Pedregal de Luna.
Cuando quiero escribir y no tengo ideas, les presto mis manos a las flores y ellas, a cambio, me susurran historias que se van pasando unas a otras de generación en generación. Una rosa roja que tenía los tallos plagados de pulgones, me contó entre temblor de pétalos esta leyenda, mientras yo quitaba con cuidado los intrusos que devoraban sus hojas.
Edurne amaba la soledad.
Construyó su casa en la falda del Gorbea. Al pie de un hayedo encontró un montón de piedras blancas y brillantes y pensó que no había otro lugar en el mundo donde deseara vivir. Fue colocándolas una a una, eligiendo de entre todas las más bellas y lisas. La casa parecía hecha de bloques de nieve. Su felicidad iba en aumento a medida que los muros ganaban altura y dejó ventanas abiertas a los cuatro vientos para que el equilibrio reinara en sus estancias. En unas semanas la casa estuvo terminada. Edurne puso visillos transparentes en todas las ventanas para poder tener toda la luz de los días y fue feliz.
Durante un tiempo.
Los primeros meses, que coincidieron con el invierno, fueron maravillosos, plenos de aquel silencio que tanto amaba. Los días transcurrían quietos y Edurne aprendió a dialogar en mudez exquisita con el plomo del cielo y con la plata de la nieve; con la luz de las estrellas y la blancura violácea de las cumbres.
Llegó la primavera, cargada con un haz de rayos de sol, con los bolsillos repletos de zumbidos, trinos y estambres anaranjados. Edurne empezó a notar un cosquilleo en la piel y en lo más profundo del pecho y canturreaba moviéndose con nerviosismo por su casa de piedras blancas.
Salió fuera y dejó que el sol le lamiera la piel y pintara sus músculos de calor. Era una sensación tan placentera…
Pero no duró mucho.
Durante un rato se sintió feliz con los susurros de la brisa entre los árboles, sin importarle que estuviera rompiendo el silencio que la acunaba siempre. El sol le habló de amor y caricias y se sintió sola. Por primera vez estar sola le hizo sentir tristeza.
Al rato notó que le costaba respirar y sus dedos se crisparon de dolor. Corrió a casa y al entrar el malestar desapareció de inmediato. Al día siguiente ocurrió lo mismo. Y al siguiente. El tercero no.
Edurne tenía miedo, pero había algo que la obligaba a salir. Estaba lloviendo y el cielo tenía un color metálico que presagiaba tormenta. El sol no se veía por ninguna parte.
Decidió que iría a preguntar a la hechicera de la montaña, ya que aquella mujer tenía las respuestas a todas las preguntas. Salió al anochecer dispuesta a encontrar su gruta.
Había fuego en la tercera cueva, la más cercana a la cima del Gorbea. La única luz de una noche negra.
—Adelante, pequeña, acércate al fuego. Traes un frío espantoso encaramado sobre la espalda. —dijo la bruja sin mirarla, como si estuviera esperándola.
Edurne se sentó frente a la hoguera al lado de la bruja y esperó a que las llamas borraran el morado que le tiznaba los dedos y aquietaran el temblor que recorría todo su cuerpo. Cuando entró en calor, la hechicera habló y lo hizo despacio, con voz profunda y queda, como si conversara con el fuego.
—Has desafiado el maleficio. Construiste tu casa con un Pedregal de Luna.
—¡Hice mi cabaña con piedras de la montaña!
—¿No te resultó extraño que todas fueran blancas y brillantes? ¿No te pareció peligroso?
—¿Peligroso? ¡Claro que no! Solo pensé que eran bonitas.
—La belleza casi siempre es peligrosa, niña ignorante.
—Dime, ¿Qué es un Pedregal de Luna?
—Cuando graniza el día que hay luna llena, los granizos, que no son otra cosa que gotas de luna, germinan con la luz de su madre, penetran en la tierra y allí crecen. A veces la tierra los expulsa, porque su blancura la hiere por dentro y, al contacto con el aire y los rayos del sol, se petrifican. Pero no mueren del todo, el magnetismo de la luna queda atrapado en su interior. Tú has roto el conjuro y has vivido rodeada de ese poder, y su atracción te ha atrapado. Si hubieras permanecido más tiempo sin salir de la casa, habrías perdido completamente la capacidad de sobrevivir fuera de ella. El Sol desea recuperarte y te ha lanzado su llamada, pero me temo que es demasiado tarde: bajo su luz te petrificarás igual que las gotas de luna porque tu alma está bajo su influencia y tú misma ya eres luna por dentro.
—¿Qué puedo hacer? Si destruyo la cabaña y vuelvo a dejar el Pedregal de Luna en su sitio, ¿podré vivir normalmente?
—Me temo que no, hijita. Ya no se puede volver atrás. Cuando se desafía un maleficio de la Luna los resultados son irreversibles. Tu existencia está condenada a la soledad. El calor, la luz, la risa y la alegría compartida te han sido vedados. Buscarlos trasformará en piedra tu corazón. Por poco tiempo puedes salir de tu cabaña de noche, bajo la protección de la Luna, pero muy pronto tendrás que elegir entre el cautiverio y la muerte, entre ser mujer de Luna o estatua de Sol.
Pasaron muchos años y la bruja de la montaña no volvió a saber nada de Edurne. Su nombre se perdió entre los ecos de las cumbres y su rostro fue diluido por las telarañas del tiempo. Hasta que un día bajó al valle a recoger hierbas para sus conjuros. Al lado de un montón de piedras blancas brillantes de luz lunar, al pie de un hayedo, dos estatuas de piedra abrazadas, cubiertas de musgo y líquenes, servían de lugar de anidamiento a un sinfín de pájaros cantores.
2 comentarios:
Feliz cumpleaños, bella Sol. Es un placer ver mis cuentos aquí, en este espacio tan entrañable. Compartir siempre es bonito, pero compartir contigo lo es mucho más. Un abrazo muy fuerte y un beso cálido.
Cumple feliz! Muchos besos
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