martes, 1 de octubre de 2013

Septiembre de vacaciones

La pregunta del verano: ¿Qué vais a hacer en vacaciones? 
La respuesta de Julio: - No sé, todavía tenemos tiempo, no nos vamos hasta Septiembre.
- ¡Pobres! ¿Y vais a aguantar aquí todo el verano?
- ¡Qué remedio! (en realidad Madrid en Julio y Agosto sólo presenta el inconveniente del calor, al igual que casi cualquier sitio, pero en otros aspectos esos meses son, sin duda, su mejor época: menos gente, menos coches, menos agobios).
A principios de Agosto la pregunta es la misma y la respuesta varía poco: - Aún no lo hemos decidido. 

A finales de Agosto la pregunta cambia: ¿Qué tal las vacaciones?
- Aún no nos hemos ido.
- ¿No? ¡Qué suerte! A mí ya se me han acabado ¿Qué vais a hacer?
Nueva respuesta: - Parece que improvisar. 

En Septiembre ya no nos preguntan, salvo algún despistado. Los que nos conocen nos han dado por imposibles. Es hora de actuar, no de dejar pasar los días. ¿Cogemos el coche sin rumbo definido? Es poco práctico. Miramos la web para reservar. ¡Vaya! No tienen habitación para todos los días que queríamos. ¿Qué hacemos? Nos arriesgamos. Si nos sale mal, ya improvisaremos de nuevo, algo encontraremos. 

Viajamos hacia el sur. Primero pasamos por Linares para disfrutar de la familia. Al ir de casa en casa se recorre la ciudad (con sus tiendas). Paso por mis favoritas y contribuyo a su subsistencia con mi granito de arena: Missy, Rocío Iglesias, Muriel, Una de lunares... El ejercicio despierta el apetito, aunque en Linares no hay peligro de pasar hambre. No pueden faltar las tapas y probamos las nuevas del Bamboleo y lo comparamos con su hermano mayor, el Restaurante de los Sentidos. Es fundamental cotejar y y comprobar los resultados a lo largo de los distintos días.

De ahí salimos para Mazagón. Nos aislamos del mundo al lado del mar. La reserva es para sólo unos días, en concreto cinco, con esperanzas de que haya alguna cancelación y prorrogar. Nos llevamos el chasco de descubrir que nuestro restaurante favorito, Las Dunas, está cerrado. Es sólo un susto, al día siguiente está abierto y desde ese momento damos la lata en el Parador para enterarnos de si hay alguna baja. No surge ninguna hasta el día 12. La aprovechamos y, además, nos cambian de habitación. Nos ponen en una en la que da menos el sol, así House disfruta de la terraza a salvo de su alergia. Continuamos con nuestro plan de vida: paseos por la orilla, nadar en la piscina, entrenamiento de ping-pong en el gimnasio del spa, guarecidos en las horas de más sol, comidas en las Dunas, sobremesas, lecturas, siestas, más paseos con puestas de sol, más piscina a última hora antes de la cena y más paseos bajo la luna que en esos días pasa de nueva a llena. Antes de retirarnos, le damos las buenas noches a nuestro mochuelo, que a esa hora acecha en el camino de piedra del jardín, sin faltar, siempre en el mismo sitio. 

Prolongamos en lo posible la estancia pero, finalmente, se nos acaba. Debemos pensar otro plan. ¿Cual? Miramos vuelos a Ginebra para visitar a nuestros amigos y cogemos una oferta (de paso también un catarro). Regresamos a Linares en el camino de vuelta. Tomamos la decisión sobre la marcha, a la altura de Sevilla. El viaje es menos cansado y ofrece más alicientes que ir directamente a Madrid. También sirve para mejorar mi catarro.

Nos quedamos un día largo en Madrid que empleamos en lavadoras y cambios de maleta. Nos marchamos a Ginebra con lo esencial, porque nuestra tarifa no nos permite facturar. Medimos y pesamos las maletas vacías: la mía pesa algo más de 2 kg. El tope estipulado es de 8 kg. Selecciono mudas, pijama, un par de jerseys (para 6 días), unos pantalones, unas mallas y camisetas. Junto con lo puesto tendrá que bastar (por supuesto cuento con repetir cada atuendo). Lleno la bolsa de aseo de muestras diminutas y escojo sólo 3 pintalabios. Añado el Kindle y un par de libros en papel (por si fallase el primero). No cubro el cupo de peso pero es mejor que quede algo de margen. Creo que es una de las veces que he viajado más ligera de equipaje.

Allí paseamos por la Ginebra conocida: la Ciudad Vieja, el lago, el parque de la Grange, la Perle du Lac.. Recorremos nuevos rincones: nos acercamos el sábado al Chateau de Penthes y gozamos de sus vistas, que no de su comida porque nos dijeron que no tenían hueco. Era tarde y optamos por probar un sitio nuevo, El Café de Sources, en la Rue des Sources. Acertamos de pleno. Cierto que el aspecto del lugar es mejorable pero la comida es deliciosa, todo, desde el entrante al postre, estaba perfecto.  Los días previos ya habíamos asaltado el Restaurante de la Comedie, con su tartar flambée, y el de Le Socrate y sus carrilladas. El último día subimos las infinitas escaleras de las torres de la Catedral, conocimos sus techos y las vistas sobre los tejados de la ciudad, nos despedimos del lago y repetimos en el Café de Sources. 

Y ahora Madrid. Las vacaciones se acaban justo cuando te acostumbras a ellas (cosa que no se tarda nada en lograr. Sin embargo, a la rutina, cuesta mucho más hacerse).

3 comentarios:

Manuel Márquez dijo...

Hola, Sol, buenos días; ese itinerario vacacional suena de lo más nutritivo, espero que lo hayais disfrutado tanto como deja sugerir tu relato. Y mucho ánimo, por supuesto, para superar ahora el bache del retorno (eso que los magazines radiofónicos matutinos se han empeñado en rebautizar como síndrome posvacacional, valiente chorrada...); ya nos irás contando...

Un abrazo y hasta pronto.

Señora dijo...

Ánimo y aprovechad lo poquito que os queda de descanso. De todos modos hay que pensar en lo pronto que llega el fin de semana y que se descansa otra vez. Con los ojos puestos en el sábado y el domingo creo que es más llevadero el resto de los días (lo digo por experiencias pasadas, no por mi situación actual, mucho más relajada).

amigademadre dijo...

Me reencuentro con tu blog en directo y estoy encantada. Llevo leyendo entradas y comentando algunas casi 2 horas (me doy cuenta de que he leido en orden inverso de adelante a atrás). Las doy por bien empleadas.
Que tengais MB reencuentro con la cotidianeidad.