En mis sueños viajo, bailo, leo, escribo, vuelo, nado, abrazo, siento, amo, lloro, río, beso e incluso saboreo. Curiosamente, ni siquiera en mis sueños sé cantar, aunque sí soy capaz de tocar música con la ayuda de algún instrumento. Tengo sueños propios y sueños que comparto. Algunos necesitan ser contados porque no me pertenecen sólo a mí. Este es uno de ellos.
En nuestro sueño, House y yo entramos en el claustro de un monasterio gótico para visitar un singular mercado. A pesar de los siglos transcurridos, todo conserva su aspecto medieval. Los rayos de luz, con polvo en suspensión, se cuelan a través los arcos apuntados de las ventanas. El suelo es un enlosado de piedras cuadradas y grises, con relieves irregulares, redondeados por el paso de los pies y de los años. Sobre las losas hay mantas de lana arrugadas a modo de alfombra. La gente viste sayos largos y oscuros. Todos pasean sin dirección fija, sortean a los compradores que se detienen a valorar los puestos o a conversar. House y yo caminamos en sentido contrario a las agujas del reloj, al lado del muro de los arcos abiertos al interior de un jardín descuidado.
Aparece un león blanco, es un león de montaña que ya ha dejado atrás la flor de la vida. Se queda inmóvil delante de nosotros. En su gesto se percibe su hastío ante el ambiente que le rodea pero, al mismo tiempo, rezuma dignidad y orgullo. Fija sus ojos en House y ambos se contemplan durante varios minutos, sin pestañear, mientras se miden y deciden. El león se acerca despacio y frota su melena, que aún conserva una mancha marrón en uno de los lados, contra las piernas de House. Pega su cuerpo a él, sin separarlo. Nos acompaña, permanecerá con nosotros hasta que llegue el momento de la separación. El animal desea seguir a House, salir de allí junto a él, y quisiéramos que así fuese pero sabemos que es imposible, no podemos llevárnoslo.
Seguimos nuestro recorrido y doblamos la siguiente esquina. Avanzamos y, en el centro del pasillo, veo un unicornio. Su cuerno, aunque invisible, está ahí. Es un animal fuerte, grande, con la cabeza más pequeña que la de un caballo, con el hocico más corto y fino y con una expresión dulce e inteligente en sus ojos. Me atrae sin remedio, me acerco a él pero no me atrevo a tocarlo, necesito su permiso, hacerlo sin su consentimiento supondría una falta de respeto. El unicornio me mira y me comprende. Anhelo sacarlo de allí pero, al igual que con el león blanco de House, sé que tampoco es posible.
2 comentarios:
Es verdad que los sueños parece que distraen de la realidad, pero creo que más bien la complementan. Lo único es que hay que saber bien lo que pertenece a cada campo. Como tú he tenido también sueños muy reales que me ha dado mucha pena perder (cas casi tan bonitos como el que cuentas hoy) y que durante un tiempo me han permitido volver a encontrarme con personas queridas, que ya no están con nosotros; otras veces he participado de situaciones sumamente curiosas, totalmente inimaginables y difíciles de reconstruir al despertar. En muchos de esos casos el gusto y el recuerdo del sueño ha propiciado una nueva vivencia que ha aportado su ratito de gozo.
Me ha encantado, como todo lo que leo tuyo y comparto totalmente lo que dice la tita. Adoro los sueños que me devuelven a la granja, al mi antigua casa de cuando era pequeña, aquellos sueños en los que están los que ahora ya no están. Y me gustan cuando son tan reales que a levantar parece que te has transprtado a vivir lo que ya viviste....pero ellos por un momento te vuelven a dar esa oportunidad. Pal
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