Hoy es el santo de una de mis amigas de toda la vida. Una de esas amistades de chicas en las que la otra es prácticamente tu alter ego. Allá donde ella fuese también iba yo y viceversa. Rotábamos juntas en el mismo grupo y nos separaban habitualmente por apellido en los exámenes. Si por azar nos asignaban asientos contiguos, procurábamos poner en común alguno de los temas que dominásemos menos y, pese a plasmar ambas el mismo contendido, indefectiblemente ella obtenía mejor calificación en la pregunta en cuestión. Este hecho tiene una explicación lógica. Tan sólo hay que ponerse en el pellejo del encargado de leer y corregir los ejercicios. Almu tiene una letra no sólo muy bonita sino también ordenada, limpia y clara, con lo que el profesor empleaba muchísimo menos esfuerzo para entender todo lo escrito que cuando le llegaba el turno de ocuparse de mi caligrafía de médico en estado de ansiedad.
Un par de veranos incluso nos fuimos de vacaciones juntas. Con su hermano, mi hermanísima y mi prima Paloma nos fuimos a los Alpes. Era un viaje organizado con jornadas trazadas de antemano. En lo referente a la intendencia, saltaron chispas ocasionales entre el afán doméstico de mi hermanísima y el de planificación de mi amiga. El resto nos avenimos a sus decisiones sin intervenir, no fuese a salpicarnos algo de su acaloramiento. En esas vacaciones estuve en Ginebra por primera vez, aunque solo dispusimos de dos horas escasas para recorrerla. Aquella visita relámpago me dejó un recuerdo más que difuso en la memoria, al igual que de el resto de los lugares que vimos con la lengua fuera. Pese a los inevitables roces de la convivencia y a las fugaces excursiones fue una experiencia inolvidable.
Otra de aquellas escapadas fue el famoso viaje a Escocia con amigas. Aquel en el que, antes de partir, estas me rogaron encarecidamente que me contuviese con el equipaje. Gracias a eso, y al de la agencia de alquiler de coches, ellas dispusieron de suficiente espacio para el suyo. La maleta de Almudena, la misma que en los Alpes, era la más grande y también la más pesada. Con el maletero lleno a reventar exploramos el país de punta a punta siguiendo al dedillo el programa diseñado por Almu, que había hecho el esfuerzo de estudiarse la guía del Trotamundos de cabo a rabo, con apuntes incluidos. Las demás, en nuestra feliz ignorancia, íbamos dispuestas a aventurarnos en lo desconocido. El caso es que ella tenía muy claro el itinerario a seguir y el horario a cumplir, independientemente del estado de las infames carreteras escocesas (si es que se merecen ese nombre). Lo único que ocasionó algún cambio de planes fueron los diminutos mosquitos de la zona, "midgets", que se agrupaban en nubes y, pese a su minúsculo tamaño, mordían de tal modo que parecían tábanos.
Me tocó llevar el volante, no sé por qué el resto decidió que lo de conducir por el lado contrario de la carretera debía de dárseme bien, aunque la verdad es que no había carriles y la única diferencia era la posición del conductor. Almu tomó el mando y a todas nos pareció perfecto no tener que ocuparnos de nada más que de seguir sus instrucciones. Mientras ella daba las indicaciones, las demás nos relajábamos y disfrutábamos del paisaje, excepto cuando nos encontrábamos con algún coche de frente por aquellos estrechos caminos. Ni que decir tiene que nos lo pasamos como los indios.
Otra de aquellas escapadas fue el famoso viaje a Escocia con amigas. Aquel en el que, antes de partir, estas me rogaron encarecidamente que me contuviese con el equipaje. Gracias a eso, y al de la agencia de alquiler de coches, ellas dispusieron de suficiente espacio para el suyo. La maleta de Almudena, la misma que en los Alpes, era la más grande y también la más pesada. Con el maletero lleno a reventar exploramos el país de punta a punta siguiendo al dedillo el programa diseñado por Almu, que había hecho el esfuerzo de estudiarse la guía del Trotamundos de cabo a rabo, con apuntes incluidos. Las demás, en nuestra feliz ignorancia, íbamos dispuestas a aventurarnos en lo desconocido. El caso es que ella tenía muy claro el itinerario a seguir y el horario a cumplir, independientemente del estado de las infames carreteras escocesas (si es que se merecen ese nombre). Lo único que ocasionó algún cambio de planes fueron los diminutos mosquitos de la zona, "midgets", que se agrupaban en nubes y, pese a su minúsculo tamaño, mordían de tal modo que parecían tábanos.
Me tocó llevar el volante, no sé por qué el resto decidió que lo de conducir por el lado contrario de la carretera debía de dárseme bien, aunque la verdad es que no había carriles y la única diferencia era la posición del conductor. Almu tomó el mando y a todas nos pareció perfecto no tener que ocuparnos de nada más que de seguir sus instrucciones. Mientras ella daba las indicaciones, las demás nos relajábamos y disfrutábamos del paisaje, excepto cuando nos encontrábamos con algún coche de frente por aquellos estrechos caminos. Ni que decir tiene que nos lo pasamos como los indios.
¡MUCHÍSIMAS FELICIDADES ALMU!
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