martes, 15 de noviembre de 2011

Caballos

Cuando tenía unos 11 años, mi tío Pepe compró un par de potros que instaló en la granja. Para ello, reconvirtió una de las naves de los antiguos gallineros, medio en ruinas, en establos. Aquellas naves soportaron estoicamente nuestros recorridos por sus tejados de uralita mientras jugábamos al escondite, a los Cinco y a los ángeles de Charlie y, sólo fallaron en una ocasión, en la que mi prima Sole terminó en el suelo de uno de ellos, vía a través del tejado y con el resultado de una pierna rota. Los ingleses lo llaman "accident prone" y, desde luego, de todos los primos era siempre a Sole a la que le tocaba la china de los percances. Ni que decir tiene que teníamos terminantemente prohibido subirnos a aquellos tejados. Pero la granja era muy grande y, precisamente, jugábamos a escondernos.

El caso es que cuando esa nave fue transformada en establo dejó de ser apta como territorio de juegos. Claro que, en sí, los propios caballos suponían bastante entretenimiento. Al principio no podían montarse, había que conformarse con mirarlos y verlos crecer. Luego hubo que domarlos y, mi tío, de albañil aficionado ascendió a domador amateur. Por supuesto, su siguiente y más que envidiado papel fue el de jinete. El problema es que, con veinte primos para hacernos la competencia a la hora de subirnos a los dos caballos, era necesario hacer méritos.

Por aquel entonces, gracias a mi natural "don de gentes", yo distaba mucho de ser la favorita de mi tío. En realidad distaba de ser la favorita de nadie. Ironías de la vida, gracias a mis habilidades médicas me he ganado ese puesto, aunque eso ocurrió tras curarle un absceso faríngeo el día anterior a la boda de su hija y, un vértigo posicional, tras el bautizo de su primer nieto. Está claro que los eventos familiares no son buenos para su salud. En Junio se casa su hijo, así que me llevaré el botiquín a la ceremonia. En mi primera intervención médica le hice tomarse un tratamiento bomba que, pese a no creer en la medicina moderna y sí en todas las tonterías sin base científica que, o bien le cuenta su madre o bien encuentra por Internet, cumplió sin rechistar. No tenía opción, estaba realmente mal. En el segundo caso no precisé recurrir a ninguna droga y supongo que eso me hizo ganar aún más puntos. Una sencilla maniobra de Epley obró el milagro. Pero eso sucedió muchos años después. En esos momentos, recién entrada la adolescencia, no había adquirido aún ese estatus privilegiado, ni tan siquiera parecía previsible que llegase a alcanzarlo. Aún así, me empeñé en aprender a montar y mi tío vio un filón en mi dedicación. Todas las mañanas de aquellas vacaciones me empleó en limpiar las cuadras de los caballos. No ordeno jamás mi habitación pero, con aquellas cuadras, me esmeraba a diario y me dedicaba a cargar carretillas de porquería, fregar el suelo y poner paja limpia sobre él. Además cortaba hierba fresca de la que les gustaba comer a los caballos y acarreaba cubos de agua tanto para la limpieza como para darles de beber.

 Si alguien supone que con aquellas tareas me gané una plaza aventajada a la hora de subirme a la silla, está muy equivocado. El resto de mis primas, sin necesidad de tocar una escoba, pasaban por delante de mí con tan sólo hacer su aparición. Todas eran mucho más lucidas que yo, independientemente de mis granos, por lo que mi tío, al que le gusta bastante presumir, prefería sacarlas a ellas de paseo. Al menos yo me quedaba en la compañía fiel de mi libro. Eso sí, al día siguiente, esta cabezota regresaba a los establos para limpiarlos de arriba a abajo en busca de una nueva oportunidad de hacer prácticas de equitación.

Una vez empecé la residencia me apunté a un centro de hípica. Tras unas cuantas guardias me replanteé el asunto: las caras y la cabezas rotas, además de otros pocos huesos, que veía en la urgencia debidas a caídas del caballo consiguieron lo que no había logrado el tener que quitar porquería de los establos. Hace años que no monto pero eso no quiere decir que no esté dispuesta a hacerlo, aunque con menos afán que el que tenía en mis comienzos de amazona.

Mi tío tiene un nuevo caballo al que espero me deje subirme en alguna ocasión ¡FELIZ CUMPLEAÑOS TITO!

3 comentarios:

José Miguel Díaz dijo...

Hombre lo de presumido...con razón, haber quien llega a los 60 añazos poniéndole las cosas difíciles a su hijo de 26 en un duelo al tenis y compitiendo en carreras y cross provinciales, la última este mismo domingo, y ojalá que por muchos años. El tito Pepe, además de las lecciones ecuestres, nos inculcó a todos el placer de hacer deporte. Aun muchos recordarán las carreras que comenzábamos religiosamente los sábados por la mañana detrás de la gasolinera, pasando por el lago titicaca y llegado al cortijo de las piedras.
Muchas felicidades "Tito Pepe": caballero, deportista, albañil y pensador.

Sole dijo...

Hay algunos errores 'históricos', prima, yo nunca me caí del tejado, la pierna me la rompí con la bici,jejeje. Del tejado cogí al vuelo a tu hermano que sí que hizo un agujero y casi se coló...Y lo cierto es que todos y todas hemos sacado cubos de estiércol y montado en el Lucero como 'premio'. Muchas felicidades al tito y a ti por el blog, que nos trae muchos recuerdos.Besos

María José (prima) dijo...

Prima, como siempre, me ha encantado. Y además he recordado viejos tiempos, que nunca viene mal.Que bien lo pasábamos montando a caballo.Pero tengo que decir que quizás yo no saqué estiercol, pero sí que cepillaba a los caballos, les daba agua y comida y los cepillaba.Además de eso,el tito nos sometía a unas tablas de ejercicios bastante duras porque decía que si no estábamos en forma no podíamos montar.Nunca he vuelto a tener unos abdominales tan duros....
Muchos besos.