sábado, 31 de agosto de 2013

Babysitter

Ya he confesado en varias ocasiones que carezco de instinto maternal. Hermanísima, que no quiere que tenga defectos, intentó subsanar ese problema con la inestimable colaboración de sus hijísimas. Sobrinísima sacrificó su salud con tal de que su tía fuese a cuidarla con regularidad, a ver si la combinación de tierno bebé y medicina apelaba a mi vocación médica y se despertaba el instinto olvidado. Por su parte, Ciclón optó por llevar a cabo las ocurrencias más disparatadas, que ya se sabe que hay pocas cosas que conquisten igual que la risa. Hermanita y el supersobrino, que sabe cómo camelarse a todo el mundo, también han puesto este verano su granito de arena.

Durante nuestra adolescencia Hermanísima siempre estaba dispuesta a hacer de niñera. Personalmente la idea de soportar a un chiquillo llorando, de forzarle a comer aunque se negara, de entretenerle a base de payasadas y de perseguirle para que no sufriese ningún accidente no me hacía ni chispa de gracia. Salir a pasear con el carrito y echarle un ojo mientras la criatura dormía plácidamente era a lo máximo que llegaba. Sin embargo, en su caso era algo que surgía de manera natural y, no sólo no se agobiaba, sino que disfrutaba con ello. 

A veces en la consulta nos encontramos con madres que acuden con sus críos, no les queda más remedio que hacerlo así. Las pacientes son ellas y puede ser preciso realizar algún tipo de procedimiento que requiera su tiempo. ¿Qué hacer si el niño llora? En general la estrategia a seguir es la de oídos sordos. En ocasiones, si la cura es larga, eso deja de funcionar. 

El otro día mi compañera se encontró en esa tesitura. Apareció una de sus pacientes más complejas con sus dos hijos: un bebé de pocos meses y una niña de 3 años. Afortunadamente a mí me quedaba poca cosa por hacer, casi todo burocracia que podía esperar. El chiquillo tenía hambre y sueño y comenzó con el llanto típico de esa situación. Le puse el chupete, moví un poco el carrito y noté como la chiquilla también deseaba que le prestasen atención (la pobre debía de estar harta de que los mimos se los llevase su hermano). Me puse a hablar con ella, aunque mi conversación con infantes de tan tierna edad es bastante limitada. Afortunadamente tenía unos cuentos que fueron mi tabla de salvación. Mientras mi compañera hacía las curas pertinentes a su madre, yo balanceaba el carrito del bebé con una mano y con la otra sujetaba el libro que le leía a su hermana. ¡Si hermanísima me hubiese visto en esos momentos! Habría estado muy orgullosa. Para cuando terminó la consulta el bebé estaba dormido y la niña no mostraba signos de sentirse relegada a un segundo plano. Al parecer sí que aprendí algo en las clases prácticas con las sobrinas (aunque las pobres pagaron un precio excesivo por enseñarme).

3 comentarios:

Rafa-MrMagoo dijo...

Podias haber aprovechado uno de tus múltiples cuentos en esa situación, aunque veo que resolviste bien, pasadlo bien en vacaciones y descansad...besos

seniora dijo...

Atender a dos a un tiempo y que la cosa funcione es para nota. En la familia hay poco donde seguir practicando, porque el chiquitillo está muy lejos, pero seguro que en el hospital se presentan más ocasiones y hasta le coges el gusto.
Ahora a descansar de las distintas tareas y a pasar muy muy buenas vacaciones.

Carmen dijo...

Pasadlo muy bien e intenta recuperar algún kilillo. Si haces compras y me quieres mandar algo, ya sabes que ahora tengo un vestidor enorme.Jejeje, muchos besos de hermanísima.