"Me pregunto si las estrellas se iluminan con el fin de que cada uno pueda encontrar la suya." El Principito.
miércoles, 29 de enero de 2014
Un guardarropa de cuento
A los autores de cuentos clásicos les habría venido muy bien disponer de un asesor de moda o, simplemente, ser mujeres. Sus protagonistas tienen algo en común: durante una fase de la historia su aspecto es el de auténticas zarrapastrosas. De ello se deduce que los conocimientos tanto de moda como de la psique femenina no eran el fuerte de los escritores, aunque en lo referente a imaginación a la hora de idear disfraces no tenían parangón. Seguro que triunfaban en Halloween.
A la pobre Cenicienta la cubren de cenizas de los pies a la cabeza. Supongo que semejante aspecto disuadió a su hada madrina de presentarse antes. No estaba segura de si, la que se suponía era su ahijada, había sido intercambiada por una cría de bruja llena de mugre y de canas. Hasta que los ratones, más puestos en tendencias que el autor, no le cosieron un bonito vestido a la chica, el hada no salió de dudas. Para entonces había perdido mucho tiempo y, con las prisas, actuó precipitadamente. ¿En qué estaba pensando, si es que pensaba en algo, cuando calzó sus pies con unos zapatos de cristal? ¡y con tacón! ¿Es que no se le ocurrió ningún calzado más propicio para asistir a un baile? No me extraña que a medianoche la protagonista huyese y abandonase por las escaleras el maldito escarpín (el otro le iba más justo y no consiguió quitárselo).
La Bella Durmiente debió de sufrir lo indecible acostada, sin moverse, durante nada menos que cien años, en su vestido de época. Salvo que, al igual que a Aquiles, la hubiesen bañado al nacer en el río Estigia lo normal es que la narcoléptica princesita se despertase con el cuerpo lleno de llagas. Corsés, ballenas, enaguas y miriñaques nos aseguran que no era tan delicada como la princesa del guisante, que no pudo conciliar el sueño por culpa de un guisante escondido debajo de veinte colchones y veinte edredones (aunque dudo que nadie se arriesgase a dormirse encaramado a semejante torre). A esa tierna criatura le soltaron tal aguacero encima que de su vestido sólo sabemos que quedó hecho un pingajo.
A la misma estirpe invulnerable que la Bella Durmiente pertenecía la cuidadora de gansos, cuya rebeldía la llevó a rechazar las presiones de la moda. Seguro que su armadura de juncos la protegía de los ataques de sus animales. Es la única justificación razonable de su indumentaria. No eran prendas ni bonitas, ni cómodas, ni favorecedoras. ¿Quién sabe? Quizá sólo pretendiese ser original para llamar la atención. ¡A fe que lo consiguió! y, dado el final del cuento, con mucho éxito.
Con Piel de Asno se excedieron. ¿Bajo los efectos de qué sustancia concibieron un borrico que cagase monedas de oro? ¿No había una manera más refinada de acuñar dinero en ese reino? En cuanto se les pasó el delirio los mismos autores fueron conscientes de la magnitud de aquel disparate y optaron por poner fin a la existencia del bicho. Aún no debían andar muy finos porque eso de sacrificar al pobre animal (¿qué culpa tenía de haber nacido?) a manos de la princesa no se ajusta al talante de la dulce damisela. En su desvarío la llevaron a exhibir aquella piel a modo de abrigo, para colmo sin curtir. Ignoraban que ninguna mujer que se precie, por muy desesperada que esté, se cubriría con semejante atuendo.
Los escritores no sólo desconocían la moda y la mente femenina, tampoco daban la talla en lo referente a la alta costura masculina. El mejor ejemplo de cómo sacarle partido a la falta de ideas se muestra en el traje nuevo del Emperador. El autor no encontró nada suntuoso que ponerle, lógicamente no le valían los harapos habituales o le habría dotado de un guardarropa bien surtido. La decisión final fue salomónica: ni lo uno, ni lo otro. Se acepta que la naturaleza es sabia y nunca se equivoca y, no obstante, pocos se atreven a exhibirla al desnudo. Tras esta reflexión la deducción lógica sería: ¿qué mejor traje que la propia piel? Y disponían nada menos que de un emperador para encarnar al embajador de esta corriente. Para vergüenza de su abanderado, el plan no funcionó. El monarca nada pudo hacer frente al decoro impuesto por Adán y Eva en el Primer Libro.
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2 comentarios:
Curioso, agil, evocador, con sentido del humor. Así he visto tu entrañable cuento Brujita.
Muy divertido. yo también me preguntaba siempre ¿Cómo olerán todas esas princesas llevando esa ropa todos los días? Recuerdo que siempre me ha encantado el cine y hay una edad en que la realidad y la ficción están en un punto intermedio y siempre pensaba: Si lleva días y días con la misma ropa ¿Por qué no se le mancha? ¿Por qué las actrices se levantan tan guapas con el pelo colocado y el maquillaje? ¿Qué hacen cuando les viene la regla en el desierto? ¿Por qué no les crecen los pelos? A mis diez, doce años, estos temas me intrigaban muchísimo. La verdad es que preferiría no haber conocido nunca las respuestas, ese mundo mágico era más divertido.
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