pueden ligar y quemar antes de cortar. En ocasiones ese tratamiento es insuficiente, un vaso se rompe y puede sobrevenir un momento de estrés. La adrenalina se dispara, la concentración se fija aún más y esa eventualidad se convierte en prioridad absoluta: antes de proseguir hay que cortar la hemorragia. Si se puede ligar el vaso en el momento ¡perfecto!, si no es así, hay que tomar alguna medida que permita progresar en ese sentido hasta cazar el vaso en cuestión y controlarlo definitivamente.

En las urgencias los sangrados aparecen de repente y sin avisar. Hay que descubrir su origen sin más demora. Hacerlo en medio de un mar rojo no lo facilita: gasas, ¡muchas más gasas!, aspiración, tirar, lavar, limpiar coágulos... ¡Hay que correr! El paciente está despierto cuando comienza la hemorragia y con frecuencia hay que iniciar la actuación sobre ésta antes de dormirle por completo. Mientras el anestesista le inyecta las drogas, el cirujano ataca. Si es una herida quirúrgica hay que reabrirla inmediatamente: fuera grapas y puntos, separar los bordes, levantar rápidamente los colgajos, tirar, limpiar, lavar. Todos los pasos se encaminan a orientar el origen y revelar el vaso culpable. Una carótida provoca una hemorragia cataclísmica, una yugular puede dar sangrados intermitentes, que ceden al abrir el cuello para buscarlos, los vasos arteriales evolucionan mucho más rápidamente y los venosos son más larvados, pero también más difíciles de encontrar.

Todas las hemorragias se quedan grabadas a fuego en la memoria. Recuerdo una rotura aórtica en una guardia en la que me metí en quirófano a ayudar a mi amiga, la cirujano vascular de guardia. Mi papel se limitó a meter el brazo en el abdomen lleno de sangre y coágulos del paciente y agarrar y apretar la aorta rota con todas mis fuerzas contra la columna vertebral mientras llegaba el cirujano vascular localizado, al que habían avisado. No se veía nada. Notaba el latido en mi puño y los huesos de las vértebras con la mano. En esos momentos se recurre a todas las fuerzas, se vacían las reservas de cortisol y adrenalina  y el cerebro funciona a mil por hora, aunque a la hora de la verdad no se sea capaz de nombrar ni una pinza de hemostasia, ni de pedir una ligadura (definitivamente no es el área del lenguaje la que se estimula). El tiempo vuela aunque parezca hecho de instantes eternos. Al terminar el cuerpo aguanta sorprendentemente bien tras la tensión hasta que, poco rato después, toda esa energía desaparece y sobreviene el gran bajón. El agotamiento es total y aún así hay que terminar la guardia y cruzar los dedos para que esa noche no suceda otro caso desesperado.

3 comentarios:

Comas dijo...

Mi granito de arena terrorífico: Mi primer día en Urgencias después de muchos años trabajando en hospitales, tuvimos una de estas "masacres de Texas" Creo que hay una película que no he visto, ni pienso ver que se llama así. A lo que voy, servico nuevo, compañeros nuevos, almacen nuevo, ubicación de aparateje nueva, y la adrenalina al mil por mil, sangre convulsiones, y durante milesimas de segundo, que a mi me parecieron varios años, mi cerebro estaba como el de Homer Simpson, ¡sólo codificaba una rosquilla! Al fin, con la ayuda de la gente experimentaba después de esas milésimamas de segundo, que te hacen ganador de una medalla de oro o relegarte al bronce, logras diferenciar entre una aspirina y un termometro, la sangre del paciente deja de fluir y la tuya vuelve al cerebro. ¡Madre, que momentos!. Eso también es pasar miedo.

cuca dijo...

Para mi la sangre es sangre y no hay diferencias de contexto, no me gustan las películas de miedo, ni sangrientas ni de nada pero tampoco me gustan los hospitales ni como acompañante y menos como paciente en fin que la cirugía esta hecha para determinadas personas con una sensibilidad especial yo no sabría diferenciar una sangre de otra, es más estaría con los ojos cerrados en todo momento. En fin lo mío no es la medicina

Anónimo dijo...

Que comentar,tras la lectura siento un
cogido en mi estomago que me sube hasta la garganta,me parece una situación tan dramatica ,que su única respuesta es una actuación heroica .Mis contactos máS duros con la sangre ha sido en el cole taponando narices ..La peor ,sin dud a la de Jose M. fuimos al hospital. Y