domingo, 30 de junio de 2013

María (un cuento de mi amiga Olga)

Este cuento se lo ha escrito mi amiga Olga a su sobrina con motivo de su partida a su primer gran viaje. ¡Cómo crecen estos bebés! 

Estaba en el mejor momento del sueño, en concreto soñaba algo que parecía muy, muy real, algo que tenía que ver con el comienzo de una historia increíble, cuando, de repente, oyó un sonido… raro, hueco, como si de una gruta se tratara, y se despertó un poco. Prestó atención durante un rato, pero el sueño la venció y volvió a quedarse dormida. No sabía cuánto tiempo habría pasado desde esa primera vez cuando volvió a escucharlo. Esta vez mucho más cercano y, al contrario que antes, se repetía con regularidad, e incluso parecía que le tocara, o que le empujara. Era una sensación un tanto incómoda y no le gustaba.

Ella quería dormir. Sin embargo, parecía que se acababa la paz de ese día así que decidió despertarse. Primero estiró un brazo, mientras bostezaba, luego el otro, pero notaba que todo le pesaba. ¿Se habría quedado enganchada? ¿Por qué había dejado de tener sitio suficiente para estirarse como siempre? Mientras se ocupaba en estos pensamientos percibió de nuevo el ruido y, ahora sí lo tenía claro, una oleada que sintió como un empujón. Afortunadamente estaba completamente tumbada y no tuvo miedo de caerse. Eso sí, decidió que, definitivamente, debía levantarse del todo.

Volvió a intentar estirarse, sólo para ratificar que allí no había sitio. Abrió los ojos para averiguar qué pasaba, primero uno, el derecho, su ojo escrutador, el que más abría cuando tenía miedo o cuando reía…. Y no vio nada. Abrió también el izquierdo. Y la misma nada. Todo era oscuridad. Claro, pensó, si es de noche y estoy durmiendo, es normal que la luz esté apagada.

Y mientras intentaba hacerse la valiente en esas circunstancias un tanto penosas, vino otro conjunto de ruidos y movimientos. Y esta vez duraron mucho rato, tánto que empezó a encontrarse realmente mal. ¡Ya no aguantaba más! Basta que decidiera eso para que los ruidos y los movimientos fueran cada vez más frecuentes, y cada vez más dolorosos. Parecían golpes. En el fondo no sabía si es que aun estaba soñando o si, simplemente, su cerebro funcionaba más lentamente y por eso no conseguía terminar de despertarse.

Fuera por lo que fuera, empezó a buscar alguna luz que la guiara. Y allí, en cuanto estiró la cabeza, pudo ver un mínimo halo de luz. La situación era cada vez más insostenible. No recordaba que nunca la hubieran dado una paliza similar. Y lo que es peor, según avanzaba hacia la luz, y lo que ella creía era su salvación, más difícil era el camino. Sin duda su sueño tenía algo que ver con las grutas, porque eso era una cueva y sabía que ya que estaba entrando en ella, no había otra opción más que seguir hacia delante y salir. La marcha atrás, con todo lo que estaba pasando, no era una opción.

Siguió avanzando y, de pronto, la deslumbró una luz intensísima, cegadora. Se asustó un poco más pero reunió fuerzas para apresurarse en su salida. Consiguió avanzar un poco más y, sin saber cómo, se encontró frente a frente con unos pies grandes, muy grandes, de hecho nunca había visto unos pies similares. ¡Y además eran verdes! como de papel. Eso era raro. Miró un poco más y antes de dar más pasos se fijó en que había otros pies también muy grandes pero algo más alejados y nerviosos. No paraban de moverse, no paraban de bailar. ¿Qué era aquello? Decidió girar un poco la cabeza y se encontró de pronto con un trozo de tela marrón clarito, ¿o era un muro, o era piel? ¿Qué era? Guiñó los ojos, procuró pensar con más claridad, aunque era muy difícil mientras recibía golpes sin parar. Pero a la vez se dio cuenta de que los ruidos habían desaparecido, ahora todo era silencio, ¡por fin! ¡Qué tranquilidad!. Abrió su ojo derecho para investigar más y, de pronto, recibió una sorpresa. Se sintió traccionada por unas manos gigantes, que tiraron de su cabecita y la sacaron de aquella gruta en la que debía haber estado mucho tiempo, tanto que no recordaba.

Le dieron la vuelta y comenzó a ver un espectáculo digno de ser contado. El señor de los pies verdes tan grandes la sostenía en brazos, y le decía cosas como si la regañara. El otro señor con los pies verdes, el más nervioso no paraba de repetir: ¡Mira Violet qué guapa es! ¡Todo va a salir bien! Y en la cama de al lado, una mujer con el gesto cansado de haber hecho un gran esfuerzo, similar al que acababa de soportar ella, le contestaba algo como: ¡Ay Matt, qué contenta estoy! ¿Está bien?

Ella no sabía muy bien qué contestar. Todos la miraban y esperaban que hiciera un gran discurso. Pensó rápidamente y decidió comenzar por quejarse del despertar tan brusco que había sufrido, de los ruidos, de los dolores, de la oscuridad de dentro y, para no terminar con malas palabras, agradecer su colchón de agua en el que, hasta ese día, había dormido tan tranquila y feliz. Después preguntaría cuando podría volver a su cama. Y saludaría a esta gente nueva tan peculiar.

María decidió decir todo eso y mucho más. Pero cuando abrió la boca e intentó vocalizar sus pensamientos, tan meditados, se quedó muda de asombro porque lo único que podía pronunciar era : Buahhhh… Buah… Buah… ¡Oh, qué vergüenza! No sabía que le pasaba a su lengua. No podía hablar. Y los señores que estaban ahí mirando, al contrario de lo que ella podía esperar, empezaron a reírse y a llorar de alegría al ver que ella sólo podía decir: Buahh.. Buahh…

¡¡Qué raro!! Cada vez que intentaba decir algo, por más ganas que le ponía, solo obtenía un lamento, un lloro. Curiosamente, en cada ocasión sus espectadores se reían más y más. Y se la cambiaban continuamente de manos. Pero ¿qué estarían pensando? ¡con lo cansada que estaba! Ella solo quería  dormir un rato, que le apagaran la luz y contarles lo que había pasado ahí dentro. Pero aún le quedaban varias sorpresas. La señora que estaba en la cama la cogió con unos brazos muy dulces y empezó a mecerla con mucho cuidado, a un lado y a otro. Dijo que ella era Mamá. María no sabía por qué no era Violet, si antes el señor de los pies nerviosos la había llamado así. Pero si ella decía que era Mamá, sería que aquí la gente se cambiaba el nombre cada dos por tres. Y Mamá la acarició varias veces más, pero lo más increíble fue cuando la apoyó sobre su pecho. Resulta que desde allí María oía los mismos ruidos que antes le habían asustado, pero muy, muy lejanos, y sobre todo, ya no tenía dolor. El señor de los pies más grandes, que se llamaba Doctor antes y ahora, decía que eso no eran golpes, no! Él lo llamaba contracciones: ¡Qué alegría Violet que ya no tenga más contracciones!, dijo. Y María se preguntó de nuevo: pero si no es Violet, es Mamá, o ¿ ha vuelto a cambiar de nombre? ¡Qué gente más complicada!. Sólo abría su ojo derecho. Desde luego no se iba a molestar en abrir el otro ojo para ver cosas tan extrañas. Lo abriría cuando hubiera descansado. Notó cómo volvía el sueño. Estaba a punto de dormirse por completo cuando notó otras manos, también dulces y cariñosas. Le dijeron: ¡Hola María! ¡Soy Papá! Rápidamente volvió a abrir su ojo más atento y se extrañó de nuevo. ¡Ajá! El señor de los pies nerviosos es Papá, aunque a ratos también es Matt, y vete a saber cuántas cosas más. Definitivamente, he tenido bastante trabajo en poco rato. Decidió decirle que gracias por ese abrazo tan cariñoso, pero que quería dormir un poco más. En cuanto empezó a pronunciar la primera letra, volvió a sonar: Buah…Buah… Y según esperaba, Papá puso una sonrisa de oreja a oreja (no entendía muy bien por qué) y, afortunadamente, la dejó en una cunita para descansar. No era su cama de agua, pero tampoco estaba mal. Eso sí, tenía unas paredes a los lados para que nadie la viera mientras estaba allí dormida. Y no había tripitas cerca que hicieran ruidos. ¡Qué bueno era hacerse mayor!

En cuanto pasaron unas horas y se apagaron todas las luces, María se sentó en su cuna, miró por encima de sus paredes y observó cómo Mamá y Papá recibían a un grupo de personas. ¡Estas ya no tenían los pies verdes! Pero seguro que sí tenían nombres raros o cambiantes y, más seguro aun, se reirían en cuanto ella empezara a llorar. Desde luego tenía que encontrar alguna solución a ese problema, descubrir cómo expresarse. Con lo lista que era, no le costaría mucho. Lástima que no hubiera ninguna amiguita de su edad para probar.

Se dedicó a ponerse guapa. Con su manita se repeino sus mechones de pelo negro y decidió que para sus primeras visitas abriría los dos ojos, pondría su mejor sonrisa, y no hablaría nada. Nadie se iba a dar cuenta de lo que no podía hacer. ¡Sería perfecta!


Llegaron unos que eran Abuelos, aunque decían que ellos no querían ser abuelos, aunque deseaban serlo. ¿Veis cómo no hay quien los entienda? y otros que eran Tíos y Tías. Estos tenían nombres raros y largos. Uno era María de la Inmaculada Concepción,….imaginad sí alguien puede quedarse con un nombre con tantas letras después de tanto trajín. Todos empezaron a abrazarme y me dí cuenta de que sólo con abrir los ojos, también sonreían, sobre todo Alvaro y José, porque las dos Tías lo que hacían era llorar, como Papá y Mamá. A estas ya desde el primer día pensé que era mejor llamarles Mari y Onga, a ver si diciéndolo con cariño no lloraban tanto ¿Será que también a ellas les habían pegado como a mí con las contracciones?. ¡Uf! eran demasiadas cosas para 3 horas de vida, ¿no? Decidí relajarme, y eso hice hasta que note algo raro en mi tripita y un olor muy malo y feo. Aquello era como para esconderse y no salir más. Sin embargo, ¡zas! me pillaron, me quitaron el pañal y todos tan contentos porque ¡había hecho mi primera caquita! Llamarían al Doctor que también se alegraría. La verdad es que esta gente se entusiasmaba ante las cosas al revés.

Y pensé que a lo mejor ellos no se daban cuenta de lo lista que yo era y no sabían que me daba cuenta de todo. Y entonces fui yo la que empezó a reírse y a dormir... y a sentirme muy feliz: ¡¡HABÍA NACIDO!!

PS: Gracias Olga por dejarme el cuento. ¡Buen viaje María! ¡Disfrútalo!

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