Me despierto. Está oscuro. No es sólo debido a la persiana. Aún no ha amanecido. La negrura más profunda de la noche ya no es tal. Ha clareado y se transparentan los primeros matices azules. Es muy temprano. Cierro los ojos para atrapar el sueño de nuevo. Imposible. No hay ni rastro. En su lugar la cabeza me bulle. Repaso los planes del día, que se agolpan uno tras otro en mi cerebro y me empujan a levantarme. Otras veces es el impulso de una nueva historia que se traslada de la esfera de los sueños a la realidad. Me dejo llevar por su magia inquietante. Es un instante frágil y fugaz que no siempre se deja atrapar. No puedo evitar que huya si así lo decide. A veces regresa, aunque en otras tan sólo deja el trazo de su paso en la mente o de unas palabras inacabadas que esperan a ser reanudadas. Es durante esos últimos coletazos de la noche cuando ese sentimiento adquiere mayor fuerza. Justo antes de que la luz aclare el cielo y lo tiña de amanecer, en el silencio del mundo dormido, el tiempo se ralentiza y el instante se prolonga.
No siempre sucede así, pero cuando ocurre es el mejor estímulo imaginable. Se borra el cansancio. El mundo de los sueños pasa al plano de la consciencia, paralelo a la realidad, y provoca una misteriosa euforia. Se es partícipe de un hermoso y secreto tesoro que permite visitar ese mundo mágico.
"¡Qué madrugadora eres!"
¿Cómo no me va a gustar madrugar?
There are shortcuts to happiness and dancing is one of them! Vicki Baum. ¡Hay atajos hacia la felicidad y bailar es uno de ellos! Vicki Baum.
Un par de días a la semana, la salida del colegio de Valladolid, hermanísima y yo no volvíamos directamente a casa sino que nos íbamos a la academia de ballet de Marienma. Allí nos vestíamos con nuestras mallas azul celeste, unas medias de un color rosa muy pálido, y que nos encantaban por ser mucho más finas que los habituales leotardos del colegio, y nuestras preciosas zapatillas de ballet. Nuestro profesor se encargaba de vigilar que mantuviésemos siempre una postura correcta en la barra mientras cambiábamos las posiciones de brazos y pies y hacíamos series de demi pliés, grand pliés, relevés, rond de jambe y battements.
Una vez habíamos calentado, soltábamos la barra y pasábamos al centro de la clase dónde, según el día, realizábamos pasos encadenados de ballet, de sevillanas y prácticas de castañuelas. Los progresos se premiaban con un adelanto de fila, hasta alcanzar la privilegiada primera fila. No llegué hasta allí, aunque sí que me logré colocarme en las de en medio. Sin embargo, hermanísima nunca se movió de la última y, si hubiese sido posible, el profesor la habría bajado a un curso inferior (inexistente) durante las prácticas de castañuelas. Cualquier sonido que se asemejase a un repiqueteo seguro que no provenía de sus manos. Acabó tan frustrada que al año siguiente, para mi gran pesar, mi madre nos borró de la academia. En su lugar comenzamos con clases de francés en la Aliance Française. Creo que hermanísima se arrepintió de no haber sido más tenaz en el estudio de las castañuelas cuando tuvo que cambiar el Ria-ria-riapitá por el Voilà Alice! y los verbos franceses.
Tras mudarnos a Madrid, hermanísima vio la oportunidad de librarse de continuar con el estudio de aquel idioma y fue ella la que pidió volver a recibir clases de ballet. Empezamos a asistir a una Escuela de Música con profesores cubanos con los que, además del ballet, me tocó estudiar solfeo. Con mi gran oído musical no se puede afirmar que destacase en esa asignatura. Un dictado era un método de poner a prueba mi clarividencia: apuntaba las notas al tuntún y, sorprendentemente, conseguía acertar alguna. No sucedía lo mismo durante las lecturas de entonación, a pesar de aprenderme previamente las lecciones de memoria. Afortunadamente la profesora tampoco tenía muchas ganas de ser torturada y solía dejarme tranquila en mi rincón de la última fila (en este caso sin posibilidades de progresión).
Zoe Mozert
El ballet me encantaba y si el precio que tenía que pagar por ello era sufrir en solfeo, lo asumía con tal de seguir bailando. Por aquel entonces, al igual que otras muchas niñas, decidí que quería ser bailarina. No tenía las mejores condiciones naturales para ello pero pensé que, a base de constancia y esfuerzo, superaría mis limitaciones. Me entregué a ello con todo, y en mi caso todo es demasiado, mi entusiasmo. Practicaba siempre que podía. Las puntas se convirtieron en mis zapatillas de andar por casa, el espejo de la entrada era un punto en el que fijar la mirada en las piruetas y el largo pasillo un escenario ideal que recorrer con "chainés". Por desgracia, mi cuerpo no se mostró dispuesto a soportar aquel ritmo y mis estiramientos me supusieron algunos pequeños, y reiterados, desgarros de fibras de isquiotibiales (que alivié a base de reflex y de los que no comenté ni mu en casa). Mis tobillos también me traicionaron con esguinces ante cualquier tonta torcedura (curiosamente nunca provocadas directamente por el ballet). Fue mi tendón de Aquiles el que terminó por dar al traste con mis pretensiones (abocadas indefectiblemente al fracaso). Tuve mejor suerte que el héroe y me rehice de la lesión sin más consecuencias, y a diferencia de House sin cirugía. El tiempo de inmovilización me sirvió para reflexionar con calma y tomar conciencia de la realidad.
Aún sueño que bailo, y soy feliz cuando lo hago. En esos momentos mi mente no distingue entre el mundo en el que duermo y en el que estoy despierta, así que, aunque sea en mi subconsciente, hay una parte de mí que sí que ha logrado convertirse en una auténtica bailarina.
Las aspiraciones por una mejor calidad de vida han impulsado el desarrollo tecnólogico y social del ser humano. La estabilidad no es por tanto algo valorado de manera innata por el hombre sino que éste, de forma natural, siempre quiere más. El problema surge cuando el propio beneficio interfiere con el bienestar de su entorno. La obsesión por tener más y más les hace perder toda perspectiva. Se entra en un círculo vicioso en el que nunca se ven hartos. Centran su felicidad en sus posesiones, no en disfrutar de ellas. Desean ser los dueños del mundo.
Sin embargo, si los insatisfechos se fijaran en los menos favorecidos, en lugar de usar su rasero comparativo para ver lo que les falta y no lo que ya tienen, deberían de sentirse afortunados por su privilegiada situación. Posiblemente este conformismo no induzca al progreso de la sociedad. Las revoluciones se han producido en épocas de crisis en las que, la violenta exaltación del pueblo, ha sido el detonante del cambio. El egoísmo de las clases acomodadas ha redundado en su perjuicio e incitado aún más la crispación de los desfavorecidos.
Como siempre, en lugar de aprender de la historia, los poderosos buscan el placer y el enriquecimiento propio, aunque desgraciadamente no el que supone crecer como personas. Incapaces de aplicarse el cuento y autosacrificarse, sacrifican aún más a los que ya tienen exprimidos. Creen que la elasticidad es infinita, pero han equivocado el término al que aplicarle el adjetivo. Infinita es su propia estupidez. El egoísmo provoca rigidez, falta de flexibilidad. Al tensar y retensar, sin dar nada del otro cabo para compensar, la cuerda se romperá.
La venta especial del muestrario de verano 2013 de Cristina Castañer, tendrá lugar en Las Rozas Village los días 2, 3 y 4 de Mayo (prolongable hasta terminar existencias, por lo que suele durar unos días más). La tienda abre a las 10 de la mañana y para esa hora ya hay unas cuantas madrugadoras delante de la puerta. Aún así es el mejor momento para ir. A partir de las 11 es difícil hacerse un hueco entre la multitud, y aún más conseguir un asiento en el que descalzarse y calzarse con comodidad. A las 12 meterse en la tienda es entrar en una lata de sardinas sólo comparable con el Metro en hora punta.
Si vuestro número de calzado es el 36 (o un 37 pequeño, según la horma del modelo) merece la pena darse una vueltecilla para conseguir unas alpargatas a un precio más que razonable. Si veis algo que os guste en la estantería, no os lo penséis, cogedlo directamente. Si no lo hacéis así llegará otra espabilada que se hará con ellas y las unirá a los 10 pares que ya ha apartado para decidir entre todas y escoger una (por ley de Murphy que se llevará precisamente las que más os gusten) o ninguna (cuanto más se maree al dependiente más posibilidades hay de que esto suceda).
Si ese no es vuestro número pero conocéis a alguien que lo tenga podéis quedar muy bien si las compráis para regalo. Si os arrepentís al llegar, porque no habéis madrugado y no os apetece luchar por unos zapatos, siempre os quedará la opción de daros un buen paseo por el resto de las tiendas. Pasad antes por la recepción del Village en el que al dar vuestros datos os darán unos vales con un 10% adicional de descuento en todas las tiendas (salvo ofertas). En Camper tenían una promoción con pares del nº 36 a 40 euros. En Espacio de Creadores venden diseño español muy variado, para todos los estilos y a precios muy asequibles. A las tiendas habituales se han incorporado recientemente bdba, con outlet y un bonito muestrario de temporada, y 1927 una tienda multimarca con zapatos y prendas de Moschino, See by Chloé, Juicy Couture con algunas ofertas estupendas, y otras no tanto. Ambas están próximas entre sí, cerca del Chocolate Factory). Otro imperdible es La Perla y su colección de lencería y baño.
Un enorme pájaro de fuego, camuflado en el amanecer, ha cruzado el cielo y lo ha dejado sembrado de finísimas plumas blancas. No hay nubes y las plumas pincelan el cielo de acuarelas desgarradas. Apenas se ha visto un fugaz resplandor, el reflejo del sol al incidir en un cristal donde no había cristal. Oro encendido seguido de un rayo de plata y un eco final de destellos rosados.
El ave se ha estirado en el vuelo y ha abandonado en el cielo su plumón deshilachado. Se ha escondido tras el sol, allí donde no se le puede mirar. Sólo en algunos instantes se cuela una forma brillante entre las copas de los árboles. No es el viento, no hay movimiento en las sombras sino un parpadeo de luz que transforma en espejos las hojas pálidas de los álamos.
Al anochecer el ave deja el sol para ir a buscar la luna. Se abrasa en un fuego blanco que sólo el frescor de la luna calma. Si no la encuentra, el Fénix arde hasta consumirse en cenizas chispeantes, diminutas estrellas que estallan, se esparcen y se derraman. Algunas caen sobre el océano y otras lo hacen sobre las cumbres más altas de las montañas. Cuando el sol las toca, reaviva el calor de las ascuas y surge un nuevo pájaro de fuego: una nube dorada que se eleva despacio y sacude sus plumas al surcar el cielo como un rayo.
Con motivo de las celebraciones en el hospital por el día del libro, se han inaugurado unas jornadas culturales en Pediatría. Es una idea muy bonita, con intercambio de libros y cuentacuentos para los niños. Una de las pediatras les dio mi nombre a los organizadores y les sopló que escribía cuentos. La semana pasada me encontré con un email inesperado en mi correo del trabajo en el que me preguntaban si me apetecería contar alguna de mis historias. No podía decir que no, así que busqué un hueco previsiblemente tranquilo y me apunté en la lista de cuentistas.
Ayer un amigo me recomendó que me vistiese "de princesa" para la tarea. A hermanísima le habría entusiasmado la idea pero es que ella no conoce el significado de la palabra "vergüenza" (y todo lo que a ella le falta me sobra a mí). No me disfracé ni en mi boda por lo que eso de hacerlo en el hospital era directamente impensable. Lo que sí que he hecho ha sido escoger uno de mis vestidos más bonitos y originales, con un toque de cuento a juego con la ocasión, y esmerarme en el arreglo para tener un aspecto presentable.
Estaba nerviosa. Le consulté a la Señora y le pregunté a mi asistenta, que también cuida un colegio en los recreos y suele hacer de cuentacuentos, cuáles de mis historias eran las preferidas de los niños. En función de eso escogí unas cuantas y, antes de empezar, le pregunté su parecer al comité. Finalmente llegó mi momento. Me quité la bata para no imponer (y también para que el vestido luciese mejor) y me presenté en el aula. ¿Les gustarían mis historias? Empecé con la patata para romper el hielo y le puse entusiasmo a mi interpretación (hermanísima habría estado orgullosa de mí, aunque seguro que ella se habría cohibido menos). Libros, barcos, estrellas, dragones, dunas y hasta árboles de Navidad se sucedieron en el repertorio. Ha sido media hora intensa, reconozco que he disfrutado la experiencia, es posible que incluso más que mis oyentes que espero hayan soñado durante un rato.
Por marzo, cuando todavía hace frío y nadie la ve,
la luna la siembra.
Si no ¿de dónde nace la pura plata de la flor por junio?
Entre el verde metálico de los maizales,
entre el azuleco de los garbanzos,
entre el amarillo de los nardos,
el finísimo de la matalahúga.
(J. A. Muñoz Rojas "Las cosas del campo")
La matalahúga son unas semillas de sabor anisado, suave y dulce que se utilizan en Canena, y otras zonas de Jaén, para aromatizar panes y algunos dulces. Recuerdo que comprábamos en el horno unas roscas de un pan muy duro y seco, crujiente como una galleta, que había que tomar muy despacio, casi a modo de caramelo, para ablandarlo. Era conveniente tener algo de líquido a mano. Se deshacía muy poco a poco y en el proceso liberaba todos sus aromas. Estaba delicioso. No tiene la fuerza del licor de anís, sino que el sabor que aporta es mucho más sutil.
Además de aquel pan, mi abuela preparaba unas gachas dulces y la tita Li continúa con la tradición. La matalahúga le aporta su regusto anisado a la harina tostada. Ese saborcillo, junto con la textura cremosa del plato, como una bechamel dulce, hace que se coman sin sentir, casi como unas natillas. Son adictivas. Otras gachas son harinosas, densas y pesadas, una papilla que nada tiene que ver con las de mi tía. Tras probarlas, he llegado a la conclusión de que sólo me gustan estas.
GACHAS DE MATALAHÚGA
Ingredientes:
-1 litro Leche.
-1/4 Aceite de oliva virgen extra.
-Pan (del día anterior).
-100 gr. Harina de trigo.
-250 gr. Azúcar.
-1 cucharada de café de Matalahúga (Anís verde).
Elaboración:
Cortar el pan en cuadraditos y freírlo en una sartén con el aceite de oliva virgen extra a fuego suave, añadir la harina y tostarla ligeramente. Incorporamos la leche, la matalahúga y el azúcar. Mover enérgicamente hasta conseguir que espese. Vaciar sobre cazuelitas individuales ligeramente engrasadas en aceite de oliva virgen extra.
Para el que no se anime con las gachas, aquí va la receta de un bizcocho.
BIZCOCHO DE MATALAHÚGA (sin huevo) Ingredientes
3/4 de taza de aceite de oliva virgen extra
1 taza de leche
3/4 de taza de azúcar moreno
1 y 1/2 taza de harina fina de repostería
1 cucharadita de matalahúga o anís en grano
1 sobre de levadura Royal
1 cucharadita de canela molida
Elaboración
Se mezcla todo y se vierte en un molde de unos 20 cms de diámetro, previamente untado con aceite de oliva.
Se cuece en el horno a 180º, con ventilador, durante aproximadamente 40 minutos.
Abrazo un libro, aspiro su olor a tiempo y a papel lleno de cuentos. Antes de abrirlo imagino...¿Con qué frase empezará?
Estoy en una estación. Espero un tren que no viene. En el aire se distingue, al fin, el traqueteo monótono que delata su llegada. Su locomotora de hierro se recorta a contraluz. Remolca, junto con el humo de su chimenea, las sombras estiradas del sol poniente. El tren se para. Oigo un silbato y a mi lado se abre la ventana de un vagón. Una mujer me sonríe. Los ojos le brillan con un secreto que no puede contener. Es algo feliz, tan feliz que quiere gritarlo y reverbere en el eco. En medio del ruido me acerco para escucharlo. El tren arranca de nuevo. Su voz se aleja, la persigo, intento alcanzarla. No lo consigo y la pierdo.
Caigo de un relato a otro. Ruedo por una escalera. Me aferro a su balaustrada y es un tobogán de hielo. Me deslizo en su espiral y al final levanto el vuelo. Veo el cielo reflejado en el fondo de un estanque; miles de estrellas inundan de noche el agua. Al columpiarse en sus ondas salpican el aire de lluvia centelleante. Las gotas estallan en notas, suena música de vals y un árbol me saca a bailar. Giro y giro entre las ramas mientras el viento me canta las palabras de mi cuento. En el bosque hay una gruta en la que vive una bruja. Escribe cientos de conjuros con la magia de una pluma.
A través de la biblioteca accedo a un mundo diferente al que estoy acostumbrada. No es un mundo de objetos. No rige el tiempo. El espacio posee otra dimensión, es variable en cada punto. En sus habitantes no fluye la sangre, sino la tinta. En ese mundo, todo, absolutamente todo, es posible.
Cuando abro un libro, lo hago como una intrusa. Permanezco ajena a él porque lo adapto a mi medida, lo recreo en imágenes y figuras. Mientras no cambie mi perspectiva seguiré siendo una extraña, para siempre. Si de veras deseo formar parte de los libros he de transformarme en palabra. Convertir mi yo de carne y hueso en un conjunto de letras. Soy "ella": una e, dos eles y una a que recorren las páginas, divididas, unidas y entremezcladas con lo que está escrito sobre ese universo de papel. Mis trazos navegan por las curvas del resto de las letras, comparto algo con cada una de ellas. Su tinta se une a la mía, viajo de una hoja a otra, recorro cada frase, me detengo en cada pausa, me llevo algo de la esencia de todas ellas. Nuestra tinta se enlaza, queda unida para siempre. Mi ella son ellas y ellas son mi ella. No sé en qué línea me he quedado ni si sigo siendo yo. Carece de importancia, cada partícula de mí forma parte de una historia, de infinitas historias, en las que todo es posible.
Hay trucos de magia, actos engañosos que pretenden hacer creer que rompen las leyes de la naturaleza, y también existe la auténtica magia. Es un concepto diferente al asociado a las hadas, las brujas y los duendes. Se dice que la verdadera magia está en el interior de cada uno, pero en mi opinión esta reflexión se queda corta: la magia está en todas partes, nos rodea y sólo hay que abrir los sentidos para percibirla. Se busca la magia en fenómenos sobrenaturales sin ver la que tenemos delante en el día a día. No hay que buscarla, te encuentra. Tampoco hay que confundirla con la espiritualidad: no se precisa conectar con el karma, alcanzar ningún nirvana ni consagrarse a la fe de ninguna religión para sentirla. No se requiere ningún poder especial, basta con la capacidad de cada uno de disfrutar de las pequeñas cosas.
Por supuesto no todo es mágico. Ni siquiera lo que se percibe como tal posee el mismo tipo de encanto para todo el mundo. Las emociones son consustanciales a esa cualidad. Se habla de la magia del amor, que resulta evidente para los enamorados y que, en ocasiones, no parece más que una ilusión de atontados para los que no forman parte de la pareja. No es preciso flotar en una nube entre las flechas de Cupido para sentir el poder de los sentimientos. El que alguien, con su mera presencia, sea capaz de transmitir consuelo cuando es necesario, o de contagiar alegría es, indudablemente, un acto cargado de magia. Se podrá llamar empatía, pero el flujo que vincula una persona con otra tiene algo especial que difícilmente es explicable por las leyes físicas.
La magia no es sólo un rasgo humano, aunque las emociones que despierta sí lo sean. La belleza de una cascada, con su espuma blanca al tropezar con las rocas en su caída y el arcoiris de las diminutas gotas salpicadas en su choque final, existirá aunque ningún hombre las contemple. El aroma de una flor desempolva antiguos recuerdos y ambos se conservarán en el aire y en nuestra memoria aunque nos alejemos de ella. Una ráfaga de viento al pasar murmurará y arrastrará su murmullo de un lado a otro, ya sea entre hojarasca, polvo o lluvia. Un color que cambia con la luz, el reflejo de una piedra o el brillo de una mirada, pese a su cualidad efímera, provocan impresiones pasajeras y profundas que estimulan la imaginación y la inspiración. Los libros, una sucesión de páginas que llevan al lector a lugares lejanos con palabras capaces de convertir a desconocidos en seres tan cercanos que compartimos sus emociones y que nos seducen hasta enamorarnos, son, definitivamente, mágicos.
La auténtica magia es siempre blanca, engendra dicha y bienestar. En ese poder reside el secreto de la verdadera magia.
Mientras las limpiadoras dejan el quirófano inmaculado entre una faena y otra, me acerco a saludar a mi siguiente víctima que espera su turno en el antequirófano. No le conozco, fue mi jefe el que le atendió en consulta, y lo cortés es presentarme antes de hacerle sangre.
- Buenos días. Soy su doctora.
No es difícil darse cuenta de que el hombre está algo nervioso. Confirmo todos sus datos, su nombre lleno de consonantes de Europa del este, las alergias, las ayunas y demás requisitos para evitar errores.
- Sé que le vio mi jefe en la consulta pero hoy está ocupado por lo que, si no tiene inconveniente, le operaré yo.
- Preferiría que mi cirujano fuese un hombre - solicita el paciente.
¡Qué mala suerte ha tenido el pobre! Ese día el quirófano es un harem. Anestesista, enfermeras, auxiliares y celadora, somos todas féminas. ¡Y eso que en la consulta le tocó uno de los dos miembros de la sección masculina del servicio!
- Lo siento, la cosa está difícil, - le explico con mi mejor sonrisa, - salvo que desee marcharse y probar suerte otro día. Aún está a tiempo.
- ¡No, no! ¡Por favor, no se lo tome a mal! ¡Lo he dicho sin pensar! - se disculpa azorado.
Sinceramente no me lo he tomado a mal, simplemente me parece una ridícula cuestión cultural que es mejor tratar con sorna. Sucede con relativa frecuencia que tras explorar, diagnosticar, recomendar y explicar un tratamiento a un enfermo, éste le da las gracias al residente (varón) sentado a mi lado que no ha abierto la boca durante la entrevista. No es cuestión de hacer un mundo de una estupidez, pero si se le puede sacar un poco de punta...
- No se preocupe, no me ha molestado. Además, así le doy con más ganas los martillazos necesarios a su nariz (es un tabique nasal, cosa que me encanta operar. Golpear en el cincel para tallar y rebajar relieves es muy relajante. Comprendo totalmente a los aficionados al bricolaje).
Seguro que el paciente se ha quedado mucho más tranquilo tras oír mis palabras. Le pasan al quirófano donde le espero, transformada en el sangriento Dr. Hyde y dispuesta a la batalla. Mis armas: el bisturí, el martillo y el escoplo. Creo que tengo las de ganar.
Suena el busca, es una llamada desde la urgencia. Respondo. La pobre doctora que habla al otro lado parece un poco desesperada.
- Grumpy, tengo un problema. Hay un señor que se queja de una otalgia tan intensa que ni siquiera me deja tocarle. Está muy alterado, seguramente tiene un componente psiquiátrico. ¿Te importaría verlo?
Tiemblo. Los psiquiátricos son complicados, nunca se sabe cómo razonan (si es que lo hacen).
- No te preocupes, lo intento. Di que lo suban (a veces, sólo a veces, soy así de buena).
Un rato después me avisan de que ya ha llegado. Salgo a la sala a avisarle y nadie responde. Subo el volumen de mi voz (ya de por sí nada desdeñable) y se levanta un paciente. Lo primero que hace es regañarme: "Estoy sordo, si no chilla más no la oigo". Me contengo. A pesar de su deseo creo que es mejor que no me oiga chillar.
El hombre está reacio. Antes de sentarse estudia el sillón como si escondiese alguna trampa: comprueba la firmeza de los brazos, el asiento, el respaldo y hasta el ángulo de giro. ¿Estará de veras loco? Finalmente se sienta. Suspiro entre dientes. Tengo que explorarle así que más me vale encontrar el modo de convencerle sin discutir. Empiezo por el oído bueno, lo manejo con cuidado para no hacerle daño y que gane confianza. Le explico que ahora debo hacer lo mismo con el otro lado. Me disculpo de antemano porque sé que le va a molestar, aunque también le digo que procuraré que sea lo mínimo, pero, por desgracia, no me queda más remedio que reconocerlo para diagnosticarlo. Coloco el microscopio, el otoscopio, miro y el paciente ni rechista. Lo que encuentro no me consuela: está todo inflamado y lleno de porquería que conviene limpiar. Una cosa es mirar y la otra es "operar". Afortunadamente dispongo de un arma rápida y secreta: un poco de spray de anestesia tópica. Rocío bien el oído y espero un rato a que actúe. Preparo el aspirador y le explico que va a notar muchísimo ruido. El paciente está sordo y oír lo que sea, aunque se trate de ruido, le parece buena idea. Aspiro, limpio un poco bajo la anestesia y me encuentro toda una sorpresa: nada menos que un algodón incrustado contra el tímpano. Con una pinza lo retiro y en ese momento el paciente me mira con devoción: le he quitado el dolor y le he devuelto la audición.
Le reprendo por usar bastoncillos y el hombre se deshace en agradecimientos. En la consulta de al lado, otro paciente le comenta a mi jefe: "Cualquiera le dice que no a la doctora". A partir de ahí todo es fácil y eso que aún me queda una zona difícil por limpiar, profunda y muy inflamada, pero el paciente no sólo se deja hacer sino que colabora encantado, sin cesar de alabar mi trabajo.
Cuando termino me adora de tal manera que me pide incluso una foto (como autógrafo le basta el que irá en el informe). Solicita permiso para llamar a su mujer y me pasa el teléfono para que hable con ella y le cuente lo que tenía. Cuando le devuelvo el móvil, es su esposa la que le echa la bronca. El hombre está tan feliz que no le importa. Me esfuerzo por contener la risa. Eso sí, creo que a partir de ahora en ese matrimonio no discutirán nunca más sobre si es bueno o malo eso de hurgarse el oído.
Subir es ir hacia arriba, a más o a un nivel superior, está en la definición y no es necesario reiterarlo. Bajar también es siempre hacia abajo y tampoco precisa remarcarlo. Voy arriba, voy abajo, subo, bajo, pero no se recalca si se sube o si se baja hacia arriba o hacia abajo, ¿para qué? Cuando se oye por accidente es una frase que chirría y que te hace preguntarte si será que el que la ha emitido sabe hacerlo en sentido contrario y, en ese caso, ¿cómo?
Subir cansa, bajar suele costar menos aunque hay quien sube sin esfuerzo al cielo y nadie, salvo Orfeo, baja voluntariamente a los infiernos. Salvo en esa circunstancia, subir suele ser más lento. Claro que también queda la opción de subir un piso en ascensor y, para hacer ejercicio, o no tener que esperarlo, bajar luego por las escaleras. Se sube una inmensa montaña en una mañana, o en varias, y tras llegar a la cumbre se baja una cuestecilla empinada en poco menos de una hora. Subirse sobre un caballo puede requerir cierta habilidad, sin embargo bajarse es tanto más rápido cuanto menos diestro, o más novato, sea el jinete. Si se fracasa no hay que avergonzarse y bajar la cabeza, sino subirla de nuevo para erguir el honor.
Si se pretende construir algo, se hará bien si las paredes suben, lo contrario sería no ya que bajen, sino que se derrumben. Algo similar le sucede a la economía (ejem), suben los precios y baja el poder adquisitivo (si bajan los sueldos, todo parece subir aunque en realidad no sea así). Se sube en el trabajo y con ese ascenso también lo hace la autoestima, pero si se sube el vino en un mal momento se puede volver a bajar de puesto y acabar con la moral por los suelos.
¿Es mejor subir o bajar? La respuesta obvia depende de dónde se desee estar.
Me he escapado a la montaña. El ruido estridente de la vida en la ciudad me saturaba. Necesitaba respirar, recordar los sonidos que componen el silencio.
Esta cabaña de piedra es, desde hace algún tiempo, mi refugio secreto. Acudo a ella cuando ya no puedo más. Me gusta llegar y sentir la soledad acumulada durante semanas en sus estancias vacías. Noto su bienvenida, la tranquilidad que me invade al traspasar el umbral. Me quedo inmóvil un rato, no sé cuánto. Cierro los ojos. Me transformo en roca. Cuando me muevo de nuevo, lo hago de manera lenta. No deseo alterar el ritmo de la montaña. Incluso mi corazón late con las ráfagas de aire.
En el interior de la cabaña reinan las sombras. Son formas acogedoras: una estantería con mis libros favoritos, el sillón al lado del hogar que me invita a acurrucarme en su asiento cuando regreso de mis paseos, un par de lámparas con pantallas, una mesa de madera pegada a la pared y unas sillas a su lado. Al fondo se abren un par de puertas estrechas.
Allí me olvido de la rutina. Al mirar por la ventana veo las montañas recortadas contra el nítido cielo del mediodía y sus cumbres me llaman. Debo alcanzarlas. Escalo las laderas agarrándome a las grietas. Desde la cima contemplo un paisaje infinito. Soy un águila que no sabe volar. Extiendo los brazos para sentir el golpe del viento. Descanso sentada en una cornisa y espero que el sol se ponga. Al volver, la nieve se enciende y arde con el fuego frío del hielo.
Por la noche me desvelan los recuerdos. La nieve refleja la claridad de la luna y me muestra un mundo diferente. Sombras largas entre la oscuridad que sólo dejan imaginar lo que hay detrás. Salgo a él y lo recorro hasta el amanecer. Sobre la piel siento el roce de algo invisible, más ligero que el viento y también más denso. En ese momento la luz rasga el horizonte por el este, la luna se vuelve transparente y las estrellas se recogen. Bajo los rayos del sol se ocultan las figuras de la noche. Emprendo el regreso con los ojos llenos de sueños. Entonces me acuesto y duermo.
La competitividad es inherente a la naturaleza animal. Es instintiva y necesaria para la supervivencia tanto dentro como fuera de la manada. Sólo los más fuertes sobreviven. El vencedor domina al vencido que debe someterse a su decisión. Los juegos de los cachorros los entrenan para la verdadera lucha posterior contra sus inclementes enemigos, sin jueces ni árbitros que detengan la contienda, en la que suele ser la vida lo que está en juego.
En los humanos los primeros rivales son los hermanos, que se enfrentan entre ellos para afianzar su posición de honor en la familia. Según se adquieren nuevas capacidades, se abandona la violencia y se busca la forma de resaltar los logros para destacar sobre el resto. Los juegos pasan a poseer una parte de competición y otra de estrategia. No sirven tan sólo para saborear las mieles del triunfo sino que constituyen un entrenamiento para la convivencia en sociedad. La derrota no tiene el mismo significado dentro de la civilización. Se aplica la razón de una manera lúdica que enseña a reconocer y a asumir las limitaciones, no sólo para superarlas y superar así a los demás, sino también para aceptarlas de manera que, en el futuro, pueda evitarse la frustración por "culpa" de uno mismo. Nadie es a la vez el más guapo, el más listo, el más simpático y el más popular. Todas ellas son cualidades deseables en diferentes etapas de la vida y se podrá disfrutar de las que se detenten en su momento correspondiente, y envidiar al afortunado de turno cuando no le toque a uno el papel protagonista. Pretender serlo todo ya es un fallo que demuestra que no se es el más inteligente, y esforzarse demasiado por conseguirlo desemboca con frecuencia en situaciones incómodas, que pueden resultar incluso ridículas en ocasiones.
Ganar está bien pero es más importante aprender a perder. Nada mejor que adquirir esa enseñanza de forma lúdica durante la infancia, de esa manera resulta infinítamente menos traumático que caerse con todo el equipo de adulto. Son pequeñas curas de humildad que ayudan a asumir que no siempre se será el mejor en todo, y que tampoco logrará salirse siempre con la suya. De este modo uno se prepara para sobrellevar las negativas y las decepciones que, inevitablemente, se encontrará por el camino. No asimilar esta lección no sólo le convertirá en un pésimo compañero de juegos, en la que la rivalidad deja de ser algo divertido para convertirse en una competición de gladiadores en toda regla, con el honor en entredicho en caso de perder, sino que también le hará echarle íntegramente la culpa de sus fracasos al resto del mundo.
Disfrutar del éxito de los demás puede llegar a ser incluso más satisfactorio que aislarse en la burbuja del propio. Hay que saber compartir los triunfos tanto propios como ajenos. Si saber ganar es tan importante como saber perder, hacer bien ambas cosas no es fácil. Vencer no significa adquirir los derechos para burlarse del vencido: no es cortés, no es elegante, resulta zafio y le quita gloria al éxito. Por el contrario, un modesto triunfo en el que se alaban las virtudes del contrario, le convierte a uno en un buen oponente y le permite al resto congratularse sinceramente y celebrar la victoria, ganada a costa de su derrota.
Las imágenes se mueven dentro del espejo. Me acerco a mi reflejo hasta que mi rostro no es más que un borrón. Me apoyo en el cristal y mi piel se funde con el azogue. El metal late, se agita y se abre. Doy un paso hacia adelante y avanzo envuelta en la cortina plateada que repta sobre mi cuerpo al atravesarla.
Dejo la cortina atrás, sin darme la vuelta la siento caer a mis espaldas como una cascada. No hay ciudad detrás del espejo sino una senda de niebla y de piedra blanca. Camino entre sus muros, me hago pequeña a cada paso o si quizás es el propio espacio el que se dilata. La piedra desaparece y la niebla se abre en el interior de una perla iluminada por el oriente de su nácar. Soy una bruja que ha ido más allá y que, por culpa de su curiosidad, ha terminado encerrada en su bola de cristal. Toco la pared de niebla, tan densa y ligera como un velo de tul. Se deshace por el roce para dejar pasar mi mano y se cierra de nuevo alrededor de mi brazo. No puedo atisbar el futuro, a través de sus jirones sólo percibo la negra oscuridad que la rodea.
Recorro su contorno, paseo por el centro de la luna de cristal con la pretensión de alcanzar su misteriosa otra mitad. Antes de descubrir lo que se esconde en su cara oculta, la luz cambia. Desde el exterior penetran rayos de bronce y la esfera se tapiza de ámbar. El interior brilla transformado en un sol de oro que me deslumbra y no me deja ver nada. La niebla se enrosca en mi cuerpo, sube y me cubre hasta el cuello con hebras de caramelo. Una corteza rígida me inmoviliza. Trato de escapar, levanto el rostro y guiño los ojos. No logro nada más. Estoy petrificada en medio de un bosque. Entre las hojas el sol se cuela y me quema. Resignada, dejo que el calor me bañe. Me derrito, me transformo. Mi tronco se estira y, sin esforzarme en ello, mis brazos se alzan. Se elevan hacia el cielo hasta que lo arañan con la punta de mis ramas. La bóveda se rasga y me cuelo por la fisura para seguir hacia arriba. La cúpula de hojas es ahora una capa de estrellas y formo parte de ella. Extiendo mi copa para sellar la grieta de la esfera.
Una hoja se desliza por encima del cristal. Mi reflejo sale del espejo y la habitación se inunda de estrellas.
Vi Hart es una "matemúsica" con un canal de vídeos en YouTube, muy interesantes y amenos, sobre las curiosidades de las Matemáticas. Habla desde la geometría de los garabatos, a como doblar y cortar el espacio-tiempo y crear una caja de música. Canta el número Pi según una escala de notas numéricas, defiende a Tau contra Pi y explica la serie de Fibonacci con la disposición de los pétalos de las flores.
El siguiente vídeo es una explicación metafísica, y muy poética, de la existencia en relación con las Matemáticas. Vi explica que se le ocurrió una noche de insomnio después de leer a Borges.
(He transcrito sus palabras y es posible que haya metido la pata en alguna).
I used to exist in a simple world of right and wrong, positive and negative
I grew up in an ordered world, everything had its place before I came along and belonged nowhere
I cannot be compared, neither greater nor less nor equal to nothing
Now you see explained I made the world complex, I changed the rules. People said it couldn´t be done but I said why not?
So many of you don´t bother to understand. You are dismissive, judging based on a name or first impression that I must be fake, useless or false. As if I were less real than anything else. Or worse, you mechanically embraced that what you don´t understand, but you don't care whether you understand as long as you can use, use, use.
The eye that you imagine isn`t real, isn't truth. Oh! the pain when you finally come to the existencial horrific epifany that nothing you understand as real actually exists, that your whole world of truth is some megastructure resting on top the shoulders of tenuous assumptions.
How it hurts when you realize that what you thought you knew and loved was simple blind dependence.
How it hurts when you realize that the safety and surety of knowing everything is right is something you will never feel again.
How it hurts when you realize I can never be truly known.
(Aquí van la traducción y, al final, el vídeo en reverso)
Solía existir en un mundo sencillo de correcto y erróneo, positivo y negativo.
Crecí en un mundo ordenado, todo tenía su lugar antes de que yo llegara y no perteneciera a ningún lado.
No soy comparable, ni más, ni menos, ni igual a nada.
Ahora veis explicado que compliqué el mundo, cambié las reglas. Me dijeron que no podía hacerse y yo respondí ¿por qué?
Muchos no os preocupáis por comprender. Sois desdeñosos, juzgáis, basándoos en un nombre o una primera impresión, que debo de ser una copia, inútil o falsa. Como si fuese menos real que el resto. O peor, aceptáis mecánicamente lo que no entendéis, pero no os preocupa no comprenderlo mientras podáis usarlo, usarlo y usarlo.
El ojo que imagináis no es real, no es verdad. ¡Oh! ¡El dolor cuando finalmente se llega a la horrible epifanía existencial de que nada de lo que se entiende como real existe como tal, que el mundo entero de verdad es una megaestructura que descansa sobre los hombros de débiles conjeturas!
¡Cómo duele cuando descubres que lo que pensabas que sabías y amabas era tan sólo una dependencia ciega!
¡Cómo duele cuando descubres que la certeza y la seguridad de saberlo todo es algo que nunca sentirás de nuevo!
¡Cómo duele cuando descubres que jamás se me podrá conocer de verdad!
La cocina de Canena convierte en verdaderas exquisiteces los ingredientes más sencillos. El secreto del milagro está en el cariño con el que lo arreglan antes de cocinarlo y la paciencia con la que preparan todo muy despacio, sin prisa, y sin despistarse. En la cocina hay que estar atento a lo que se está o el desastre está asegurado. Si no que se lo digan al pobre House que se quedó sin sus pipas de calabaza, que le chiflan, la última vez que preparé cuarrécano. En vez de tostarlas al horno, las puse en la sartén. Al principio estaba muy pendiente, subía y bajaba el fuego continuamente para evitar que se arrebatasen (es vitrocerámica y se regula muy mal). En una de esas lo subí para darles un último tueste y me entretuve durante el proceso. Como consecuencia no lo bajé cuando debía y, en lugar de dorarse, se convirtieron enteritas en carbón. No se limitaron a ennegrecerse por la cáscara sino que toda la semilla se hizo picón. ¡Una pena!
El éxito de estas espinacas, según las hace la tita Carmen, en sus dos versiones (esparragadas y en salsa), estriba en que consigue dejarlas increíblemente suaves. Son tan cremosas que se derriten literalmente en la boca. Se funden poco a poco en el aceite hasta que no les queda ni media hebra. El único inconveniente es que al cocinarlas reducen. Por eso, cuando nos juntamos en casa de la tita unos pocos adeptos a sus guisos, de esos que, arrastrados a distancia por el olor de la comida nos presentamos allí sin previo aviso, no nos queda más remedio que conformarnos simplemente con catarlas (y eso con mucha suerte, porque como nos retrasemos un día no quedan ahí ni los restos). El pertenecer al grupo de médicos de la familia me ha colocado en una posición privilegiada a la hora del reparto de delicias culinarias. No sólo eso sino que como el otro miembro del grupo de galenos es House, en el caso de que el "pobrecillo" no haya podido acudir a la comida por algún motivo, sea el que sea, le guardan un tupper, más que generoso, para que lo comparta conmigo en casa y ambos nos repongamos bien del duro trabajo hospitalario. En mi opinión profesional no creo que haya ningún tratamiento mejor que lo que con tanto esmero sale de la cocina de las titas.
ESPINACAS ESPARRAGADAS
Según la tita este plato sirve simplemente de aperitivo.
En un poco de aceite templado tostar unos ajos.
En la misma sartén dar una vuelta a las espinacas, previamente cocidas y escurridas. Sólo hay que marearlas.
Añadir una pizca de pimentón molido dulce, un poco de agua, sal y vinagre.
Retirar los ajos y cocer unos minutos más.
Hay quien prefiere agregarles más agua y tomárselas con cuchara.
ESPINACAS EN SALSA
Escurrir bien las espinacas después de cocerlas para quitarles el líquido.
Rehogar un tomate triturado en la turmix con 1 hoja de laurel y una chispa de pimienta en un poco de aceite, simplemente que cubra el fondo de la sartén.
Cuando el tomate esté frito, poner las espinacas y darles unas cuantas vueltas a fuego medio.
Añadir un poco de pan rallado y un toque de pimentón (personalmente prefiero sustituirlo por azafrán) y darle una vuelta más (con cuidado para que no se queme y amargue).
En el mortero majar un ajo con unas hojas de perejil y rellenarlo de agua. Echar el majado en la sartén y cocer, durante unos 10 minutos, hasta que trabe la salsa.
Dejar reposar. Este paso es importante para que cojan bien todos los sabores.
Las medias naranjas tienen un ecuador en común y dos polos opuestos. En nuestra gran naranja el sol incide inclinado y en los polos rige distinto horario: House es un búho y yo una alondra. Su trópico es de café y el mío de té, y en el ecuador nos une una capa negra de chocolate.
Me gusta el té y toda la parafernalia que lo rodea. Disfruto desde la tienda, al escoger por el aroma el té a granel. Me relaja el tiempo de prepararlo, de calentar el agua hasta hierva para verterla en la tetera y dejarlo infusionar. El encanto no reside en el té sino en el momento de un té en silencio, para despertarme, sin sacarme por completo de mi sueño. Es todo un ritual. Espero que repose durante unos minutos y esa espera también me tranquiliza. Suelo tener un libro a mano por lo que necesito un reloj para que no se me vaya el santo al cielo. Lo cuelo y lo bebo sentada, muy despacio porque está ardiendo. Si sigo con la historia lo que suele suceder es que la mitad de la taza se me olvida y se queda fría.
Después de probar todos los tés del mercado no he conseguido aficionarme al verde. Lo he intentado. Sigo las recomendaciones, cuido la temperatura del agua, a veces incluso le hago un primer lavado, lo dejo un minuto o menos y aún así no me sabe a té sino a hierba amarga. No es mi ritual habitual, precisa tanta atención que no me permite distraerme y no me da la misma calma. El oolong ni fu ni fa y el blanco me resulta casi tan insípido como beber agua caliente (que prefiero a la fría, y no soy la única con esa peculiaridad de la familia, pero si ya en los restaurante me miran con cara rara cuando pido agua del tiempo, no me quiero imaginar el gesto que pondrían si les dijese que en realidad la quiero caliente). Se supone que es un té delicado, para paladares exquisitos, pero tengo claro que aunque sea una gourmet, es demasiado sutil para mis papilas gustativas.
Me gusta el té con sabor. Por las mañanas tomo una mezcla de Assam. Mi favorito a esa hora es el Irish breakfast, un té fuerte, sin azúcar y con una nube de leche. Suelo hacerme uno al levantarme y una taza extra antes de arreglarme. Mi otro té es el Pu erh, aunque su sabor húmedo es tan singular que no existen términos medios, está el grupo que lo adora y el que lo detesta. Para después de comer me inclino por el Earl Grey con su delicioso olor a bergamota.
El té me sabe a tiempo y a silencio: denso, suave y con cuerpo. Su calor me reconforta, me hace cerrar los ojos para intentar recordar los sueños de la noche y también para olvidar los malos momentos del día o deshacer los ratos de tensión. Disfruto con la espera y su preparación me da calma. ¿No es esa una buena manera de tomarse las cosas?
Hay amaneceres lavados con acuarelas. El fondo es un cielo de un azul tan pálido que posee una extraña transparencia y deja ver al trasluz el último rosa de la aurora. Sobre el cielo unas líneas cruzadas insinúan jirones de nubes blancas y en el horizonte se apoyan otras nubes más pesadas, trazadas con un pincel mojado en un gris denso con matices violáceos.
Hay amaneceres opacos, pintados con témperas. La oscuridad no tiene estrellas, ni fondo, y se torna lentamente en un añil profundo. El cielo del día que empieza recuerda al mar, azul y mate, del final del ocaso. La luz despunta con timidez, los contraluces recortan el perfil de la ciudad en una sombra negra bajo el cielo marino. Con la claridad los edificios ganan volumen y forma, y el azur se desvanece hasta perderse en un gris de lluvia.
El amanecer puede ser tan ligero que se diluya en acuarelas o limitarse a mutar al azul desde la oscuridad, pero siempre, según surge, se dispersa y te rodea sin que te des cuenta. El atardecer es diferente. Son colores al óleo: calientes, brillantes, llenos de cuerpo y de contrastes. El atardecer se concentra en un punto hasta el que se traza una línea y se revela un camino. ¿Quién no ha deseado nunca encontrar el lugar en el que el Sol besa a la Tierra para despedirse de ella antes de ocultarse? Es un pico de una sierra, o la hondonada de un valle, que parece estar cerca, se diría que casi al alcance de la mano. Sólo es necesario dar unos pasos tan rápidos que puedan adelantarse al descenso del astro y una vez allí, esperarle, seguirle y descubrir su escondite. Sin embargo, al caminar no se avanza. El horizonte se aleja y bajo la luz de la luna todo cambia. ¿Qué secreto se guarda tras el ocaso?
Uno de los grandes momentos de Ben-Hur es la carrera de cuádrigas. En ella compiten, a la máxima velocidad posible, vehículos monoplaza arrastrados por varios caballos. Entre los gritos enfervorizados del público, se suceden peligrosos adelantamientos, salidas de pista, accidentes y riesgo. Desde los romanos algo ha evolucionado el espectáculo: ha aumentado el número de caballos que se pueden comprimir en el motor de uno de esos bichos y también lo ha hecho la cantidad de espectadores, sin nada que envidiar en entusiasmo a los romanos, que asisten al evento aunque sea en su retransmisión televisada.
La competición no se limita al momento de la carrera sino que el entretenimiento abarca todo el fin de semana. Los planes deben ajustarse al horario, sin compromisos en el ínterin y si pilla la hora de la comida hay que preparar viandas que se puedan tomar delante del televisor. La fase de entrenamientos es crucial para hacerse una idea del rendimiento del coche y las posibilidades de cada piloto. Luego llegan las clasificaciones: hacerse con la pole position es clave y casi tan emocionante como ganar. Para darle mayor intriga la dividen en tres etapas, se asciende en la lista según los tiempos y se sale de nuevo para superar a los contrarios. El caso es llegar como sea a participar en la Q3. Uno hace la pole y otro se la arrebata casi en el último instante, pero el primero aún dispone de margen para correr y se lanza a por ella. Si no se consigue, conviene salir por delante, lógicamente, pero por la zona limpia. Hay que contar también con la habilidad de los de alrededor, algún torpe puede salirse o machacar a otro al pretender conservar o adelantar de posición durante la salida. Los hay que tienen más peligro que Messala.
En casa no es difícil hacerse idea de cuál es la situación en cada momento. Si House se pone el despertador para levantarse antes del amanecer es que el circuito está en las antípodas (no es lo mismo presenciarlo por diferido). No sólo se entera una de todos los detalles de motores, pilotos, ingenieros, estrategias y ventajas aerodinámicas, sino que se aprende a prever la meteorología de cada rincón del planeta en esas fechas (quién sabe cuándo surgirá el momento de aprovechar ese conocimiento) para así juzgar si la elección de neumáticos ha sido la correcta. La lluvia le da emoción y el dichoso safety car se la quita, pero ambas cosas suelen asociarse, así que todo se reduce a un ten con ten. Los comentaristas de la Sexta son deplorables pero, como no estoy en el salón, no me entero de sus opiniones y sí de las de House, mucho más variopintas, que llegan sin problemas a cualquier rincón de la casa. Si se oye "¡Sí! ¡Muy bien! ¡Vamos, vamos, vamos!" es que la cosa promete, si por el contrario es un "¡No, eso no!" es que no pinta bien. Los calificativos sonoros significan que alguien está estorbando a Alonso. El inútil de Masa (creo que el nombre completo es así) recibe cualquier epíteto menos el de bonito (cierto que el pobre es bastante feo) y Hamilton tiene un apodo políticamente incorrecto, y de uso tan habitual que he tenido que pensarme su apellido. Los incidentes son susceptibles de reseñas algo más que pintorescas y no aptas para todos los oídos. La verdad es que House sufre y disfruta casi a partes iguales, y yo me lo paso como los indios, sin necesidad de estar pendiente de la carrera, con sólo escucharle.
Una de las diferencias más llamativas entre ambos sexos reside en el tipo de deportes que a cada uno ellos le gusta ver por televisión. En general, ante cualquier competición, el número de seguidores varones suele superar con creces al de las féminas, pero hay situaciones excepcionales. En ese sentido me confieso puramente femenina. Mi selección deportiva es muy limitada: me gusta la gimnasia, tanto rítmica como deportiva, el patinaje artístico, la natación, tanto de estilos como sincronizada, y los saltos de trampolín. Con esto no pretendo decir que sean deportes exclusivos para mujeres sino que, salvo la natación convencional, gozan de menos éxito entre los varones que el resto. Mis preferencias no se limitan a los espectáculos coreografiados sino que también disfruto con algunas pruebas de atletismo, aunque no las busco entre los canales para ver si las ofrecen, aunque no van más allá de las intervenciones breves e intercaladas de salto y de las carreras de distancias cortas. Soy incapaz de resistir las carreras más largas, esas en las que todos los corredores se agrupan durante un número interminable de vueltas hasta separarse en los metros finales. Reconozco su mérito pero mi interés por ellas no va más allá.
Paso olímpicamente de los deportes más populares: fútbol, baloncesto, voleibol, balonmano, hockey y demás encuentros que se juegan entre equipos con la ayuda de una pelota y que consisten en marcarle puntos al equipo contrario mientras un cronómetro-cuentagotas marca el tiempo segundo a segundo. Cuentan con una abrumadora mayoría de seguidores varones y las distintas cadenas luchan por hacerse con el derecho a sus retransmisiones, que suponen récords de audiencia. Por supuesto sé que entre sus filas también hay muchas, muchísimas mujeres. Entre éstas se cuentan la Señora y hermanita, que son verdaderas hinchas del Real Madrid, al que van a animar al Bernabeu. Si por algún motivo faltan a su cita en el campo, se las ingenian para no perdérselo igualmente.
Aunque no se sea forofa cuando se vive rodeada de ellos conviene conocer bien el calendario deportivo y tenerlo presente para no molestar durante ese rato. Si el evento coincide con alguna de las estancias del catedrático, cualquier interrupción, incluso telefónica, es contraproducente. Un berrido es a lo mejor a lo que se puede aspirar de cometer semejante error, y una bronca en el peor. Eso sí, en ningún caso le prestarán atención a la conversación. Estoy tan habituada desde mi infancia a tener de fondo el sonido del fútbol que me quedo dormida con los comentarios de los partidos, a pesar de que House se altere ligeramente en algún momento puntual, nada comparable a lo de mis padres, y despotrique contra el árbitro o por las jugadas mal llevadas. Por supuesto mi familia no es el único ejemplo de aficionados que organizan su actividad en función de la Liga, la Copa, la Champions o el Mundial. Son muchos los que dan prioridad al fútbol, por encima de cualquier cosa, incluida la salud. Esto hace que durante los partidos, la afluencia de pacientes a la urgencia se reduzca considerablemente y que en los encuentros decisivos, las salas de espera, al no estar provistas de televisor, incluso se vacíen. Para el médico de guardia son un par de más que bienvenidas horas de respiro, aunque son muchos las que las aprovechan para ver el encuentro.
¿Dónde se escriben los sueños? En los pliegues de las sabanas. Al despertar se queda grabada en ellas una parte de la historia. En esa fase de duermevela, al acariciar el relieve de la tela y detener sobre él los dedos, se puede leer de nuevo. Luego se estiran y se olvidan, aunque a veces queda una arruga marcada en la cara, una huella rebelde que los delata.
Mi abuela paterna lo llamaba el cine de las sábanas blancas (aunque fuesen estampadas). No siempre nos convencía con aquel argumento. Si nos hubiese leído el libro de Sylvia Plath no habríamos tenido problemas para irnos a la cama, impacientes por descubrir las aventuras a las que nos conduciría cada noche. Está extraído de la página de Brainpickings (tal y como lo publican en el enlace que os dejo). No sé si el que ya lo hayan publicado en una página abierta de Internet me permite hacerlo a mí también, en caso de que no sea así tendría que quitarlo, pero supongo que sí que podría dejar el texto de la traducción. Las imágenes corresponden a la edición de Faber&Faber de Londres de 1976 (descatalogada) y el que lo desee la puede encontrar de segunda mano por Iberlibro (a mejor precio que en Amazon). La reedición más moderna del libro no contiene las ilustraciones de Quentin Blake sino otras distintas (y también muy bonitas).
Aquí dejo la versión traducida (con alguna licencia) para el que le quiera contar un cuento de buenas noches a los niños.
Hay camas de cualquier tamaño
sencillas o dobles
cuna o moisés
de matrimonio o nido.
La mayoría son camas para dormir y descansar
pero las mejores camas
interesan mucho más.
No es sólo una blanca cunita
con sábanas remetidas
de ¡buenas noches chiquita!
apaga la luz de tu camita.
En su lugar,
es una cama para pescar
una cama para gatos
una cama para acróbatas.
La cama adecuada,
si entendéis lo que digo,
es una cama que puede
convertirse en submarino. Pica el agua
verde y clara,
brillante y de plata
como una caballa.
O es una cama cohete
con la que visitar Marte
con alas de redes
para capturar estrellas.
Si te entra el hambre
en medio de la noche
una cama bar
es buena para saciarte. Con una almohada de pan
que mordisquear,
y en lugar del cabecero
una expendedora
que no precise monedas.
Con meter el dedo
en la ranura
salen pasteles y pollo frío.
Otra cama ideal
es el tipo de cama
que se puede manchar.
Con mantas embadurnadas
de negro, de azul y de rosa
nadie notará
si se ha volcado la tinta
o si los perros y el gato
y también el periquito
han bailado por la colcha
con sus patitas de barro. En una cama para manchar
nunca importa
dónde cae la mermelada
o si salpica pintura.
Por otro lado
si uno desea es moverse,
un tanque de litera es lo que se recomienda.
Una litera tiene manivelas,
ruedas, engranajes
y palancas de las que tirar
si se atasca en una ciénaga.
Un tanque litera
pisotea,
atraviesa estanques de patos
o adoquines de aceras.
Se está cómodo en su interior
incluso con nieve o granizo.
Hay de todo en la litera
excepto velas para navegar.
Una cama más tranquila es más el tipo de cama
que adoran los naturalistas.
Es un tipo de hamaca
que cuelga entre dos troncos
y en la que columpiarse a gusto
en medio de las ramas,
y contar cada pájaro
gorrión, petirrojo o grajo,
para registrar su nombre
en el libro de los nombres.
Alrededor de la hamaca
cuelgan falsos nidos de paja
hechos para ruiseñores, saltadores
y gigantes guacamayas. Los pájaros en bandada
(si no me equivoco)
te robarán cerezas y bayas
y hasta tu bacon en trozos.
Por descontado,
ninguna de estas camas
es fácil de doblar,
agarrar y transportar.
Una cama de bolsillo
siempre resulta práctica.
Si estás de visita
en casa de tu tita
y afirma que es una pena que no te puedas quedar
porque no tiene una cama extra,
puedes sacar tu camita
del tamaño de un guisante
y regarla con agua
hasta un tamaño aceptable.
Sí, una cama de bolsillo
funciona muy bien
pero ¿cómo saber?
¡oh! ¿cómo saber?
que no encogerá de nuevo,
en pleno sueño,
al tamaño de un guisante Entonces ¿dónde acabarás?
Aquí hay una cama
que jamás encoge.
Es una cama bote
una cama que flota.
Con una cama elefante
vas donde te apetece
y puedes coger los plátanos
directamente del árbol.
Si los tigres saltan
al oírte estornudar
no podrán elevarse
sobre las rodillas del animal.
En una cama elefante es donde viajan los reyes
y bajo su entoldado
es tan fresco como un lago.
Puedes subir por la trompa
y deslizarte en su cola.
Como todos saben
a los elefantes no les importa.
Si hace demasiado calor
hasta para los indígenas,
nada como una ducha
bajo la misma trompa.
Pero si el termómetro
marca grados bajo cero un lecho en el Polo
es, sin duda, lo mejor.
Cálido como una tostada
bajo tres metros de nieve
cálido como la cama
de un esquimal.
Una cama en el Polo
está hecha de piel,
y está bien si eres
un explorador.
Y si sientes
la nariz congelada
dispone de una estufa
para calentarla. ¡Oh! ¿A quién le preocupa
el tamaño de la cama,
o si tiene bultos
o si es desigual?
Mientras sus muelles
sean flexibles y nuevos
desde una cama elástica
se salta al cielo.
Sobre las malvarrosas
¡hasta luego!
y sobre los buhos
al ulular.
Sobre la luna
a Timbuctú con un impulso más fuerte
que el de los mismos canguros.
Para ver la cena de la Osa Mayor
e incluso quedarse
un par de semanas
entre sus estrellas.
Estas son las camas
para ti y para mí
estas son las camas
para irnos dormir.
Camas de bolsillo
y de aperitivos
tanques literas y sobre lomos de elefantes.
Camas que vuelan
o que bucean,
camas elásticas
y camas para pintar.
Hamacas entre ramas
y refugios en el Polo,
cualquier tipo de cama
mientras sea
especial y extraña
y contenga sorpresas,
camas de diversas
medidas y formas
No sólo una blanca cunita
de sábanas remetidas.
Buenas noches chiquita.
Apaga la luz de tu camita.