martes, 15 de noviembre de 2011

Autor invitado: La carta del tito Pepe

Mi tío Pepe me ha enviado una carta preciosa en respuesta a mi post por su cumpleaños. Es andaluz con lo que hay una serie de halagos exagerados aunque no por ello menos agradables de recibir.  Menos mal que recalca mi personalidad "particular" (rasgo en el que coinciden los que me conocen) y que sabe que mi pluma a veces muestra un filo digno de un bisturí (deformación profesional). A él le corresponde buena parte del mérito de aquella época dorada de la granja además del reconocimiento por sus duros entrenamientos en los que intentaba ponernos a todos los primos en forma. Con la lengua fuera íbamos a su zaga mientras tratábamos de emularle. Pese a nuestro relativo "vigor juvenil" nunca hemos podido ni toserle en ese sentido. 


Linares, 15 de noviembre de 2011

Querida sobrina:
La verdad es que en contadas ocasiones alguien me ha dedicado comentarios escritos y me ha encantado que sea mi sobrina la que, en un día tan señalado para mí (hoy paso a ser sexagenario), recordase acontecimientos que hace treinta años sucedieron en la granja de sus abuelos.

La granja era para los más mayores, un paraíso dentro de la jungla urbana, un castillo imaginario para los más pequeños y para tus padres y tus tíos, un refugio maravilloso donde os hemos visto disfrutar y crecer, para mi gusto, demasiado rápido.

En la granja había animales, especialmente gallinas, ahí es donde tu abuelo era un auténtico erudito, sabía más de gallinas que los mismos gallos. También había otras clases de animales, algunos de dos patas, a esos la abuela los tenía catalogados como "so seres" o "tuerce botas". Tú y yo sabemos a quienes se refería. También un afortunado día, para mí, llegaron dos potrillos.

La granja podía convertirse en una acogedora hostería con capacidad ilimitada y donde el overbooking no era posible, sobre todo porque a tu abuelo no le gustaban las palabrotas en inglés. A propósito de palabrotas ¿que me dices del catering? Comer en la granja era un verdadero placer y un consuelo para los desfallecidos estómago, sobre todo, de los tuerce botas, los papollas, papiquis y algún que otro "giliventanas".

Con los menús festivos es cuando la abuela se salía. Como las faenas de los buenos toreros, sus platos iban de menos a más, aperitivos como la caldereta de morcilla, el chorizo en chicharrilla, la sangre frita con cebolla, la tortilla de patatas que rallaba en lo sublime. Primeros platos como el arroz con conejo, el guisado de albóndigas al estilo de las bodas de Camacho, las celebres migas en feroz competición con las de tu abuelo, sumiller indiscutible con el que tuve el placer, que digo placer, el honor de compartir incontables copas de buen vino. Alguna vez que otra, no he podido evitar derramar alguna lágrima, sobre todo cuando tocaba el vino de pellejo.

¿Y los postres? Para "hacer pecar a un santo".Las crujientes flores de aceite, los etéreos pericones de Canena, las empanadillas de cabello de ángel y en ocasiones, sólo en ocasiones, las gachas de harina con picatostes y matalahúga, y el inolvidable pastelón. Y para terminar y provocar la envidia de los dioses, la aromática copita de risol, menos mal que la receta ha pasado a buenas manos. En la mesa donde se han degustado todos estos manjares yo sigo comiendo todos los días.

Yo no se a tí, pero a mí se me ha hecho la boca agua. A lo que íbamos. Efectivamente como bien dices en tu carta, en la granja había dos potrillos que se convirtieron en caballos y que se quedaron allí seguramente como premio a su bondad y nobleza. Has hecho muy bien en reprocharme que no fuese lo suficientemente espabilado para darme cuenta de que tenías una ilusión. Que fácil hubiese sido complacerte, deberías haberme insistido.

Efectivamente tienes toda la razón cuando me calificas de bastante presumido, y te has quedado corta, soy muy presumido, sobre todo cuando se trata de presumir de mis sobrinas. Presumo de la elegancia que acaricia la vista. Del toque de distinción que nunca permitiría la extravagancia. De tu personalidad tan particular. De la pulcritud a la hora de cuidar los detalles. De la discreción, justa y proporcionada al momento y a la ocasión. Presumo de la armonía de su figura y presumo del encanto que proporciona el saber vivir con gusto.

Pero si de algo presumo especialmente, es de tener en la familia una doctora de tu categoría. Tu afición tan desmesurada por la lectura cuando eras pequeña y tu capacidad para asimilar conocimiento, te hubiesen llevado a triunfar en cualquier profesión que hubieses escogido, pero tu calidad humana y el afán de estar siempre preocupada por los demás te hicieron decantarte por una de las profesiones más difíciles y seguramente la más gratificante. En mi caso me has devuelto la alegría las dos veces que te he necesitado. En realidad y aunque me digas que no, tú lo que haces es procurar la felicidad de tus pacientes. Bien es verdad que tienes que servirte de la ciencia, los medicamentos y en última instancia de la cirugía con la única finalidad de acabar con el dolor. Alguien dijo que "la felicidad es la ausencia del dolor".

Lo que más me ha agradado de tu carta es que después de treinta años recuerdes el olor a cuadra mezclada con el de la paja y la hierba recién cortada y de las horas que pasaste limpiando y acarreando estiércol.
Haciendo esas tareas es cuando uno aprende a amar a los caballos. Hacer estas tareas es una forma de compensarlos por haberles privado de su libertad. Hacer estas tareas es agradecerles todo lo que han hecho por el desarrollo de la humanidad. Realizar estas tareas te brinda una oportunidad única de acercarte, acariciarlo y ofrecerle tu amistad y es cuando este noble animal se impregnará de tu olor e irremediablemente se enamorará de ti, convirtiéndose en el gregario más fiel y en el más leal e infatigable compañero que no te olvidara jamás.

Es verdad que tengo un nuevo caballo. Se llama Áureo por que nació un día quince de mayo. Un quince de mayo también nació mi hermana Aurita.

Estoy seguro que Áureo me va a permitir devolverle la ilusión a una niña treinta años después.

Un beso muy fuerte de tu tío Pepe.

3 comentarios:

Sole dijo...

Que buenos recuerdos...ainsssss

Anónimo dijo...

Titooo, seguro que esas lágrimas tras el trago de vino eran de la emoción al sentir esos sabores en el paladar. A mí también se me saltaron en algún sorbo que robé en un momento de distracción.
Me ha encantado tu carta.
Un beso grande, que podamos leer una nueva treinta años después, y que sigas tan presumido.
Del mejor portero que has tenido delante.

Anónimo dijo...

Que carta tan dulce, cariñosa y emotiva tito.
Groumpy tiene que ver la próxima vez que baje a Linares a Aureo, porque yo me enamoré de él cuando lo conocí. Te acuerdas tito que lo comentamos? La diferencia de caracter con el Tonka y el Lucero, jajajaja, menudos gamberros!...la prima disfrutará mucho abrazando a Aureo mientras él se queda quietecito como lo hice yo. Muchos besos pal