sábado, 10 de mayo de 2014

Abuelas primerizas en Canadá (por la Señora)

Estos recuerdos tan entrañables son un precioso regalo de cumpleaños de la Señora. Gracias. 

Aunque una no se lo proponga, cuando llegan estas fechas de mayo la evocación de las vivencias canadienses se hace muy presente y entonces  es mejor darle forma y ofrecerla como obsequio de cumple a la artífice del blog. Este año, cuando se acaba de producir la desaparición de la última de las dos abuelas, el hecho que más se ha venido a mi memoria ha sido la estancia de mes y medio que compartimos con ellas en nuestra casa de Montreal y sobre ello trataré de apuntar algunos detalles.

Actualmente las comunicaciones con cualquier parte del mundo están tan al alcance de todos que un viaje a Canadá no tiene nada de extraordinario, pero en aquellos años el otro lado del Atlántico se veía muy muy lejos, y Canadá.... no digamos. Por otra parte un viaje en el que los maridos se quedaban con la prole (aunque hubiera servicio que ayudara) y las esposas se aventuraban allende los mares requería también su puntito de atrevimiento. Pero las dos eran decididas y enseguida tuvieron claro que ellas no se perdían el nacimiento de su primer nieto (que luego resultó ser nieta), aunque llegaran un poco tarde. Con su innecesaria ropa de abrigo, en la que iban chorizos de extranjis, y un montón de pertrechos para la criatura, las dos tomaron el avión y antes de darse cuenta las siete horas de viaje se les habían pasado repartidas entre bebidas y comida (eso sí, de mejor calidad que las de ahora). Ya estaban en el nuevo continente.

Al principio, de la casa les llamó mucho la atención el horno y el frigorífico tan enormes, mientras que parecía mentira que hubiera unos tabiques tan malillos. De la calle las ardillas eran un entretenimiento continuo, pues había varias en los árboles de la calle y llegaban hasta el balcón de su cuarto, donde a ratos se instalaban. El paisaje tan inmenso, tan verde, con tanta vegetación, con tantos lagos, les resultó fascinante y más acorde con la idea mítica que tenían de Canadá. Por eso siempre que podíamos salíamos a primera hora de la tarde (si el tiempo no amenazaba tormenta, y para evitar los mosquitos, pues son muy frecuentes allí en primavera) y recorríamos en coche aquellos alrededores de enormes extensiones de praderas.

ero esto no lo podíamos hacer todos los días, así que cuando no había excursión y tocaba vida hogareña, con la nieta como eje y más o menos aceptado el horario canadiense -con aquellas cenas a media tarde como si fuese hora de merendar- la actividad cotidiana de las dos abuelas se fue haciendo de lo más peculiar. Había un supermercadito cerca de casa, considerablemente más caro que otros de mayor extensión, donde la abuela Carmina hacía sus pinitos en francés y las dos se sentían felices porque el dueño, un judío de lo más cuco, las atendía con toda paciencia y dedicación hasta saber lo que les podía vender. De ese modo cada dos por tres llegaban a casa con nueces, fruta y todo lo que se les ocurría "muy barato", si no se traducía a pesetas, claro,  pues el cambio entre dólares y pesetas no acababan de cuadrarlo. En otras ocasiones se daban sus paseos por el barrio y nos hablaban de gentes -había muchos hindúes-  con las que llegaban a hablar, aunque no se entendieran con las palabras, así como de edificios y lugares que les resultaban llamativos y despertaban su curiosidad. Uno de ellos era la sinagoga. Muy intrigadas las tenía aquel lugar en el que daba la impresión de que no había presencia de mujeres, así que, debieron de pensar que como lo tenían tan cerca, no se iban a quedar con la duda de cómo era una sinagoga por dentro. Por supuesto que los demás nos enteramos con total precisión del candelabro, dependencias y decoración del recinto sin que faltara detalle. Se lo pasaban la mar de bien. Una tarde sí y otra también se iban a su paseo y a la vuelta nos comentaban su peculiar vivencia de la ciudad, hasta el punto de que cuando hizo falta comprar unas planchas congelables para aplicarme en el pecho por una mastitis, la abuela Carmina se fue a la farmacia y, con su francés del colegio, fue capaz de volver con el encargo.

Estas cosas cosas tan sencillas que constituyeron el día a día canadiense (la visita a las cataratas del Niágara merece capítulo aparte), cuando las hemos referido los más jóvenes tenían un carácter claro de anécdota sin más, pero con el paso del tiempo, cuando las dos protagonistas hablaban de esta experiencia -y siempre hacían referencia a ella en sus llamadas de felicitación mutua por santos o cumpleaños- la contaban como un hecho muy especial en sus vidas, que tenía el aura mítica del lejano país en el que ellas fueron capaces también de dejar la impronta de su carácter.

3 comentarios:

Elvis dijo...

Muchas felicidades tita sous, estoy segura de que has disfrutado mucho de tus dos historias. Un beso fuerte,

Anónimo dijo...

Me ha encantado!Muchas felicidades, prima, y disfruta mucho de tu cumple. Besos.
Sole

Anónimo dijo...

Preciosa entrada de La Señora. Es un precioso regalo de cumple y no me cabe duda que para las dos abuelas fue un buen regalo también. Mi hermana además era una monada y una niña buena, dormilona y tragona por lo que todos encantados.