martes, 22 de noviembre de 2011

Intrépida a los 90

Una anécdota que no tiene desperdicio es la narración de la visita de mi padre a sus tíos paternos a Gijón. Tuvo lugar el año pasado donde su tío estaba ingresado restableciéndose de una embolia cerebral. La resistencia del anciano es asombrosa, todos los años le da un jamacuco del que se recupera milagrosamente. Es lo que hace el hábito, aunque no se trate de ninguna sana costumbre.

Mi tía-abuela es una mujer sabihonda que siempre tiene razón en todo y, en caso contrario, vuelve a aplicarse el axioma anterior. Inútil discutir, ni oye ni escucha. Supongo que la práctica le ha hecho restarle importancia a las hospitalizaciones encadenadas de su marido así que, como gran "erudita" en el tema (al igual que en cualquier otro), decidió que no merecía la pena volver a Madrid y perder las vacaciones por una simple trombosis. Por ello, una vez de alta del hospital, se instalaron en una residencia para terminar la convalecencia y realizar la rehabilitación. Allí es donde mi padre, que quiere mucho a su tío y soporta asombrosamente bien a su tía, acudió unos días a echar una mano (innecesaria por otro lado si hiciese caso a la dama. Supongo que es el secreto de su buena relación: cada uno hace caso omiso al otro). Una vez allí, mi tío-abuelo le comentó que le parecía que la rehabilitación que le daban era muy lenta. Mi padre le respondió que dudaba mucho que intentasen alargar su ingreso, porque ¿quién en su sano juicio iba a querer prolongar la estancia de su mujer más tiempo del imprescindible? El indiscutible argumento le hizo gracia y disipó sus recelos.

Las conversaciones entre la pareja deben de ser muy particulares. Ella no le oye a él (tuvo una sordera súbita) ni él a ella (de algo útil le ha servido tanta embolia aunque, en este caso creo que mi tío nació con una sordera selectiva a la chirriante frecuencia de voz de mi tía y, supongo que además, enseguida aprendió a contestar "sí querida" ante el diminutivo de su apellido, que es como esta le llama cariñosamente. Este acto reflejo, tan conveniente, debió de ocurrir previo a su boda o, si no, no se explica que llegasen a casarse). Pese a la sordera de ambos, parece ser que mi padre sí se hacía oír, al menos de vez en cuando.

Como el tío evolucionaba favorablemente, su mujer decidió organizar una "sorpresa" para mi padre. No me quiero ni imaginar la cara de susto que debió de poner el pobre ante la idea. Pese a la impresión, no se infartó y se vio obligado a someterse al plan. La sorpresa consistía en sacar a mi tío a dar un paseo, pero no de cualquier tipo, sino que, al encontrarse la residencia en un extremo de Gijón, era necesario, realizarlo en coche y, la dama, a sus más de 90 años, sería la encargada de llevar el volante. No le habría cambiado el trayecto a ningún gijonés ese día, aunque el mío me suponga más km. Afortunadamente, mi tío dejó de conducir hace unos años, así que ahora es ella la que ejerce de chofer. ¡Qué no le digan a la señora que entorpece el tráfico, aunque le pusieran una multa por esa causa! Ella va a 140. Nadie le ha explicado que lo que hay delante de ese 40 no es un 1 sino un / correspondiente a la división del velocímetro. Está convencida, como en todo en su vida, que es más rápida que el mismo Alonso a volante.

¿Cómo iba la señora a subir la rampa con el coche sin su marido instalado en su interior? Indudablemente era mejor idea montarle dentro del garaje. Lástima que el ascensor no llegase hasta allí. Es por ello por lo que mi feliz padre se encargó de bajarle en la silla de ruedas por la peligrosa rampa. Una vez todo en orden se pusieron en marcha.


Quedó claro que mi tía maneja muy bien el coche y tiene perfectamente tomadas sus medidas, tal y como pudieron constatar el resto de los conductores que pasaban a su lado a una distancia de escasos milímetros. De reflejos no andaba tan bien, que se saltaron 3 semáforos en "coloraó" (rojo es una palabra que no usan por ser políticamente incorrecta), y eso pese a los gritos de mi padre. También quedó claro que conducir empeora la sordera de mi tía y deja de ser capaz de oírle. Por supuesto, los peatones son una entidad que tampoco entra en consideración y, menos mal, que los 3 que estuvieron en riesgo se arrepintieron de aventurarse a cruzar según pasaba la señora, uno de ellos por los pelos. También logró evitar llevarse por delante la puerta de un incauto que, sin mirar, pretendía salir de su coche aparcado. Afortunadamente utilizó los retrovisores en el último momento y corrigió a tiempo.

Una vez que llegaron a la playa, mi padre bajó del coche y, según sus palabras, se sostuvo como pudo sobre sus rodillas tambaleantes. ¡Incluso estuvo tentado de besar el suelo! Se relajó durante un cuarto de hora caminando por la orilla. Cuando remontó la arena, se encontró con que había 2 policías y un festival de sirenas detrás de su sorda tía. Esta había decidido seguir el paseo de mi padre desde el coche. El problema estribaba en que impedía el paso del de los policías ya que tenía que ajustar su velocidad con la de mi padre.

Tras solucionar el incidente, decidieron emprender el retorno. Pese a las indicaciones, Miss Daisy se equivocó (sin lugar a dudas estaba mal señalizado). Salió a la autopista (no sin antes pararse a intentar dar marcha atrás para subsanar su error, ante el espanto de mi progenitor). En vez de escoger el camino de vuelta a la residencia vía autopista, marcado con carteles poco fiables según se había demostrado, a la dama le pareció mejor idea regresar al punto inicial y repetir la maniobra. Tan exacta reproducción suponía meterse en la autopista de nuevo, lo que evitó en el último momento, un grito despavorido de mi padre.


Una concluye que aquel coche venía con ángel de la guarda de serie y además con la opción de coger uno por cada rueda (cosa que mi padre se apresuró a añadir). Si no, no se explica que sobrevivieran a la aventura tanto ellos como los gijoneses. También tuvo un curioso efecto terapéutico: mi padre, después de esa experiencia vital, regresó a Madrid mucho más suave y tranquilo, con ideas de disfrutar la vida y de sentirse satisfecho con lo que tiene. ¡Quién sabe si esas inyecciones de optimismo y de disfrutar el momento son la causa de las milagrosas recuperaciones de su tío!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajaja, muy bien explicado hermana, algo que solo viviéndolo es posible de sentir, el padre no fue el mismo desde aquel día, y es que no hay mal que por bien no venga.
Besosss

Carmen dijo...

Es buenísimo y doy fé de que es totalmente cierto. ¡Pues menuda es la tita Mariní, sabe de todo y tiene consejo para todos.

elvira dijo...

ajajaja! me lo había saltado..... si es que es increíble cómo conduce!