martes, 9 de abril de 2013

Las carreras del circo romano

Uno de los grandes momentos de Ben-Hur es la carrera de cuádrigas. En ella compiten, a la máxima velocidad posible,  vehículos monoplaza arrastrados por varios caballos. Entre los gritos enfervorizados del público, se suceden peligrosos adelantamientos, salidas de pista, accidentes y riesgo. Desde los romanos algo ha evolucionado el espectáculo: ha aumentado el número de caballos que se pueden comprimir en el motor de uno de esos bichos y también lo ha hecho la cantidad de espectadores, sin nada que envidiar en entusiasmo a los romanos, que asisten al evento aunque sea en su retransmisión televisada.

La competición no se limita al momento de la carrera sino que el entretenimiento abarca todo el fin de semana. Los planes deben ajustarse al horario, sin compromisos en el ínterin y si pilla la hora de la comida hay que preparar viandas que se puedan tomar delante del televisor. La fase de entrenamientos es crucial para hacerse una idea del rendimiento del coche y las posibilidades de cada piloto. Luego llegan las clasificaciones: hacerse con la pole position es clave y casi tan emocionante como ganar. Para darle mayor intriga la dividen en tres etapas, se asciende en la lista según los tiempos y se sale de nuevo para superar a los contrarios. El caso es llegar como sea a participar en la Q3. Uno hace la pole y otro se la arrebata casi en el último instante, pero el primero aún dispone de margen para correr y se lanza a por ella. Si no se consigue, conviene salir por delante, lógicamente, pero por la zona limpia. Hay que contar también con la habilidad de los de alrededor, algún torpe puede salirse o machacar a otro al pretender conservar o adelantar de posición durante la salida. Los hay que tienen más peligro que Messala. 

En casa no es difícil hacerse idea de cuál es la situación en cada momento. Si House se pone el despertador para levantarse antes del amanecer es que el circuito está en las antípodas (no es lo mismo presenciarlo por diferido). No sólo se entera una de todos los detalles de motores, pilotos, ingenieros, estrategias y ventajas aerodinámicas, sino que se aprende a prever la meteorología de cada rincón del planeta en esas fechas (quién sabe cuándo surgirá el momento de aprovechar ese conocimiento) para así juzgar si la elección de neumáticos ha sido la correcta. La lluvia le da emoción y el dichoso safety car se la quita, pero ambas cosas suelen asociarse, así que todo se reduce a un ten con ten. Los comentaristas de la Sexta son deplorables pero, como no estoy en el salón, no me entero de sus opiniones y sí de las de House, mucho más variopintas, que llegan sin problemas a cualquier rincón de la casa. Si se oye "¡Sí! ¡Muy bien! ¡Vamos, vamos, vamos!" es que la cosa promete, si por el contrario es un "¡No, eso no!" es que no pinta bien. Los calificativos sonoros significan que alguien está estorbando a Alonso. El inútil de Masa (creo que el nombre completo es así) recibe cualquier epíteto menos el de bonito (cierto que el pobre es bastante feo) y Hamilton tiene un apodo políticamente incorrecto, y de uso tan habitual que he tenido que pensarme su apellido. Los incidentes son susceptibles de reseñas algo más que pintorescas y no aptas para todos los oídos. La verdad es que House sufre y disfruta casi a partes iguales, y yo me lo paso como los indios, sin necesidad de estar pendiente de la carrera, con sólo escucharle. 

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