El corazón se entrega cuando nos enamoramos, es un acto involuntario, no podemos evitarlo. No es preciso reclamarlo, lo que se pide es la mano. ¿El motivo? No es el corazón el que protege lo que más amamos, sino nuestras manos.
En un segundo la mente se nubla y el corazón late con fuerza, desbocado de emoción. Las manos tiemblan, se contienen, sin atreverse a moverse. El corazón retumba, percute alterado contra las paredes. Las manos se acercan despacio, sin brusquedad, una vez vencido el miedo. El corazón golpea y las manos tientan. Las yemas de los dedos rozan la piel antes de apoyarse y serenarse durante un instante. Luego se deslizan y extienden besos con sus caricias. La respiración se entrecorta y, tras los párpados cerrados, son las manos las que ven. Modelan con mimo cada rasgo, recreándose en su textura, mientras escriben en las curvas con cosquillas y se detienen a leer la respuesta.
Las manos despiertan la pasión con su ternura, una pasión que se expande a los brazos, que estrecha el contacto, ciñe los cuerpos y provoca que se agite con violencia el corazón. En medio de la locura, el amor más tierno se resguarda en el hueco entre las manos.
1 comentario:
Ya de vuelta en SP....por increíble que parezca me pongo al día con el blog en Brasil! Muchas gracias, me encanta el texto pero la ilustración todavía más! Preciosa! Besos
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