He pasado muchas Nocheviejas en el hospital. La primera fue de R1 (residente de primer año) y además supuso mi primera guardia sola, sin un adjunto que me supervisara. Con mi gran experiencia, el panorama que les esperaba a los pobres pacientes no era precisamente el más alentador, aunque peor habría sido no contar ni siquiera conmigo. Afortunadamente no pasó nada grave, o que no supiese manejar, el mundo está demasiado ocupado con los preparativos de la noche como para que nadie se plantee perder su valioso tiempo en Urgencias salvo por causas de fuerza mayor.
En el hospital se celebra la Nochevieja. Se organizan grupos de cenas entre los equipos de guardia y se reúnen los diferentes servicios para montar un pequeño banquete entre todos. El ambiente es casi familiar, a fin de cuentas el hospital es un segundo hogar, del que se sale poco. El primer requisito es un despacho en el que juntarse, aunque a veces el lugar no se decide hasta el último minuto. El reparto de viandas consiste simplemente en que cada uno trae lo que le apetece y con ese sistema siempre hay de sobra. Se acuerda una hora, alrededor de las 10 de la noche, para empezar el festín. A partir de ahí se desarrolla una cena un tanto atípica en la que los protagonistas, con frecuencia, son los buscas.
Recuerdo un año en el que según llegamos a nuestro punto de encuentro, la sala de reuniones de Cirugía Vascular, le sonó el busca al dueño de la habitación. Se trataba nada menos que de la gran emergencia vital de vascular: un aneurisma de aorta abdominal roto. Todos los convidados nos quedamos en el despacho e hicimos los honores pertinentes a la cena mientras que nuestro anfitrión salvaba, en ayunas, la vida del enfermo en quirófano. Fue el año en el que transmitieron las campanadas a tiempo real, se olvidaron de los 3 segundo entre una y otra, y más de uno se atragantó con las uvas. Aunque no fuese el mejor modo de empezar el año, no se podía escoger un sitio mejor en el que atragantarse, rodeado de médicos, la mayoría con su cursillo de emergencias, al lado de un otorrino y con los intensivistas a mano, mal se tenían que poner las cosas para que la vía aérea de cualquiera de los presentes corriese algún peligro.
Esperamos al cirujano vascular. Amenizamos el tiempo con brindis y champán a pequeños sorbos, aunque tres horas dan para muchos tientos. Convenimos una nueva franja horaria a su regreso y, a las 3 de la madrugada, tocamos las 12 campanadas golpeando un cuchillo contra una botella de champán, por supuesto al mismo ritmo que las del reloj la Puerta del Sol. Brindamos de nuevo por la salud de su paciente y por la de todos los enfermos del hospital. Sí, sé que son demasiados, por ese motivo brindábamos por su salud, para que ninguno se pusiese malo esa noche. Ahí no terminó la fiesta, faltaban las visitas a las plantas y al resto de los servicios para felicitarles el Año Nuevo. En todas partes te ofrecían champán, solo o con sorbete de limón en el caso de los traumas. Es posible que llegase algún cliente a urgencias pero los que aún conservasen media neurona seguro que escaparon sin intención de regresar, ya irían el día 2 a su Centro de Salud donde les atendería un médico sobrio, y seguramente resacoso. Los que tenían perjudicada hasta su última neurona aprovecharon la sala de espera para dormir la mona. Si oyeron algún Asturias patria querida en la sala de médicos lo achacaron a los delirios del alcohol (y tenían razón).
PS: No os asustéis, puede que haya exagerado un poquito.
2 comentarios:
Oye prima! Pues no está nada mal como os lo montái, dan ganas de ir pero no como paciente, lógicamente. Lo tendremos muy en cuenta para no ponernos malos justo ese día,,, jjj .bs Pal
Hola Sol, buenos días; no te puedes imaginar lo que me gustan estos 'testimonios de intramundo' con que nos sueles regalar: instructivos y entretenidos a la vez. Come il faut...
Un abrazo y hasta pronto.
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