miércoles, 12 de marzo de 2014

En el quirófano de torácica

En mis últimos meses de residente me llamaron al busca para echar una mano en el quirófano de cirugía torácica. Se trataba de un caso programado, un cáncer traqueal con afectación de la glándula tiroides que habíamos comentado en sesión. Sabíamos de antemano que nos avisarían cuando llegara el momento de quitar la laringe de la paciente.

El primer cirujano era el jefe de Cirugía Torácica. Me lavé, me revestí con toda la parafernalia estéril y me dispuse a intervenir. Me encontré con un problema: aunque no era su campo, y no estaba habituado a esa técnica en concreto, el jefe estaba más dispuesto a continuar en el papel de cirujano principal que a asumir el de ayudante. Dos que dan órdenes a la vez difícilmente se pondrán de acuerdo y un quirófano no es lugar para tonterías. Todos los presentes se quedaron de piedra cuando abrí la boca, con mi diplomacia característica: "O lo haces tú, o lo hago yo pero, sí eres tú quien lo hace, tienes que seguir mis indicaciones." Creo que durante un instante nadie respiró. Aquel hombre tenía fama de temperamental y esperaban que me echase de allí con cajas destempladas. Sin embargo reconoció la sensatez de mi planteamiento y me entregó el bisturí eléctrico. Sólo me impuso una condición: "Sé rápida".

No repliqué. Agarré el bisturí y corté. La traquea estaba liberada a nivel del tórax por lo que sólo me quedaba la región superior y los lados. No me entretuve. Lo primero era seccionar la zona superior por debajo del hueso hioides hasta alcanzar la base de la lengua y entrar a la faringe por la valécula. Una vez expuesta la vía aérea superior, agarré la epiglotis con una pinza de allis que le di a mi nuevo ayudante para que tirase y me tensase los tejidos. Corté el constrictor inferior faríngeo (un músculo de la deglución) a ras del borde lateral del cartílago tiroides. Agarré el allis con la epiglotis y le ordené a mi asistente que cortase el constrictor de su lado, igual que había hecho yo. Luego, con un despegador (el que tenían era para costillas pero en mis circunstancias me vino bien, me hizo avanzar más deprisa), separé la mucosa de los senos piriformes para preservarlos y tener tejido con el que cerrar después (de esa manera la nueva faringe quedaría amplia y la paciente no tendría problemas para tragar). Comprobé que los pedículos tiroideos estaba bien ligados y que todo se movilizaba. Terminé de separar la traquea del esófago y uní la parte cervical con la torácica para extraer la pieza. Fueron seis minutos de cirugía. Justo al terminar apareció uno de los adjuntos de mi servicio que apenas pudo pronunciar un "¡¿Ya?!" antes de lavarse para sustituir al torácico y ayudarme a coser la faringe. "¡Y has preservado los senos piriformes!" comentó mientras tanto.

La cosimos a conciencia e hicimos bien. Aunque dijimos que la enferma no podía tomar nada por boca, sólo por sonda, hasta que cicatrizase por completo, unos diez-doce días, para asegurarse de que todo iba como debía, el noveno día le hicieron tragar una papilla de bario para valorar por rayos la progresión de la herida. Afortunadamente no había fístula y la paciente no tuvo que esperar más para empezar a comer.

Por cierto, aquel jefe de torácica le comentó al mío que podía enviarme a su quirófano cuando quisiera. Debió de gustarle el ejercer de ayudante.

2 comentarios:

señora dijo...

Diez en eficacia y cero en diplomacia. Menos mal que en este caso lo que importaBensonba era lo primero. Espero que en el caso de Hermanita la cosa esté más equilibrada.

comas dijo...

BRAVA! ... que dicen los italianos.