Es de bien nacido ser agradecido. No sólo eso sino que también lo es no esperar reconocimiento y cumplir las obligaciones simplemente movidos por el propio sentido de la responsabilidad, con la única recompensa de la satisfacción del deber cumplido.
Aunque las cosas se hagan por mero pundonor, el agradecimiento supone un orgullo adicional que no sólo estimula a superarse sino que ayuda a sentirse querido. En los últimos meses se han jubilado muchos de mis maestros, médicos, enfermeros y celadores, de mi época de MIR. Son gente que conformaba el hospital, porque un hospital no es un edificio lleno de camas. Para los pacientes es un nido en el que ingresan como polluelos desvalidos, dependientes de los cuidados del resto. Para los médicos residentes es un lugar de trabajo lleno de retos, una escuela en la que aplicarse a conciencia y también un segundo hogar con una nueva familia en la que apoyarse para tirar hacia delante, incluso en las situaciones más difíciles.
Dicen que nadie es irreemplazable, lo que se contradice con la frase de "otro vendrá que bueno te hará". Los buenos maestros son inolvidables y en Medicina la docencia no se limita a lo que viene en los libros de texto, eso es cuestión de hincar codos. El comportamiento profesional también precisa de modelos: se aprende a mantener la dignidad sin pisotear la de los demás, a reconocer las limitaciones, propias y ajenas, a sacar fuerzas de flaqueza, a vencer el miedo y tomar decisiones con la idea permanente en la cabeza de escoger lo mejor para el paciente, aunque el afectado no siempre lo vea así. Hay que olvidarse de lo cómodo, la prioridad no es uno mismo sino que en la práctica médica el enfermo es lo más importante. Sobre estos temas se pueden leer infinidad de manuales de ética pero nada es más demostrativo que un buen ejemplo. Es lo más difícil de alcanzar y sin embargo hay quien nació con ese don: gentiles damas y caballeros de los pies a la cabeza que siempre están en su sitio, siempre guardan las formas y que no son conscientes de su gran mérito.
2 comentarios:
Qué bonito reconocimiento para todas las personas que pasan por nuestras vidas ayudándonos. Nuestros grandes maestros suelen ser nuestros padres, en mi caso he tenido la suerte de tener los mejores padrinos del mundo que también han sido un ejemplo para mi, cuando nos vamos haciendo mayores aprendemos de nuestros hermanos y familiares, luego de nuestra pareja, nuestros amigos, nuestros compañeros, nuestros hijos y (en mi caso) de mis alumnos y de muchas familias que son un ejemplo de vida. Lo bueno del aprendizaje es que es recíproco y no se puede medir con lo cual es infinitamente generoso ¡Gracias a todas las personas que me han ido enseñando tantas cosas a lo largo del camino! Mi hermana mayor es sin duda una de ellas. Cada día cuando me levanto, espero y deseo seguir aprendiendo cosas nuevas.
Sol no es mi hermana mayor como lo es para Carmen pero también co mo ella espero todas las mañanas qué voy a aprender de ella y con qué me voy a deleitar.
Has topado en esta entrada con una de las claves de la vida. Gracias.
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