"Bip-bip-bip-bip-bip" El busca suena con insistencia. Busco un teléfono para responder pero antes de encontrar un aparato libre una de las adjuntas de urgencias se acerca a mí.
- ¡Ha venido el Dalai Lama! - me dice sin aliento.
¿El Dalai Lama? ¿Qué le pasará? No creo que haya equivocado el hospital con un templo, el guirigay de la urgencia no se presta precisamente a la meditación, aunque a Dios se le invoque con frecuencia. El sonido más parecido a "Ommm" es la alarma del box de Rea, y todo es mucho más tranquilo cuando no suena. Si hay que repetirse algún mantra ese sería "no pierdas la calma, no pierdas la calma", eso sí, sin sentarse ni levitar, sino con los ojos bien abiertos y sin parar de correr por los pasillos.
El lama es, justamente, el motivo de mi llamada. Los médicos que hacen corro alrededor de la puerta de mi box, dispuestos a no perder detalle del evento, me abren paso cuando llego. En el interior me esperan dos monjes, ambos ataviados con túnicas de color azafrán. Por fortuna uno de ellos actúa de interprete. El otro es el causante de revuelo, aunque no tardo en enterarme de que no es el Dalai sino su representante en este viaje: un venerado Rimpoché. Independientemente de su jerarquía, para mí es mi paciente.
- Buenos días - saludo, y enseguida voy al grano. - Cuénteme qué le ocurre.
La voz que me responde es ronca. El traductor me explica el problema. Su eminencia se ha caído en la ducha y se ha golpeado en la tráquea. El que apenas pueda hablar no es un signo prometedor. Afortunadamente no presenta dificultad para respirar, aunque sí que le duele al tragar.
Le exploro. No crepita aire en el cuello ni hay nada que sugiera fractura de cartílagos. La garganta está roja y la laringe inflamada y con edema. Si progresa podría comprometer la vía aérea. Hay administrarle tratamiento inmediatamente. Dada la cantidad de público asistente se hacen apuestas con el pronóstico de qué enfermera será más rápida. Añado que conviene dejarle en observación para comprobar que la medicación hace el efecto deseado.
Con las personalidades todo tiende a complicarse, no es la primera que atiendo a una y este caso no es la excepción. Entre los compromisos de su agenda del día tiene uno ineludible: una entrevista con la Reina.
Mi enfermo no es joven, sólo cuenta con 80 añitos en su haber, pero sí que es sano. Dada la situación cargo las tintas con el tratamiento, no estoy dispuesta a quedarme corta en las dosis y que algún escolta se vea en la tesitura de tener que abrirle el cuello a un monje asfixiado delante de Su Majestad. Veo difícil mantener el protocolo y la compostura bajo semejantes circunstancias. Eso sí, le hago prometerme que volverá esa tarde a verme. No dudo que lo cumpla, es una promesa sagrada.
En el ínterin aprovecho para llamar a mi adjunto localizado y contarle la película. La historia despierta de tal modo su interés que se apunta a participar en la segunda parte. A la hora convenida los lamas me encuentran al lado de un doctor hecho y derecho (o más o menos; unos pantalones de cuero verdes, a juego con la chaqueta de pijama de quirófano, y unas chanclas de surfista no son el atuendo de un médico al uso, pero sí de mi adjunto). Mi tratamiento ha sido un éxito. En realidad ha superado mis expectativas y las de mi paciente. De un modo milagroso le he curado hasta los dolores y las molestias de su artrosis (ya he comentado que no era joven y el pobre tenía sus achaques, pero con dosis antiinflamatorias calculadas para elefantes no hay reuma que se resista). Antes de marcharse el monje me pregunta esperanzado si puedo pautarle la medicación a modo de mantenimiento. Por desgracia mi respuesta es no, no es para eso, está lejos de mi intención convertir a nadie en un adicto al dopaje.
Al día siguiente compruebo la evolución favorable de mi paciente en una visita domiciliaria. Como agradecimiento por nuestras atenciones hemos sido invitados a una recepción privada y a tomar el té con pasteles y pastas en el chalet de los amigos que le alojan en la urbanización de Algete (no es en la Zarzuela pero nos da igual). Es una casa impresionante, con un salón inmenso a varias alturas con distintos ambientes y magníficos jardines; un lugar que invita a sentarse, relajarse y meditar. Igualito que el hospital.
6 comentarios:
Hola, Sol, buenos días; una historia, ciertamente, de las que impresionan. ¿Impone mucho el ser consciente de que se está trabajando con 'material sensible', puedes abstraerte de la condición 'especial' del paciente? Siento curiosidad por saberlo...
Un abrazo y buen día.
Buena historia, de las que me gustan. A ver si te convences.
Hace tiempo mi madre me contó por encima está anécdota pero tenía muchas ganas de saber los detalles de mano de la protagonista. Gracias.
Besos.
Trabajar con material especial básicamente conlleva una "especial" parafernalia. En esos momentos hasta el director gerente puede aparecer para interesarse por el paciente. Eso sí, a la hora de hacer lo que hay que hacer y como se debe hacer suelen aparecer problemas de protocolo que complican la situación, para más inri todo el mundo pretende opinar porque quieren compartir la gloria. En fin, que si tiemblan las rodillas no es de emoción sino de terror ante lo que se avecina. En el momento de concentración da igual quién sea el que está entre tus manos. Ya contaré alguna anécdota más.
Besos.
Sol eres mi heroína.
Un cordial saludo.
Fantástica (no por lo irreal que también) historia Sol.
Me encanta como esta contada.
Coincido con tío Paco: resuelves de maravilla estos relatos.
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