Mientras tanto sus nietos observaban la escena ocultos tras el muro del abrevadero. No se habían escondido allí para preparar una de sus travesuras sino por curiosidad, para enterarse de lo que le sucedía a Altair. Osquítar estaba muy preocupado, no le gustaba el aspecto del caballo y como nadie más parecía darle importancia optó por investigar por su cuenta. Su hermana María le acompañaba. Le había prometido quedarse callada y quieta y, de momento, lo cumplía. La mente del niño bullía. Algo pasaba, la yegua estaba enferma, si no ¿por qué hablaba el abuelo con el veterinario? ¿Sería culpa suya? ¿Acaso le habría sentado mal la hierba fresca que le había traído? No, seguro que ese no era el motivo. ¡Si la había cortado del rincón favorito del huerto del bisabuelo Andrés! No sólo era la zona más verde sino que, además, el bisabuelo sostenía que rendía la mejor cosecha de toda la granja. Esa era la razón por la que la había escogido y también por la que su ropa estaba teñida de manchas verdes, no como el impecable vestido de su hermana que siempre procuraba no ensuciarse. Se había limpiado la tierra de las manos en el pantalón, sin mejorar el estado ni de unas ni del otro. Por si eso no bastase para delatar su fechoría, sus dedos aún conservaban restos del barro y del olor de las plantas.
Se abrió la puerta y entró Paco, el veterinario. Osquítar gateó para asomarse por el borde del pilón. Vio cómo exploraban al animal. El albéitar le palpó la tripa y luego le auscultó. Al terminar miró al abuelo e inclinó la cabeza hacia un lado.
- Aún le queda un buen rato. No podemos hacer nada. De momento es cuestión de esperar - comentó.
Pepe asintió.
- ¡Ya me lo imaginaba! Si te apetece podemos acercarnos a la casa a tomar un tentempié. Matamos el tiempo y cogemos fuerzas para luego - le propuso.
- Buena idea - accedió Paco.
Los dos hombres abandonaron la cuadra. Ninguno se había percatado de la presencia de los dos infantes infiltrados. Tras oír aquella conversación Osquítar se sintió incluso más intranquilo que antes. Su hermana le cogió la mano.
- ¿Qué hacemos ahora? – le preguntó en voz baja.
- No sé – le respondió el niño cabizbajo. Si el veterinario afirmaba que él no podía hacer nada, entonces ¿quién curaría al animal? – Voy a quedarme aquí, con Altair. Al menos tendrá compañía.
María no estaba dispuesta a marcharse y abandonarles a su suerte.
- Yo también me quedo – declaró.
Los chiquillos cambiaron su escondite por el corral de la yegua. María le acarició la cara, le hizo cosquillas en las orejas y Óscar cogió el cepillo para pasárselo por el cuello. Eso siempre le gustaba. Con cuidado recorrió su cuello, sus crines y también su lomo. La yegua, agradecida, apoyó la cabeza sobre el hombro del pequeño. El niño le devolvió su muestra de cariño y le rodeó su cuello con sus brazos. Al abrazar al animal notó cómo se estremecía. Trato de darle ánimos, intento sujetarla, pero las patas cedieron bajo el peso del dolor y la yegua se recostó sobre la paja.
- ¿Qué le ocurre? – se asustó María.
Se abrió la puerta y entró Paco, el veterinario. Osquítar gateó para asomarse por el borde del pilón. Vio cómo exploraban al animal. El albéitar le palpó la tripa y luego le auscultó. Al terminar miró al abuelo e inclinó la cabeza hacia un lado.
- Aún le queda un buen rato. No podemos hacer nada. De momento es cuestión de esperar - comentó.
Pepe asintió.
- ¡Ya me lo imaginaba! Si te apetece podemos acercarnos a la casa a tomar un tentempié. Matamos el tiempo y cogemos fuerzas para luego - le propuso.
- Buena idea - accedió Paco.
Los dos hombres abandonaron la cuadra. Ninguno se había percatado de la presencia de los dos infantes infiltrados. Tras oír aquella conversación Osquítar se sintió incluso más intranquilo que antes. Su hermana le cogió la mano.
- ¿Qué hacemos ahora? – le preguntó en voz baja.
- No sé – le respondió el niño cabizbajo. Si el veterinario afirmaba que él no podía hacer nada, entonces ¿quién curaría al animal? – Voy a quedarme aquí, con Altair. Al menos tendrá compañía.
María no estaba dispuesta a marcharse y abandonarles a su suerte.
- Yo también me quedo – declaró.
Los chiquillos cambiaron su escondite por el corral de la yegua. María le acarició la cara, le hizo cosquillas en las orejas y Óscar cogió el cepillo para pasárselo por el cuello. Eso siempre le gustaba. Con cuidado recorrió su cuello, sus crines y también su lomo. La yegua, agradecida, apoyó la cabeza sobre el hombro del pequeño. El niño le devolvió su muestra de cariño y le rodeó su cuello con sus brazos. Al abrazar al animal notó cómo se estremecía. Trato de darle ánimos, intento sujetarla, pero las patas cedieron bajo el peso del dolor y la yegua se recostó sobre la paja.
- ¿Qué le ocurre? – se asustó María.
En su fuero interno el muchacho opinó que aquello no era ninguna buena señal, pero no le confesó su temor a su hermanita. No quería alarmarla.
- Voy a explorarla – declaró con una confianza que estaba lejos de sentir.
Le tocó la tripa. Imitó los gestos que le había visto hacer al veterinario, como si fuese un experto. Sintió un temblor bajo sus manos pero no fue lo único que percibió; también notó un bulto.
- ¡Hay algo aquí dentro! – exclamó.
- ¿Es eso lo que le molesta? - inquirió María.
- Supongo - consideró su hermano. -Tenemos que conseguir que lo expulse.
- Voy a explorarla – declaró con una confianza que estaba lejos de sentir.
Le tocó la tripa. Imitó los gestos que le había visto hacer al veterinario, como si fuese un experto. Sintió un temblor bajo sus manos pero no fue lo único que percibió; también notó un bulto.
- ¡Hay algo aquí dentro! – exclamó.
- ¿Es eso lo que le molesta? - inquirió María.
- Supongo - consideró su hermano. -Tenemos que conseguir que lo expulse.
- ¿Cómo?
Buena pregunta. ¡Ojalá supiese cómo sacar lo que fuese de ahí dentro! No podía perder mucho tiempo en pensar un plan, cuanto antes actuase, mejor.
- Tendremos que empujarlo desde fuera – resolvió casi por intuición. - Parece lo más lógico.
Esperó a la siguiente contracción y, justo entonces, apretó el vientre de Altair con todas sus fuerzas. El "algo" se desplazó y la yegua se relajó. Al poco rato se sacudió de nuevo. Osquítar repitió la maniobra una y otra vez. María le contemplaba sin atreverse ni a respirar. De repente vio surgir un cuerpo del interior de la tripa. Estaba pringoso de sangre y recubierto por unas membranas viscosas. Lo más extraño es que parecía estar vivo. La chiquilla dudó un instante. Al final suspiró resignada: se iba a manchar el vestido pero debía ayudar a su hermano a extraerlo de allí. Se agachó y tiró de aquello. Se le resbaló entre las manos. Antes de insistir lo apoyó en su falda y lo envolvió con la tela. Lo agarró con firmeza, comprobó que ya no se escurría. Poco a poco salió del todo. María no daba crédito.
Buena pregunta. ¡Ojalá supiese cómo sacar lo que fuese de ahí dentro! No podía perder mucho tiempo en pensar un plan, cuanto antes actuase, mejor.
- Tendremos que empujarlo desde fuera – resolvió casi por intuición. - Parece lo más lógico.
Esperó a la siguiente contracción y, justo entonces, apretó el vientre de Altair con todas sus fuerzas. El "algo" se desplazó y la yegua se relajó. Al poco rato se sacudió de nuevo. Osquítar repitió la maniobra una y otra vez. María le contemplaba sin atreverse ni a respirar. De repente vio surgir un cuerpo del interior de la tripa. Estaba pringoso de sangre y recubierto por unas membranas viscosas. Lo más extraño es que parecía estar vivo. La chiquilla dudó un instante. Al final suspiró resignada: se iba a manchar el vestido pero debía ayudar a su hermano a extraerlo de allí. Se agachó y tiró de aquello. Se le resbaló entre las manos. Antes de insistir lo apoyó en su falda y lo envolvió con la tela. Lo agarró con firmeza, comprobó que ya no se escurría. Poco a poco salió del todo. María no daba crédito.
- ¡Óscar mira! - gritó asombrada.
- ¡Pero si es un potrillo!
- Sí ¡Altair es una mamá! ¿Verdad que es precioso?
Los niños estaban eufóricos. El cansancio desapareció de golpe, se olvidaron del esfuerzo y la tensión mientras observaban fascinados a la yegua que lamía con ternura al recién nacido. Mientras le limpiaba con sus besos, éste intentaba ponerse en pie. Ambos hermanos se sentían tan emocionados por lo sucedido que ninguno oyó el chirrido de las bisagras de la puerta, ni los pasos de su abuelo y el veterinario que se detuvieron en seco en el umbral de las caballerizas, sorprendidos ante el desenlace.
- ¡Pero si es un potrillo!
- Sí ¡Altair es una mamá! ¿Verdad que es precioso?
Los niños estaban eufóricos. El cansancio desapareció de golpe, se olvidaron del esfuerzo y la tensión mientras observaban fascinados a la yegua que lamía con ternura al recién nacido. Mientras le limpiaba con sus besos, éste intentaba ponerse en pie. Ambos hermanos se sentían tan emocionados por lo sucedido que ninguno oyó el chirrido de las bisagras de la puerta, ni los pasos de su abuelo y el veterinario que se detuvieron en seco en el umbral de las caballerizas, sorprendidos ante el desenlace.
8 comentarios:
Es un cuento precioso acompañado de unas ilustraciones que lo hacen aún mejor. La yegua es muy parecida a la verdadera Altair. Yo creo que el comportamiento y las reacciones de los protagonistas serían muy parecidos a como se describen si esto ocurriera en el mundo real. Se nota que conoces bien a los peques.
Felicidades hijo mío por tus 7 años y enhorabuena a la autora del blog por sus entradas diarias que tanto nos hacen disfrutar.
Un cuento tiernísimo. Felicidades para el cumpleañero. Dichosos los niños que reciben este delicado regalo. Yo también quiero ser niño. Bss.
Conociendo a los protagonistas y el escenario me he sentido como un espectador en primera fila, he estado en la Granja por unos momentos, y eso es algo de agradecer.
¡Felicidades Osquítar!
Besosss
Que cuento tan precioso, con que delicadeza haces tus escritos, por un momento pierdes la noción de la realidad y te adentras en tu maravillosa ficción.Un beso muy fuerte Osquitar
besos
En mi opinión los cuentos son más creíbles cuanto más se acercan a la realidad. Este se ha quedado, tan solo, un peldaño por debajo.
Tu relato es tan cálido como el verano que hoy comienza, tan delicado como María, tan intrépido como Osquitar, tan real como Altair, tan entrañable, que no falta un invitado de excepción como el bisabuelo Andrés.
Un hermoso regalo de cumpleaños. Felicidades Oscar.
Para que este cuento se convierta en una realidad, solo falta ponerle el nombre al potrillo.
Gracias Sol. Tienes un encanto especial para escoger las ilustraciones. La primera no puede ser más elocuente. El niño que abandona sus juguetes para soñar a lomos del “hijo del viento”.
Besos, JMD.
Muchas veces lo que nos ofreces son historias vividas por todos en la granja, que al ser evocadas nos producen un gran disfrute. Sin embargo, hoy lo que tenemos es algo que podría haber sido y, lamentablemente, no es. Pero creo que es una forma distinta de continuar aquella tradición de experiencias infantiles que tanto aportaron a sus protagonistas. Seguro que habrá otras más encaminadas a proporcionar la felicidad que hoy deseamos a nuestro cumpleañero Osquitar. Muchos besos
Como siempre, genial Grummpy. Es un cuento tan sencillo que precisamente eso lo hace precioso. El otro día el "ojomeneado" preguntó ¿la granja todavía existe? evidentemente mientras se le siga dando vida en historias como estas y perdure en nuestros recuerdos, seguirá en pie mucho tiempo.
Un beso Grumpy&House
Me parece que ésta es una buena línea. La combinación de la base real con la imaginación permite mantener siempre un cable al suelo, como en los pararrayos. Y Grumpy necesita ese cable para no perderse en el cosmos retórico. Al mismo tiempo, la vision realista se matiza con los elementos de ternura que tan bien se le dan, sin dejar que se vayan a la cursilería (riesgo siempre latente).
Personalmente, prefiero este tipo de ensayos a dar vueltas y más vueltas al hospital y las miserias de una lamentable administración. La nota neorrealista no viene mal de vez en cuando, nos devuelve a la realidad; pero ésta es ya lo suficientemente sórdida como para darle empujoncitos. Todos necesitamos -y más en estos momentos- algo de ilusion.
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