miércoles, 15 de enero de 2014

El origen de las vacas endemoniadas - un relato de Titón

Las ocurrencias de mi primo Titón son siempre divertidas y originales. Le pedí que me dejará publicar en el blog el siguiente relato, gracias al cual ganó un concurso al que él resta importancia pero por el que debe de sentirse orgulloso. Cuando lo leí me encantó, como todas sus historias, su humor negro es fantástico. Espero que lo disfrutéis tanto como yo. 

El origen de las vacas endemoniadas - (un relato de Titón)

El estomago volvió a rugirle. Esta vez sus tripas lanzaron un quejido perfectamente audible. Llevaba cuatro días sin probar bocado y su decrépito cuerpo acusaba el ayuno. Añoraba el  tiempo en el que su Amo le proporcionaba alimento. Eran despojos de sus festines pero a Zamonef le encantaba sorber la médula de aquellos huesos. Los aventureros y buscadores de tesoros eran especialmente correosos pero su esqueleto encerraba un tuétano sabrosísimo. Los infelices humanos eran las víctimas favoritas de su Señor. Los aniquilaba con crueldad despiadada. Al último desgraciado lo cogió por sorpresa mientras recogía unos libros en una de las bibliotecas de la catedral. Al entrarle por el gaznate la hoz de la bestia lo había levantado del suelo. ¡Carne fresca! gritó su Amo mientras despedazaba el cadáver con el hacha de su otra mano. El demonio disfrutaba con aquel espectáculo, una verdadera obra de arte, que además luego le permitía saciarse con los restos esparcidos por el suelo.  Los seres como él no tenían muchas probabilidades de sobrevivir, era débil y apenas levantaba un par de palmos del suelo.  Había descubierto que dentro de aquella catedral había muchos de su especie. Los llamaban demonios de angustia. Nacían de la desesperación y sufrimiento que experimentaban los humanos ante el dolor. Se hallaban esparcidos por innumerables habitaciones, subsistían de cualquier cosa y vivían en agujeros.

Se consideraba afortunado. Sin embargo un buen día su suerte fue truncada. Un humano revestido de acero exploraba los primeros niveles de la catedral. A diferencia de los ilusos con los que se topaba habitualmente, su Amo entabló un encarnizado combate de igual a igual. El guerrero acorazado se movía con agilidad y evitaba los furiosos hachazos con sencillez. Aunque le hubiese encantado ayudar a su enorme protector, su enclenque constitución no le permitía levantar ni un cortaplumas. Zamonef presenció como el guerrero rodaba por el suelo para evitar un ataque letal y al alzarse lanzaba un corte limpio que cercenó la cabeza de la bestia. Así acabaron los días del  demonio que lo había alimentado, un aniquilador… un carnicero.

Desde entonces no había comido nada. Su hambre crecía al mismo ritmo que su odio ¿Por qué el humano había tenido que acabar con su Amo? Aborrecía a los de su clase, guerreros arrogantes que luchaban por el bien. Si pudiera levantar una espada o un hacha… se lamentó. Solo necesitaba fuerza…pero los suyos no habían sido favorecidos con ese don. Muchos demonios segregaban saliva venenosa, otros escupían fuego…pero él y los suyos estaban relegados a ser meros parásitos, carne de saqueador o víctimas de sus congéneres más fuertes. Lo único destacable de su fútil existencia era la capacidad de descifrar las palabras impresas en los libros. Desconocía si los demás demonios compartían esa habilidad pero saber leer, desde luego, no le llenaría el estómago.

Los primeros pisos de la catedral se habían vuelto peligrosos con la muerte de su Amo. Muchos saqueadores se aventuraban al interior de las grandes salas para recoger cualquier cosa de valor.  Si al botín podían sumar una cabeza de demonio como muestra de su audacia, pues mejor que mejor.

Refugiado en los niveles más profundos Zamonef descubrió a un extraño sacerdote. En circunstancias similares se  habría escondido en el recoveco más cercano, pero aquel personaje desprendía un aura oscura que lo atraía de un modo irresistible. Lo siguió y lo observó desde la distancia. Tenía hombres y mujeres prisioneros en cuartuchos insalubres. Cada cierto tiempo realizaba rituales extraños. Usaba a los humanos como receptáculos e introducía en ellos esencias demoniacas. Sus víctimas gritaban e imploraban piedad; lo llamaban Lázarus. Sus cuerpos se retorcían y adoptaban formas horrendas. Algunos se alzaban con una fuerza increíble, y terrorífica. El tal Lázarus denominaba este fenómeno como posesión y anotaba frenéticamente sus resultados en un enorme libro, con las tapas tan negras como su alma.

Aquel libro se convirtió en la obsesión del enjuto demonio. Una profunda curiosidad lo atraía hacia sus páginas, superando incluso al doloroso apetito que arrastraba de días atrás. Un día el sacerdote se ausentó durante un largo tiempo, un jovencísimo prisionero había atraído poderosamente su atención. Fue entonces cuando Zamonef se atrevió a hojear el tomo negro. Una frase cambió su existencia; "Todos los demonios tienen la cualidad de entrar en los cuerpos de otros seres y manejarlos a voluntad". Encontró detalles interesantes para realizar el proceso y un tenebroso plan se tejió en su cabeza.

Aquella noche el demonio salió por primera vez de la catedral. Tenía que poner en práctica lo aprendido en el libro de Lazarus. De ser cierto, podría doblegar alguna criatura bajo su voluntad. Asustado, topó de frente con unas empalizadas. En la penumbra unas enormes bestias parecían descansar sobre cuatro patas. Eran aterradoras y estaban armadas con unos cuernos fabulosos. Tanteó su voluntad y Zamonef se sorprendió al comprobar la escasa resistencia que presentaban. Se arrastró hasta un ejemplar gigantesco que casi doblaba en tamaño a las demás. Haciendo acopio de todo su valor, se plantó delante del coloso y procedió. Se convirtió en humo negro y se introdujo por su boca. Entre convulsiones los miembros del animal se alargaron hasta alcanzar una longitud antinatural, sus músculos se hipertrofiaron y se alzó sobre sus cuartos traseros. La posesión había funcionado.

Zamonef caminó torpemente con su nuevo cuerpo. Centró su atención en una enorme hacha clavada en un tocón de madera. Se dirigió a ella y la levantó sin esfuerzo con sus manos apezuñadas. Su plan acababa de comenzar.

El siguiente paso sería formar un ejército. Pensó en la cantidad de demonios a los que podría enseñar a tomar el cuerpo de las bestias cornudas. Necesitaría tiempo pero crearía su propio clan, sería su líder, sería su Rey. Reuniría objetos brillantes, un cebo con los que atraer a los estúpidos aventureros y saqueadores a sus dominios. Una vez embaucados les daría la muerte más horrible que pudiese imaginar. Volvería a masticar huesos humanos. Quiso reír de satisfacción pero de su garganta brotó un lastimero: "Muuuuuuuuuuuuuuuuuuu"

4 comentarios:

Señora dijo...

Es muy imaginativo, divertido y con un cierto toque de ingenuidad que pone una nota humana en el relato. Me ha resultado de lo más entretenido. Sería un guión estupendo para un corto cinematográfico

House dijo...

Estupendo relato. No termino de entender por qué no iba a encajar con el blog, de acuerdo que no se refiere a nadie de la familia, supongo, pero como ha dicho la Señora, es muy imaginativo, divertido y está bien escrito. Tiene esa fluidez que hace que lo leas fácil y en un respiro y según termina, te quedes con ganas de saber qué más pasa.
Según lo leía estaba viendo las imágenes de un cómic o una película de animación.

José Miguel Díaz dijo...

Muchas gracias por vuestros comentarios, Señora y House. Me alegro de que os haya divertido el relato.
Grumpy las las ilustraciones quedan geniales...la de la vaca con los planos es buenísima.
Besos

Anónimo dijo...

Que decir más? Titón siempre nos sorprende con su originalidad y anécdotas las cuales si no las hubieras contado, groumpy y publicado el cuento no hubiera conocido, eso que estuve comiendo unas judías que me hizo, riquísimas el otro día, en su casa. Muy entretenida, tenía ganas de saber qué pasaba ya que me la había tenido que dejar medio leer.
Respecto a las ilustraciones, no sé dónde las sacas y cómo te las apañas para estar tan acertada. Pal