- ¿Rezamos un rosario? - le preguntó la tita Mercedes a la Baronesa.
- ¿Otro?- se asustó el tito - ¿No sería mejor dejar descansar al Señor durante un rato? Al pobre le deben pitar los oídos.
- Nunca se reza lo suficiente - le contestó su mujer.
No tenía escapatoria, tendría que escuchar un nuevo rosario. Sin duda, en ese viaje llevaba acumulados méritos y rezos de sobra para ganarse el cielo.
El pobre tito no sabía que, en cierto modo, era el culpable de aquella situación. Había pisado un poco el acelerador, sólo un poco, lo suficiente como para valorar la capacidad de respuesta del coche. En ese instante sus tres pasajeras habían agarrado sus rosarios y comenzado sus oraciones. Cien kilómetros después, y tras otros tantos padrenuestros, los misterios ya no entrañaban nada misterioso para él. ¡Quería una tregua! Necesitaba un descanso.
- ¿No os apetece parar a tomar un cafecito? - propuso.
- Pues yo sí me tomaría unas hierbas - accedió la Baronesa.
Su hijo sonrió. La palabra de su madre era ley y sólo quedaba la cuestión de escoger un lugar en el que parar.
- En ese bar hay muchos camiones- le indicó su esposa. - Seguro que se come bien.
Sin fijarse demasiado en el local, su marido enfiló el coche hacia el aparcamiento. Como correspondía a un caballero de alcurnia, ayudó a las damas a bajarse y les ofreció su brazo. Los cuatro se encaminaron hacia la puerta y entraron en la sala. No había mucha luz pero sí abundancia de sofás y reservados. Resultaba muy agradable. Enseguida corrió una mujer a recibirles.
- ¡Qué amables!- comentó la Baronesa al resto - no hacía falta que nos atendiesen tan deprisa, la pobre está sin respiración y eso sin contar que apenas le ha dado tiempo a vestirse del todo.
- Buenas tardes - les saludó la muchacha con gesto interrogativo.
- Buenas tardes - respondió el tito. - ¿Tienen infusiones de hierbas?
La cara de la camarera se transformó en un poema.
- ¿Infusiones de hierba?- repitió.
- Sí, nos valen unas simples manzanillas - aclaró la tita.
La joven se inclinó sobre el tito y bajó la voz.
- Discúlpeme- dijo - pero creo que no se han dado cuenta de dónde están.
El tito miró a su alrededor y prestó atención a los detalles. Se percató entonces de la luz roja sobre la puerta y de las cortinas en los reservados, también de la pequeña pista de baile con una barra en el centro.
- Cati, Cati - susurró - ¡vámonos! que esto es un puticlub.
Cati abrió unos ojos como platos y, en su precipitación, casi empujó a la Baronesa hacia la puerta.
- No me encuentro bien - se excusó. - Necesito un poco de aire. Creo que es mejor que salgamos y reemprendamos el viaje.
La tita y la abuela se miraron extrañadas, sin comprender aquellas prisas. Lo cierto es que no cabía discusión posible, su chófer ya estaba fuera y les sostenía la puerta. Subieron al coche y, al arrancar, comenzaron un nuevo rosario. El tito se conformó, y hasta rezó un padrenuestro. Esta vez le iba a costar ganarse de nuevo el cielo.
3 comentarios:
No conocía esta anécdota pero si a todos los protagonistas por lo que me he ido imaginando la cara del tito, de las titas y de la abuela ¡Me parto! ¡Muy bueno!
Una anécdota muy simpática para no olvidarla y recordarla de vez en cuando echando unas risas. Magnífica entrada. Saludos, manolo.
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