La pequeña ermita de San Antonio de la Florida, tras su fachada austera, de estilo Neoclásico, alberga una joya en su interior. Su planta de cruz griega, formada por una nave abovedada y una cúpula, está decorada por una de las grandes obras maestras de Goya.
La historia de la ermita se remonta al año 1732, en la que se construyó una primer edificio, obra de Churriguera, próximo a la Puerta de San Vicente, en la que los devotos se reunían a venerar una figura de San Antonio de Padua. En ese mismo emplazamiento se construyó una segunda ermita, en este caso obra de Sabatini. Carlos IV la trasladó en 1792 a su localización actual y encargó la obra al arquitecto italiano Felipe Fontana, que diseñó la ermita definitiva. Los altares son de estuco italiano, rematados por ángeles del valenciano José Ginés. Los cuadros de las capillas laterales son obra de Jacinto Gómez Pastor. Una lámpara de bronce, obra de Domingo Urquiza, orfebre del palacio, cuelga de su centro con cadenas del Toisón de Oro. En 1919 los restos mortales de Goya se trasladaron desde Burdeos para ser enterrados en ella. Se reconvirtió en Museo y se creó una ermita gemela al lado dedicada al culto.
Goya comenzó el trabajo de los frescos en Junio de 1798 y lo terminó en Diciembre de ese mismo año. Fueron 6 meses en las que dio rienda suelta a toda su efervescencia creativa. Es un Goya maduro, recién salido de una grave enfermedad, que le dejó sordo como secuela. Su percepción del mundo era distinta, su visión se había hecho mucho más crítica, y reflejó estos cambios en su trabajo. Desarrolla una interpretación personal del tema, la composición y los personajes que se adelanta a su época y que supone un estudio de la naturaleza humana. Sus pinceladas sueltas y disociadas preludian el impresionismo. Se adelanta al expresionismo con trazos gruesos en los rostros y figuras que recuerdan a sus posteriores pinturas negras.
La técnica que empleó fue la del "Fresco con acabado en seco". En el fresco se emplean colores diluidos que se aplican sobre el mortero húmedo para que quede bien impregnado y se fije al secar. Se utilizan modelos de cartón que Goya modificaba sobre la marcha, usándolos a modo de esbozos, tal era su fiebre creativa. Cada jornada del pintor abarcaba una gran extensión. Pintaba rápidamente, los perfiles resultan casi abocetados, con pinceladas sueltas y transparencias que dotan de "magia" a la composición. El "acabado en seco", retoques realizados sobre el mortero ya fraguado, le permitió realzar y resaltar colores, siempre de una gran riqueza, sin depender del límite de tiempo impuesto por la técnica del fresco.
No recurre a la Mitología. La cúpula está decorada con un milagro popular que el pintor traslada al Madrid de su época: San Antonio resucita a un hombre para que exculpe con su testimonio a su padre, acusado injustamente de su muerte. Un primer círculo de majas, chiquillos, campesinos y, por detrás de estos, una serie de personajes desdibujados, de tez olivácea y gestos de angustia, rodean el perímetro de la pintura, tras una valla, a modo de corso. Contemplan el milagro y su expresión refleja asombro, devoción, reverencia, apatía y también miedo. Murmuran y comentan entre ellos, algunos incluso se asoman y miran directamente al espectador, conectan con él. Los blancos de las camisas, los vitales rojos de las faldas, los azules de los mantos, destacan sobre los tonos apagados y grises del fondo con montes que representan la Sierra de Guadarrama.
La bóveda está decorada con unas hermosas "ángelas", de gran belleza, que descorren unos cortinajes, blancos, dorados y de fondo gris, en contraste con los colores más fuertes de la cúpula, como si pretendiesen mostrar el escenario de un teatro. Lucen vestidos blancos y ligeros, según la moda de María Luisa, con capas más pesadas de tejidos densos, en tonos oscuros y cálidos, que rompen esa suavidad y realzan el movimiento.
Para el ábside Goya escogió un tema bíblico tradicional, el de la Adoración de la Trinidad, y es esa zona la que trató de un modo más clásico. Rostros dulces y figuras con túnicas sueltas que flotan sobre un fondo liso y sencillo, en un suave y luminoso tono de pálido ocre que sustituye al acostumbrado azul celeste.
"San Antonio de la Florida"
Es Goya, pasión y furia.
Pinceladas vibrantes de genio
esbozadas sobre el yeso.
Trazos de luz y de aire,
grabados en el paisaje.
Unión de realidad y milagro,
de fervor, de horror y llanto.
Líneas de suaves contornos
realzan los dulces rostros
de ángeles que, tras las cortinas,
muestran la belleza divina
que guarda la regia capilla.
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