Las pobres reinas se veían obligadas a deshacerse de las oportunistas que habían usurpado su puesto. Era una cuestión de Estado de la que dependía quién detentaría finalmente el poder. No se habla de las reinas que triunfaron y recuperaron su trono, entonces todo se quedaba en una conspiración fallida, pero las que lo perdieron definitivamente pasaron de víctimas a villanas. Ese tipo de intrigas constituía la prensa rosa de la época, nada como una leyenda, con todos sus ingredientes, para ganar popularidad.
Las doncellas sabían que la belleza es efímera y que el mejor truco para mantenerla era el descanso. Debían evitar el estress, las tareas domésticas (eso de limpiar y cocinar para siete hombrecitos era un abuso, suponía un precio demasiado caro por tan sólo haberse tumbado sobre sus camas), los paseos por el bosque expuestas a la luz del sol con el riesgo de posibles tropiezos, arañazos, moratones y cicatrices. Si pretendían conservar el título de la más bella no podían caer en los mismos errores que sus predecesoras. Se buscaban un buen lecho, que en ocasiones protegían con un cristal que permitiese admirarlas sin molestarlas, y dormían y dormían.
Sin embargo las leyendas son traicioneras y el boca a boca termina por distorsionarlas. Cuando la historia llegaba a los oídos de los héroes, de esos cuya vocación consiste en salvar damiselas en apuros, las bellas durmientes encarnaban a jóvenes inocentes presas de un hechizo mortal. Sólo el primer beso de amor podía despertarlas. ¿Qué héroe que se preciara era capaz de no emprender esa gesta? Además había que añadir el aliciente de ganar su mano y convertirse en rey. Era una tentación irresistible.
1 comentario:
Que suerte de tener una prima que no solo se acuerda de todos los eventos, festicidades y cumpleaños de familiares, amigos y famosos. Encima nos regala un cuento o un relato o una entrada. No se puede pedir más la verdad. Qué suerte tenemos!
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