martes, 15 de noviembre de 2011

La tita Mercedes de Madrid

Durante las vacaciones en la granja, había un evento en concreto que nos mantenía a todos los chiquillos expectantes. Eso hacía que nos pasásemos el día entrando a la casa para enterarnos de cuánto faltaba aún. La continua irrupción de veinte primos revolucionados, ya fuese en grupos o individualmente, para realizar la susodicha pregunta sin obtener jamás, y a pesar de nuestra insistencia, una respuesta clara (por aquel entonces no existían los móviles por lo que nadie disponía de información actualizada al respecto), quemaba en poco tiempo la limitada paciencia de nuestros mayores. El acontecimiento esperado no era la llegada de Papá Noel ni la de los Reyes Magos. Ni siquiera la hora de la merienda cuando mis tías bajaban a por tortas de manteca a La Rosario, ni tampoco la de la comida, que solía tener lugar cerca de las 4 de la tarde y nos pillaba a todos desfallecidos de hambre. Lo que aguardábamos impacientes era la llegada de la tita Mercedes de Madrid junto con mis primas, en especial las gemelas, ya que sus otras dos hijas quedaban más cerca del rango de edad de mis tíos que del nuestro. Las gemelas eran unas grandes favoritas ya que, entre otras cosas, siempre venían con nuevas ideas de juegos y jugosos cotilleos. Eran cuatro años mayores que yo, treméndamente guapas y su edad les concedía experiencia y estatus, sin contar con el don de la iniciativa del que hacían gala desde su más tierna infancia.

Mi tía tenía una papelería y se presentaba en la granja con regalos para todos, aunque nuestras ganas de verla no se debían a intereses mercenarios. Y eso que, en mi caso concreto, su visita venía acompañada de algún libro, generalmente de la colección de Puck a la que estaba enganchada. Pese a mi adicción, no devoraba la obra aquella misma tarde porque me interesaban, aún más, las historias de mis primas. Pero mi tía era deseada no ya sin regalos, incluso también sin sus hijas. Siempre estaba alegre, nunca perdía ni su buen humor ni su sonrisa. Tanto es así que, un día que vino a verme como paciente y, pese a tener muy mala cara, su vago comentario en relación a su estado se limitó, textualmente, a: "hoy tengo un poco de fatiga". El pobre digestivo al que le había pedido el favor de que la valorase, y al que no he vuelto a pedirle nada nunca más, palideció casi tanto como ella según le echó un primer vistazo para saludarla. Ni que decir tiene que ni siquiera llegó a hacerle la historia. Como una bala me bajé a la Urgencia donde robé una silla de ruedas en la que la instalé y, seguida a duras penas por una de las gemelas, la empujé con ella encima hasta dejarla instalada en el cuarto de críticos. Por culpa de sus leves síntomas y, como conclusión de aquellas carreras, terminó ingresada en la Unidad Coronaria (la gemela casi la sigue tras el esfuerzo de correr detrás de ambas).

Otra de las características de mi tía es su devoción, sin por ello imponerte sus creencias. Junto con mi abuela, la tita Mercedes de Linares y algún agregado ocasional, si en algún momento se  aburrían, pese a los veinte primos, por no tener nada qué hacer, rezaban el rosario para entretenerse. Ninguno de los niños entendíamos el placer de ese pasatiempo, pero ellas repetían las Aves Marías como otros cantan las canciones de su grupo favorito. Tanto fervor me vino bien cuando me llegó el temido momento del examen MIR. Si bien es cierto que estudié mucho los tres meses del verano, también lo es que, el resto del curso había tocado más los libros de lectura que los de texto (salvo en los periodos de agobio previos a las evaluaciones). Tanto es así que aún tengo pesadillas en las que me presento a un examen sin estudiar y que, estoy segura, se deben a mis remordimientos. El caso es que si aprobé con nota suficiente cómo para escoger la especialidad que quería, estoy convencida que se debió en cierto modo a la intercesión de los santos (y no soy creyente). Pretendían así evitar que mi tía incendiase sus iglesias a base de ofrendas de velas. El resto de la familia, agradeció el gesto, y el resultado, así que ahora me llaman para recordarme, de vez en cuando, que gracias a sus desvelos soy la única médico de la que disponen. Desde que han cambiado las velas de cera por bombillitas no creo que sea posible cambiar mi estatus. ¡Menos mal que tengo al Dr. House para compartirlo, aunque por lo general me piden que no le moleste!

El caso es que es su cumpleaños y le deseo mucha, muchísima salud y ¡Muchísimas Felicidades!

Por descontado, tanto el Dr. House como yo seguiremos estando disponibles para todas las consultas médicas que precise.

3 comentarios:

Carmen dijo...

Muy bueno. Comparto todo lo dicho aunque también hay que recordar todos los cuentos que las pobres gemes nos tenían que contar por la noche hasta que nos dormíamos ¡menuda paciencia!
Siempre recordaré las braguitas de "Princesa" que nos trajo la tita unas Navidades. Fueron las primeras braguitas de "mayor" de mi vida y nunca olvidaré quien me las regaló.
Las tardes en la papelería actuando de dependienta y el montón de pasteles de la panadería de al lado de su casa, son recuerdos imborrables de nuestra niñez.
¡Felicidades tita!

José Miguel Díaz dijo...

La verdad es que la tita Mercedes era como Papa Noel, llegaba siempre cargada con regalos para todos sin olvidarse de ninguno. Unos playmobil nuevos y un bandejón de pasteles era sinónimo de la visita de la tita Mercedes, y si encima añadías al lote una carne con tomate de la tita Carmen...¡¡no digo na!!. Esos bonitos recuerdos dejan huella cuando eres mayor y se agradecen toda la vida.
Felicidades Tita Mercedes y que, junto con la tita Carmen, sigáis siendo nuestras "Chicas de oro" muchos años más.

Elvira dijo...

Ay, qué recuerdos..... y cuando íbamos a la tienda y nos compraba bollos, y la corte celestial que movilizó con mis oposiciones.... si es que la tita es mucha tita Mercedes.