lunes, 19 de mayo de 2014

Acampada scout

Aunque había ido de campamento, lo había hecho con la parroquia de Valladolid y la acampada consistía en instalarnos durante 2 semanas en un colegio de maristas. Las habitaciones eran enormes, con camas, literas y triliteras. Disponíamos de piscina, campo de fútbol, balonmano, comedor, cocina, baños y otros lujos asiáticos que hacían la estancia más fácil. Las marchas consistían en recorrer una distancia limitada, sin hazañas ni destrozarse los pies, bastaba con llevar agua.

Mi primera experiencia de acampada en tiendas de campaña fue gracias a los scouts de Madrid, aunque no sé si es algo que habría agradecido no experimentar jamás. Sin duda resultó inolvidable: nos fuimos a la sierra en pleno invierno. Además de la mochila, equipada para todo el fin de semana, con su aislante y su saco de dormir, teníamos que cargar con la comida y la tienda. La tienda era un amasijo de lonas, cuerdas y hierros que pesaba un quintal y que luego había que montar, una tarea nada agradecida que nos obligaba a tirar, tensar y meternos dentro para colocar los ejes. Cada entrada y salida implicaba limpiar el sueño con paños de papel higiénico. En teoría las tiendas tenían cabida para 8 personas, eso sí, como piojos en costura. Dada la temperatura exterior nocturna, que alcanzó los 10 bajo cero, se agradeció el apiñamiento, aunque supusiera no moverse so pena de clavarse los codos y las rodillas de las de al lado, además de todas las piedras y demás irregularidades del suelo, de las que el aislante no protegía.

Al día siguiente amanecimos medio congelados, igual que el aceite con el que pretendíamos cocinar el desayuno. Casi lo agradecí. La noche anterior habíamos cenado deliciosas empanadillas rellenas de azúcar, al parecer uno de los grandes manjares de esas acampadas. A pesar del éxito del que gozaban, no se las recomiendo a nadie. Por si eso no bastara, había llovido. Lo de encender un fuego con la leña empapada, a pesar de conocer todas las técnicas para hacerlo sin cerillas, era impensable. La mayoría de los excursionistas nos levantamos con tos y algunos hasta con fiebre. Nuestro botiquín consistía en vendas, tiritas y alcohol, no disponíamos de otros tratamientos, y dadas las condiciones incluso eso sobraba. No se necesitaba frío local para bajar la inflamación de las articulaciones, bastaba con exponer el miembro al aire ambiente. Las friegas de alcohol para la fiebre empezaban a surtir efecto desde el momento de descubrir la espalda.

La mañana consistió en limpiar y recoger. No sé la cantidad de rollos de papel higiénico que pudimos restregar sobre el suelo de cada tienda hasta retirar todo el barro, lo que sí sé es que es una técnica de limpieza agotadora. Una vez todo empaquetado, iniciamos el regreso. Si la ida nos había parecido mala, la vuelta fue un infierno: cuesta abajo, con llovizna, por caminos mojados, agotados, enfermos e igualmente cargados.

Después de pasar por aquel trance lo lógico habría sido no desear repetir. Hermanísima, poco dispuesta a sufrir, se escabulló del campamento de verano. Sin embargo yo me pasé allí dos semanas gloriosas que ya contaré en otro post.

5 comentarios:

Señora dijo...

¡Hay que ver el entusiasmo que despertaron en vosotros los scouts! Después de comprar todos los apechusques imprescindibles para la acampada y que yo esperaba os llenara de entusiasmo por la sierra madrileña, aquello fue un fracaso total. Salvo contemplar desde casa las cumbres nevadas en invierno, la experiencia serrana después aquellas excursiones no contó en absoluto con vuestro favor. No llegastéis siquiera a deslucir los uniformes.

canela988 dijo...

Hola sol, me ha gustado leer los recuerdos de tú experiencia montañera pero seguro que con el paso del tiempo se ha dulcificado y aun así no resulta apetecible.
Gracias por compartir. Un cordial saludo.

Anónimo dijo...

Desde luego mi uniforme se quedo nuevecito. ¡Con lo bien que se duerme en una cama! Entre la cadena de mandos que nos ordenaban todo el rato lo que teníamos que hacer, las cancioncitas semi-fascistas, el sufrimiento, aquellos pantalones tan horribles acompañados de unas no menos horribles chirucas, el montón de penurias de esa primera acampada y la cantidas de niñas tontas por cm cuadtado; mi retirada fue inmediata.

Elvis dijo...

¡Ay qué bueno! Y pensar que mi única experiencia en tienda de campaña fue para ir a las fiestas de Cartaya y dormíamos en el camping frente a la playa. El problema no fue el frío, sino la colocación de las tiendas, ya que las 4 campistas nos fijamos en la sombra al poner la tienda (las 19h) sin pensar en dónde estaría el sol por la mañana. Al año siguiente volvimos a la feria pero alquilamos una casa en el centro de Cartaya.

Ysabel dijo...

No se como lo haces, pero tus relatos siempre consiguen sacarme una sonrisa...aunque el día no haya sido bueno.
Gracias por compartirlos!
Ysabel