viernes, 15 de febrero de 2013

Ausencia de empatía

La empatía no es mi fuerte. Sinceramente, no siempre lo es.

Esta es una queja que he recibido tras descubrir en quirófano un caso poco frecuente, que no grave, y duplicarme al paciente para adelantarle la cita. Se trataba de un niño, por lo que tuve que lidiar en la consulta con sus preocupados padres durante más de media hora. Su ansiedad era comprensible y procuré esforzarme para aclararles todas sus dudas. Los huecos normales son de quince minutos, y en este caso concreto eran además compartidos al estar citado como extra, pero aún así les dejé que enumerasen, una por una, la lista completa de preguntas, un folio por las dos caras, que traían apuntadas tras realizar una exhaustiva búsqueda por Internet. Mientras tanto, el resto de mis pacientes, que conocen mi puntualidad, se acumulaba en la sala de espera y se extrañaban ante el retraso. Para colmo me tocó repetir mis respuestas cuando el otro progenitor, que se había quedado rezagado para aparcar, apareció tarde y quiso enterarse de lo que ya se había hablado. Les expliqué incluso en qué consistía mi experiencia en esos casos y les facilité también el que consultasen una segunda opinión en otro centro, para que escogiesen el médico que más les convenciese. Finalmente se marcharon y, con un suspiro interno de alivio, pude continuar con mi trabajo.

Canté victoria demasiado pronto ya que esa no fue la última vez que les vi durante la siguiente hora. Entraron de nuevo, sin ser llamados y sin esperar a que hubiese un hueco entre los citados, que sí que habían aguantado fuera, pacientemente, mientras ellos consultaban su caso. Me contuve a duras penas para no indicarles su falta de educación, especialmente cuando se colaron sin miramientos por delante de un abuelo que apenas se sostenía con muletas y al que obstruyeron la entrada. El anciano era el paciente al que sí que había llamado. La segunda vez, la paciente correspondiente no tenía limitaciones de movilidad y fue más rápida que ellos. Sin embargo aquel no fue más que un detalle sin importancia, y su presencia no les impidió entrar a ellos también para resolver sus nuevas dudas. Mi respuesta fue breve y algo seca, el abuso de mi paciencia y de la cortesía del resto de los pacientes había acabado con mi tolerancia, aunque no les eché ni les di con la puerta en las narices, que era lo que el cuerpo me pedía. No sé si fue empatía por su parte, pero se despidieron con un sonoro portazo.

Les envié a Atención al paciente para que les solucionasen los retrasos con sus citas en Radiología, algo que no dependía de mí. Afortunadamente para ellos allí se les atendió debidamente como "personas" y recibieron toda la coba y comprensión que necesitaban. De paso aprovecharon la visita para poner la queja correspondiente (de tan sólo dos folios, para no resultar pesados) sobre los problemas a los que se habían tenido que enfrentar. Resaltaron mi falta de empatía y también el hecho de haberles ocultado información ( no les comenté algunas variantes anatómicas de las que se enteraron gracias a que estaban "escondidas" en el informe que les di por escrito. Supongo que el motivo fue que no lo traían apuntado en la lista de preguntas a la que me ceñí). Por desgracia tampoco les había gustado el trato previo al diagnóstico, no mío sino de otro médico, y mostraban una desconfianza generalizada hacia todos los que les habían visto hasta entonces. Pese a que los radiólogos le adelantaron la cita, no les convenció la manera en la que realizaron la prueba. Dado que el servicio es pequeño, creo que han agotado sus opciones de tratamiento en él. Mi falta de empatía debe de ser contagiosa porque no parece que su caso goce de simpatías entre el resto de mis compañeros.

6 comentarios:

C dijo...

"Dr. Google, Dr. Google... acuda a su consulta, por favor..." En fin los que estamos al otra lado del mostrador, cada día entendemos menos estas actitudes.Cuando estoy en la consulta pediátrica de Urgencias, tengo que sujetarme las manos para no dar una colleja al niño, que no quiere ponerese un ¡termómetro! y otra a los padres que lo justifican, -es que en casa mi niño, nunca se quiere poner el termómetro. ¡Menuda sociedad, incompetente, mal educada, insolidaria, desagradecida y demandante se está forjando! Menos mal que de vez en cuando si hay pacientes que empatizan con el personal sanitario!, y justifican que no te pongas a dar collejas a diestro y siniestro. Besos y fuerza.

I. Robledo dijo...

Yo, a veces, para no ahogarme del todo, es decir para desahogarme un poco, cuando conduzco de noche, en alguna carretera desierta, bajo la ventanilla y grito...

Simplemente grito...

Oye, y la cosa funciona...

Un abrazo

Sol Elarien dijo...

Hay hechos que te cambian la perspectiva de las cosas y convierten tonterías como la descrita en poco más que una rabieta. Las cosas verdaderamente importantes son otras y no hay que dejar que las que no lo son enturbien ningún día. Un abrazo para una de mis grandes amigas, que lo necesita realmente.

Elvis dijo...

Tontería o no, todo esto refleja la falta de respeto y educacion de las personas hacia los profesionales y los pacientes.... NO me quiero imaginar lo que habría pasado si hubieran tenido cita y alguien se les hubiese colado como ellos. Qué increíble e indignante!

Carmen dijo...

Hay padres subnormales en todas partes. El otro día intentaba convencer a los padres de un alumnos mío que hacerse la cama, recoger la ropa, ordenar la habitación, hacer sus deberes, ducharse y prepararse la mochila son los MÍNIMOS que hay que pedirle a un niño que pasará al instituto el curso que viene. Si no lo hace es su problema y cuando llegue al cole sin el material y le caiga una nota en la agenda ya se espabilará. Estos padres son muy majos y me dieron la razón en todo pero a veces tengo otros que me miran como si hablara en chino y no contentos con eso les justifican en la agenda lo injustificable.
Yo siempre digo en las reuniones que los profes los tenemos un rato y ellos toda la vida pero mi cabeza piensa en que la sociedad también tendrá que padecerlos. A más de un progenitor le daba yo un buen guantazo acompañado de unos quintillizos.
No es falta de empatía hermana, ya sabes que yo quiero mucho a mis niños pero algunos padres no se dan cuenta del daño que hacen a sus propios hijos y parece ser que la gilipollez y la mala educación se están convirtiendo en los pecados nacionales ¡Sólo hay que ver a nuestros políticos!

Anónimo dijo...

Abrazo recibido
Gracias siempre Elarien
Tus palabeasxllenan cada mañana
Sigue asi, corazon
Tu eres la empatia