viernes, 28 de febrero de 2014

Cuestión de genes

Hermanísima nunca se imaginó que tenerme de hermana le iba a servir de entrenamiento para su maternidad. No es que yo le permitiese desarrollar su instinto maternal conmigo, con ser su hermana me bastaba, aunque sí que le daba carta blanca para que practicase con todos los bebés que quisiera. Personalmente me limitaba a cumplir con el protocolo de alabar a la criatura para, después, dejársela entera a ella. Le permitía disfrutar a su gusto, y sin intención de entrometerme, de los biberones, pañales y llantos que van incluidos en el lote. Su principal víctima fue hermanita que, afortunadamente, siempre ha sido muy sociable y solía soportarlo con estoicismo.

A pesar de las prácticas, la llegada de sobrinísima supuso la prueba de fuego. La chiquilla era preciosa, tanto que la gente se paraba por la calle a admirarla. Eso sí, mejor que no esperasen ninguna carantoña de aquella muñeca porque se iban a quedar con las ganas. El bebé había heredado los mismos genes de hurón que su tía.

Hermanísima no tardó en comprobar que no es lo mismo tener una hermana independiente huraña que una hija dependiente con ese mismo rasgo. La peor hora era la de recién levantada. Cierto que tenía su justificación: la pobrecilla dormía fatal y respiraba peor. Despertarse de buen humor tras una nochecita toledana no son eventos ligados. El diagnóstico: había que operarla para que descansara.

El anestesista no tardó en darse cuenta del percal de la criatura con la que le tocaba lidiar y la premedicó en el antequirófano con una buena dosis de Dormicum. Desde entonces ese jarabe se conoce en la familia como el elixir de la felicidad. Oír exclamar a sobrinísima ¡cuánto me gusta este hospital! ¡cuánto me gustan estos médicos! hizo que hermanísima pidiese una botella de aquel preparado milagroso para su casa. Creo que, si se la llegan a dar, me habría medicado a mí también.

Sin embargo la solución no estaba en las drogas, tema que quedó claro con el expolio que la cría armó durante el paso al interior del quirófano, a pesar de llevarla su tía en brazos. El hospital dejó de ser un lugar agradable y tranquilo, al menos hasta que la asustada fiera se durmió.

De momento parece que es cuestión de paciencia, algo en lo que hermanísima esta entrenada gracias al hermano y a mí. En mi caso, a pesar de mi carencia absoluta de esa virtud, congenio muy bien con sobrinísima. No es por una cuestión de afinidad sino de confianza: es incapaz de engañar. Esa gran virtud asocia un problema en su caso: el haber heredado de hermanísima el decir siempre lo que piensa y protestar cuando no está de acuerdo (sí, ese rasgo es de su madre). No estuvo conforme con tener que dejar España, y su pequeño círculo social, para marcharse a San Antonio. Se quejó en su momento, aunque sabía que la decisión estaba tomada. Quiere volver y, todos los días, por si a alguien se le olvida, se lo recuerda a sus padres. Una vez que regrese que nadie piense que va a llevársela de nuevo, que ella se queda aquí aunque tenga que plantarse, literalmente. Su sinceridad reivindicativa convierte su actual etapa de adolescencia en una época algo complicada. Supongo que ningún hurón, ni sus familiares, pasaron por una adolescencia fácil.

2 comentarios:

señora dijo...

Hoy hemos empezado con mejor pie. Ya ayer dijo que sin sus amigas el cumple iba a ser poco menos que una porqueria (no tiene acentos este teclado), pero esta mañana los regalitos y el cariño de ausentes y presentes ha hecho que todo vaya transcurriendo en buena armonia, sin añoranzas ni deseos imposibles. Se presenta bien la cosa...... que siga.

House dijo...

¡Feliz cumpleaños, sobrina! Aunque no seas de carantoñas, un abrazo fuerte.