A los pocos días de estar en casa la niña comenzó a mostrar un color menos blanco y más amarillento que el deseable, por lo que cuñadísmo y yo decidimos llevarla al Centro de Salud (por entonces mis estudios sobre la coloración de los bebés no estaban muy avanzados). Dejamos a hermanísima en casa, incapaz de moverse por la episiotomía, llorando amargamente, presa de una pena inconsolable, al tener que despedirse por primera vez de su hija. Afortunadamente la separación fue muy breve. La pediatra no creyó que hubiese nada alarmante en su aspecto y su único compromiso fue el de verse forzada a compartir el comentario de su orgullosa tía sobre lo bonita que era la sobrina (algo absolutamente cierto por otro lado).
Una vez terminada la baja maternal llegó el momento de reincorporarse a la vida laboral y enviar a sobrinísima a la guardería. Aquello fue directamente el acabose. El lunes la niña iba sana a la guardería y, ese mismo día, o con un poco de suerte el martes, la devolvían con fiebre de más de 39º. Hermanísima no podía faltar a su trabajo y entre todos hacíamos turnos, en mi caso pre y postguardia, para cuidar a la chiquilla el resto de la semana. Nunca hubo regalo más amortizado que la máquina de aerosoles que le compré al nacimiento (deformación profesional) y que se utilizaba a diario (y aún se emplea con frecuencia). Averiguar el bicho de turno no era una empresa nada fácil aunque las enfermedades exantemáticas, de las cuales pasó todas, eran las que más pistas ofrecían. Uno de los mayores sustos fue el de un rash purpúrico, con la pequeña hecha un trapo con fiebre de 39, a los 9 meses de edad. Fue su primer ingreso aunque, afortunadamente, el diagnóstico se limitó a una reacción a la amoxicilina en relación con una vulgar mononucleosis.
En el verano la cosa mejoró, pero en su segundo invierno la mocosa retomó los mocos y las fiebres con más ganas de las deseables. En un intento de disminuir el número de procesos respiratorios la operamos de adenoides según cumplió los dos años (y en plena convalecencia de una neumonía, la segunda de ese invierno y descubierta en las pruebas del preoperatorio). Cualquier anestesista la habría suspendido en su estado pero, gracias a mis privilegios, conseguí convencer a uno de los que más confianza me inspiraban y la pobre niña entró en quirófano en medio de gritos de auxilio a su hermana recién nacida: "¡Hermana, hermana, sálvame! " (recurrió al bebé tras ver que los adultos no le hacíamos ningún caso). El ciclón fue incapaz de rescatarla de las garras de la legra que, sin ser la panacea, mejoró bastante la calidad de vida de sobrinísima y también la del resto de sus cuidadores.¡FELICES 14 AÑOS!

































