lunes, 7 de abril de 2014

Eternamente niños

I was wise enough never to grow up, while fooling people into believing I had. Margaret Mead

Me identifico con esta cita de Margaret Mead. Considero que al crecer cambia la manera en la que los demás nos ven, sin embargo, nosotros mismos, en muchos aspectos, nos seguimos viendo como cuando eramos niños. ¿Por qué nos sucede esto?

Al pensarlo lo comparo con los árboles. Crecemos capa a capa, cada año nos añade algo que se superpone a lo anterior pero el germen, nuestro centro, es siempre el mismo. Lo tapamos, a veces con una cubierta fina y frágil, otras con una corteza gruesa y resistente, difícil de horadar. Al principio suele ser ligera y con el paso de los años notamos todo lo acumulado.Nos hacemos más fuertes, más firmes pero también más rígidos, menos flexibles y adaptables. Cada vez nos cuesta más modificarnos, ajustarnos a nuestro entorno.

Físicamente el cambio es evidente, nuestro tamaño crece. No obstante llega un punto en que el crecimiento se detiene hasta que nos cuesta ramificarnos para dar abasto. A partir de cierta edad no podemos más, cada capa nos añade un peso adicional que, con el paso de los años, somos menos capaces de soportar. Nos retorcemos, menguamos, nos arrastramos y buscamos en qué apoyarnos. Nuestras energías se agotan por mucho que intentemos resistirnos. Al final nos vemos obligados a serenarnos. Es impensable repetir las proezas de nuestra juventud cuando al final del día apenas podemos tirar de nuestro cuerpo. No obstante conservamos una imagen mental de nosotros mismos que sólo se corresponde hasta cierto punto con la que nos devuelve el espejo. De niños, o adolescentes, nos vemos mayores, casi adultos, sin embargo al convertirnos en verdaderos adultos nuestra imagen mental se ajusta a la que nos imaginábamos y, con el tiempo, apenas cambia y nos conservamos siempre igual de jóvenes, o casi, dentro de nuestro pensamiento. Nos choca que nos llamen "Señores" cuando en realidad no somos tan viejos como nuestros padres a nuestra edad. No somos conscientes de que cuando los demás nos miran perciben el exterior, la capa más superficial y de aspecto más envejecido, sin embargo cada uno se mira a sí mismo hacia dentro, hacia el interior, y se identifica con el retoño de su origen.

Es cierto que maduramos en algunos aspectos: aprendemos a pensar por nosotros mismos, ganamos independencia, adquirimos responsabilidades, tomamos decisiones. Nuestro envoltorio se refuerza. No obstante las emociones de la infancia no se olvidan. La capacidad de disfrutar se mantiene, durante un momento nos convertimos en chiquillos con zapatos nuevos y nos dejamos llevar por el entusiasmo. Nunca nos dejan de gustar las sorpresas, no perdemos la ilusión, queremos que nos mimen de vez en cuando, e incluso lo necesitamos, y jamás dejamos de hacer planes de futuro para "cuando seamos grandes". El eje de la vida es nuestro círculo central.

4 comentarios:

Señora dijo...

Es verdad que nuestro crecimiento en la vida se asemeja al de un árbol en muchos aspectos, pero tengo la impresión de que en el caso de las personas ese avance vital se produce con un desajuste mayor que en otras criaturas. En muchas ocasiones la parte externa y la interna de las personas no guardan la sintonía esperable y encontramos a gente cuyo "chasis" o corteza están muy deteriorados, mientras que el ánimo se mantiene joven y vital. Otras veces es al contrario, por fuera estupendos y por dentro viejunos, viejunos. Lo de hacerse viejos por dentro es, desde mi punto de vista, lo peor. hay que procurar mantener siempre un puntito de ilusión y de ingenuidad ante lo que nos rodea; estar de vuelta no es una ventaja.

Carmen dijo...

Este post parece escrito para mí! La corteza todavía me ayuda un poquito (al menos la sonrisa y la mirada) pero cada vez menos. Es una pena que nuestro interior no corresponda con el exterior, eso nos ayudaría mucho a la hora de elegir a las personas con las que queremos estar. Yo tengo una hija bastante "viejuna" que me regaña a diario por las cosas que hago. Una de las características indispensables que tendría que tener un buen profeso es la de mantener ese espíritu joven. Algunas veces mis compañeras me mandan unas fichas aburridíiiiiisimas, !Cómo voy a hacer eso con mis alumnos! !Habrá que buscar opciones más divertidas!
Desde que estoy aquí, lo de levantarme con dolor de tripa, ganas de llorar y deseos de quedarme en la cama para que "mi mamá me mime" me ocurre a diarío, llevaba muchos años sin pasarme. También me encuentro mal el domingo por la tarde-noche y me pongo de un humor insufrible. Ya queda menos, nueve semanas justas, 42 días de clase.

amigademadre dijo...

Que reflexión tan sugerente, Sol.
Site non-site cómo titula G. Solana la exposición que sobré Cezanne hay en el museo Thyssen.
Quisiera recrearme en la metáfora del árbol ...

Ánimo Carmen. Todos queremos mimarte !!!

Mari-Carmen Marcos dijo...

Describes perfectamente con palabras la sensación que tengo constantemente, y que no había sabido comunicar.

Siento un desfase entre la edad biológica que mi fecha de nacimiento marca y la edad interior, los años de los que tengo consciencia. De ambos, me quedo con los que mi interior me dice que tengo, porque lo que uno siente es lo que sirve. Lo demás, es de cara a la galería, que a fin de cuentas no puede importarnos más que nosotros mismos.