Érase una vez una bruja que empleaba sus poderes en curar a la gente. Eso no significa que fuese una bruja buena. ¿Acaso era mala? No, no era lo que se entiende por malvada. Digamos que tenía un carácter regularejo, en ocasiones era malévola y con frecuencia sangrienta, aunque nunca cruel. Su técnica favorita consistía en cortar a sus víctimas para extirparles la enfermedad. Como no era una salvaje, en sus intervenciones disponía de un mago que volatilizaba cualquier posible dolor. Tras disecar los órganos, cerraba los cuerpos y prescribía las pócimas necesarias para que cicatrizasen de nuevo.
Por regla general todas las brujas son de trato difícil pero incluso ellas, aunque sea muy esporádicamente, tienen ratos buenos. Cuando eso sucedía nuestra bruja procuraba mostrarse lo más encantadora posible para compensar sus días malos. ¡Lástima que al no ser dueña de una simpatía desbordante sus demostraciones pasaban bastante desapercibidas! De hecho hasta ella misma reconocía que su encanto estaba muy por debajo de la media de las criaturas de otras estirpes, tanto mágicas como comunes.
Además de con los magos, para realizar sus conjuros contaba también con la ayuda de las gentiles hadas. Las hadas inspiran confianza, son naturalmente amables y su dulzura contribuía a mitigar los temores de aquellos que recurrían a la bruja en busca de un remedio para sus males. No obstante, las hospitalarias hadas no siempre llegaban a un entente cordial con la inquieta bruja. Convivían a pesar de las tremendas diferencias entre los caracteres de sus distintas especies. Las hadas forman una comunidad que se mueve y piensa en grupo. Consultan al resto sus decisiones y actúan de acuerdo a los dictados de su reina, sin salirse de lo escrito en los edictos. No reciben la misma formación mágica que las brujas. Sus poderes son antagónicos y, no obstante, se complementan. Cuando ambas cooperan sus efectos se multiplican por lo que ambas, especialmente las hadas, procuran sobrellevar lo mejor posible las idiosincrasias de la otra parte, y satisfacer las manías de las brujas más caprichosas para así tenerlas contentas y que todo salga a la perfección.
Las hadas, siempre sociables, habituadas a coordinarse y a compartir sus ideas con sus compañeras, no comulgaban con el individualismo de la bruja, especialmente cuando ésta hacía caso omiso del estricto protocolo de la corte. Se esforzaban por lograr que aquella oveja negra se adaptase al rebaño sin tener siempre en cuenta la coyuntura de que no se trataba de una de ellas. Nunca se rendían aunque, con una bruja tan terca, fracasaban en su intento una vez tras otra. La bruja se resistía a sus razones, no comulgaba con su punto de vista y pretendía que se acatasen sus órdenes, sin rechistar. En ocasiones no pedía sino que exigía, las relegaba al papel de esclavas. Sin embargo las hadas son libres, tan solo dependen unas de otras y la unión de su casta es tan fuerte que, ni los ogros, ni los magos ni la bruja más malvada son capaces de doblegarlas.
Llegó el día en el que las hadas, a pesar de su trabajo, no consiguieron complacer a la bruja. Todo empezó con un debate en el que ninguna de las dos partes convenció a su oponente. El roce inicial desembocó en más desavenencias. El ambiente se caldeó y las relaciones se enfriaron. Rifirafes, tiranteces, riñas y pequeños altercados aumentaron la tensión latente. Las discusiones rompieron la ilusión de armonía entre ambos bandos y llegó el choque. La bruja estalló y se rebeló contra las normas impuestas. Blandió con dureza su varita para defender su lucha, y esgrimió sus argumentos tejidos en un sortilegio.
Dio comienzo la Edad oscura. ¡Se habían desatado las fuerzas del mal, se había atacado el orden preestablecido! Muchas fueron las hadas que se escandalizaron ante la actitud de la bruja y unieron sus serenas voces en un rumor hostil. Enmudecieron ante la injuria, llenas de tristeza, con la esperanza de despertar su arrepentimiento. Deseaban transformar su espíritu independiente en una parte más del pensamiento común y devolver la rutina a su cauce habitual. Con toda su buena voluntad le ofrecieron un café mágico y un bisturí y, gracias a su encanto y al poder del escalpelo, la contestataria bruja y las hadas sacrificaron unas cuantas perdices para comérselas tan felices.
PS: Agradecimientos.
Gracias al anónimo que dejó el germen de este cuento en su comentario. La tentación era irresistible (las brujas son incapaces de no caer en ella).
5 comentarios:
Hahaha. ... tendré en cuenta esta entrada en mi próxima visita al Reino, ahora entiendo las miradas de algunas hadas y aquella escoba en aquel rincón. ... brugilda brugilda....ZAS!!!! Y voló!!
queriendo tapar la caja de los truenos? en todos los sitios hay hadas y en todos los sitios hay brujas y sobre todo no confundamos la realidad........de los cuentos....las brujas no solo tienen caracter regularejo tambien. las hay intolerantes ,nerviosas,pretenciosas y que decir de las hadas claro que hsy algunas manipuladoras,criticas,e ndividualistas. No seas ingenua y no descuides tus superpoderes sobre todo los de la pluma ......la escoba.... ..puedes dejarla en un rincon.....no te pega nada.Marie.
Ja, ja, ja.... sonrisa de oreja a oreja mientras lo leía, a mi me encanta reirme de mi mismo, será por que los mejores chistes de catalanes, son los que contamos nosotros mismos. Abrazos!
Me ha encantado! Aunque podríamos cambiar hadas por brujas... Y dar dos besos al que evita el dolor...
"Lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o ignorancia"
(Santiago Ramón y Cajal)
De cualquier modo me pareció un enternecedor y esmerado relato infantil. ¡Enhorabuena!
Saludos.
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