miércoles, 21 de agosto de 2013

El vestido de María

María sacó del armario su vestido favorito. ¡Cuánto lo había echado de menos! Mamá le había hecho dejarlo en casa durante las vacaciones porque decía que no era adecuado para retozar por la arena, al menos no tanto como el bañador y la camiseta. Sin embargo ya estaban de vuelta, hoy cumplía 5 años y quería lucirlo en la fiesta, su fiesta.

Se lo habían regalado el año anterior. Recordaba la emoción que sintió al abrir la caja y al retirar el papel de seda que lo envolvía antes de verlo por primera vez. Era tan bonito que era imposible apartar de él la mirada. Corrió a probárselo, era perfecto. Había soplado las cuatro velas de la tarta con él puesto y, al hacerlo, supo con seguridad que se cumplirían sus cuatro deseos. Aquel vestido le hacía sentirse mejor. Tenía algo especial en su corte, en los colores de su estampado, en la manera en la que se le ajustaba el cuerpo al caer y en el modo en el que la falda volaba a su alrededor. Al mirarlo se le despertaban las ganas de sonreír, de bailar, de girar. La alegría le rebosaba por los ojos y sentía la necesidad de compartirla con el resto por medio de abrazos y besos. Era una sensación maravillosa.

Había llevado tantas veces ese vestido que la tela estaba algo desgastada, pero eso no importaba, no la había estropeado sino que la había vuelto aún más suave. La niña acarició los pliegues,con cuidado, y recogió la falda para pasarla por la cabeza. Le costó un poco más de lo habitual, con tanto bañador debía de haber perdido algo de costumbre. Tiró un poco hacia abajo y el vestido, en lugar de deslizarse, se le quedó enganchado. Para que bajase tuvo que enroscarlo, desenroscarlo, estirarse y retorcerse. Le apretaba. ¿Habría encogido al lavarlo? Desechó esa idea de su mente, era demasiado terrible. Descubrió desolada que no podía levantar los brazos para abrocharse los botones de la espalda. ¡Aún peor! La cintura le quedaba casi al nivel de la sisa y la falda apenas daba para las piernas de una muñeca. María sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. ¡Su vestido se había vuelto pequeño! Fue a buscar consuelo a los brazos de su abuela.

La abuela Li era maravillosa, no sólo comprendía sus problemas sino que siempre les encontraba una solución. Al verla embutida en aquella prenda le ayudó a quitársela y le prometió que le quedaría bien para la fiesta. Seguro que era porque aún le quedaba mucha sal de la playa en la piel y eso hacía que la tela no resbalara bien. En cuanto se diese un buen baño, todo se arreglaría. ¿Le apetecía uno con muchas burbujas? María asintió con la cabeza, le gustaba soplarlas y cubrirse de espuma.

La abuela le preparó el agua en su bañera, tan grande que la chiquilla casi podía nadar en ella. Poco a poco se le pasó el disgusto y también se deshizo el nudo de su garganta. Cuando terminó, la abuela la enjuagó con la ducha y la envolvió en la toalla. Le desenredó el pelo y le sujetó la melena con unas horquillas de florecitas.
- Vamos a comprobar si te has quitado bien la sal y ya te vale el vestido - le dijo.
María contuvo la respiración y cerró los ojos. No se atrevía a mirar. Notó la tela deslizarse sobre su piel, sin atascarse. Esperó a que los botones estuviesen abrochados y el lazo atado antes de abrir los ojos. ¡Oh! La abuela era mágica, no le cabía duda alguna. El vestido estaba nuevo, como recién estrenado y, una vez limpia de sal, le quedaba incluso un poco holgado.

Aquella tarde María pidió sus cinco deseos a sus cinco velas y repartió un sinfín de besos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y colorín colorado esta verdad continúa. Un beso María, un beso Grumpy. Y&G

Carmen dijo...

Qué bonito cuento! Muchas felicidades a Mariquila! Ya encontraremos aquí algo muy bonito para que se lo lleve la abuela sole. Muchos besos.