lunes, 5 de noviembre de 2012

El chalet de Aldea

El chalet de Aldea fue el primer chalet de mis abuelos paternos. Estaba en la entrada del pueblo y se accedía a él al girar desde la calle principal por una carretera de tierra en la que mi padre aparcaba nuestro coche, en aquellos momentos un Citroen 8 de color rojo con unos pegajosos asientos de plástico negro perforado que alcanzaban el punto de ebullición en el verano. Descargábamos el maletero sobre aquella calzada polvorienta y, cargados con carritos, cunas plegables, bolsas y maletas, atravesábamos andando la verja de entrada. A partir de ahí, un camino de losetas claras, hechas de rasposa gravilla amalgamada, conducía a la casa. A ambos lados de aquel camino mi abuelo había plantado un pequeño jardín cuyos márgenes se adornaban con preciosos y espinosos rosales. Las rosas rojas trepaban por los arcos de hierro pintados de azul que unían ambos parterres y se alzaban por la estructura metálica hasta cubrirla con sus hojas oscuras y sus flores. Me encantaba pasear por aquel camino cuajado de rosas, digno del palacio más bonito de una princesa de cuento.

La casa era blanca, de un sólo piso, con verjas de forja en las ventanas bajo las que mi abuelo solía rondar a mi abuela de manera romántica y divertida mientras ella se ocupaba de preparar la comida. Esa imagen quedó recogida para la posteridad en una foto en la que se le ve a él al lado de la reja, con su sombrero de paja y una guitarra, con gesto de guasa, mientras que ella, con un pañuelo en el pelo, le sonríe con una expresión de paciente resignación ante la broma. Al final del jardín había que doblar una esquina y subir un par de escalones para alcanzar un porche diminuto en el que se abría una puerta de madera oscura que me recordaba a una gigantesca tableta de chocolate negro. Al lado estaba la pequeña piscina de azulejos azules en la que hermanísima y yo aprendimos a nadar según el pedagógico método paterno (no exento de riesgo ni de sufrimiento) y que básicamente consistía en que: o nadabas, o te ahogabas. Claro que por aquella época aquella pileta no nos parecía tan pequeña y su tamaño real lo descubrimos a posteriori.

Al cruzar el umbral se entraba directamente al salón. La pared de la derecha estaba cubierta por un mueble oscuro que hacía las veces de librería, alacena y que también escondía una cama en sus entrañas. En esa cama plegable dormía el padrino cuando coincidía con nosotras (por entonces sólo existíamos hermanísima y yo, el hermano apareció algo después). El pobre sufría con estoicismo y buen humor los cariñosos abrazos y tirones de su madrugadora ahijada que, a las 9 de la mañana, tras dos horas de andar por el mundo, estaba harta de esperar a que se despertase espontáneamente para que jugase con ella.

Por las tardes salíamos a veces a pasear por el campo que quedaba detrás del grupo de casas entre las que se encontraba el chalet. Salíamos a la carretera de tierra y seguíamos en dirección contraria a la calle principal hasta llegar al fondo. A partir de ahí se abría una senda por el borde de aquel campo lleno de matorrales, flores y hierbas silvestres. Desde allí solíamos contemplar la puesta de sol y, al ver el disco recogerse tras la línea del horizonte, me entraban ganas de perseguirlo hasta descubrir su escondite nocturno. Por desgracia era demasiado pequeña para explorar aquello por mi cuenta y ya sabía que no iba a hacer más descubrimientos que los que soñase entre las sábanas y sus dibujos de colores.

5 comentarios:

Hermanísima dijo...

Yo también recuerdo de forma borrosa algo de este primer chalet. Recuerdo basicamente la piscina (que raspaba) pero recuerdo más la compañía y el momento ¡VACACIONES! Más que recuerdos reales, tengo sensaciones. Asocio los dos chalets con relax, con familia, con los titos y sus novias, con el hermano de la tita Chemi y sus clases de matemáticas, con los peinados de la prima Mari Carmen, con el coche del abuelo que tenía el maletero delante, con un escarabajo negro del tito Luis que andaba malamente. Con las digestiones, las siestas, las muñecas de papel que nos hacía la abuela, la piragua, los helados alsa...La verdad es que la mayoría de mis recuerdos son del segundo chalet pero la imagen del agua y la natación y los abuelos divertidos es de los dos.

Märkostren dijo...

No se si este comentario verá la luz ya que últimamente no se que pasa que no aparecen... yo recuerdo tanto las rejas de las ventanas como la "rosaleda" pintadas en azul (algún brochazo me tocó dar...) y no recuerdo la piscina rasposa, estaba pintada con clorocaucho sobre el cemento pulido y la cuidaba maravillosamente el tito Luis al que siempre se le dio muy bien el mantenimiento de las piscinas en ella sufrí una rotura de tabique nasal mientras jugábamos al waterpolo con nuestro gran amigo el dura Juan. Recuerdo la entrada que más tarde se suprimió y que daba a la parte del camino junto a la puerta del garaje, recuerdo que tiramos un tabique para agrandar la cocina, recuerdo los dondiegos que crecían con profusión de colores junto a la piscina y que cuando estaban a punto disparaban sus semillas a cual más lejos. Recuerdo el inicio del jardín antes de existir los rosales y el remolque de estiércol de oveja cuya carga entre mi padre y yo extendimos por todo el jardín, el aroma nos duró semanas... y lo que más recuerdo es la noche del estreno cuando todos los hermanos, mi hermana incluida, nos fuimos en autobús y estrenamos el chalet durmiendo sobre los cartones de los electrodomésticos.
Incluso el terrazo sin pulir del camino de entrada hubiera sido más cómodo, pero a nosotros nos pareció que dormíamos en una suite del Castellana Hilton, aquella noche no la olvidaré mientras viva.

Märkostren dijo...

Corrijo, la piscina estaba alicatada con baldosas rectangulares de color azul haciendo dibujo de aguas y colocadas en posición vertical, también recuerdo a los "zapateros" que nadaban a sus anchas por el agua limpia y que cuando se veían acorralados daban unos mordiscos impresionantes, la piscina pintada de clorocaucho fue la del segundo chalet, aquel que tenia debajo una especie de catacumbas, fruto de un refuerzo de la cimentación y en las que se ubicaba el laboratorio de fotografía de Luis y un dormitorio que me adjudiqué en cuanto se acabó la obra.

Señora dijo...

El verano del que naciste fuimos al chalet, como era costumbre y entonces el abuelo quiso plantar un rosal en honor de su nieta. El sitio elegido fue junto a los trepadores rojos, pero escogió una modalidad bien distinta, ya que esta daba una flores de forma y color más selectos, en tono rosa tirando a anaranjado suave, y la planta no trepaba. El acto de plantarlo tuvo su importancia y requirió tu presencia, asi como que el primer abono que recibiera viniera directamente de ti.
Cuando en primavera daba aquellas rosas con aquel color tan bonito todos hacíamos bromas sobra la bondad del abono.

lmarcos03 dijo...

.....me encanta que desarrolléis tanto la imaginación, y por eso os voy a aclarar que:

1.- El chalet estaba a la entrada del pueblo, si venias de Madrid.
2.- La rosaleda era de arcos azules
3.- Mi coche era un Renault 4-4, y mas tarde un Morris Minor negro (M-152500)
4.- La noche del estreno no recuerdo que fuéramos todos
5.- Yo también me curre el estiércol, para poder entrar por la puerta principal
6.- La piscina, si seguís el relato debía ser enorme, pues lo mismo te cruzabas con dos en una piragua, que te arrollaban con una competición a tres calles, o te daban un balonazo en medio de un partido de Voleyball acuático (forma de uso preferida por el "cura" Juan).
7.- Nadie se acuerda del garage convertido en una discoteca que nos esperaba cada fin de semana, despues de tocar la guitarra en el coro de la iglesia, para ver como poníamos "las manos en alguna cintura", siguiendo los consejos de Adamo o suspirábamos con Tom Jones y si Delaila (falta una H, donde?) pensando que ella vendría algún día, o nos dábamos importancia siguiendo las canciones de los Beatles, en ingles (con su traducción simultanea)..... ahora podemos decir "Que tiempo tan feliz que nunca olvidare ...."