lunes, 1 de abril de 2013

El cuarto mandamiento: honrarás...

El cuarto mandamiento es, sin discusión, el favorito de mi señor padre. Cuando eramos pequeños (y también cuando dejamos de serlo) nos repetía hasta la saciedad que debíamos hacer honor a él. Como en nuestro caso debíamos aplicarlo en lo referente al trato hacia su persona, el dictamen le resultaba muy cómodo.

Llega un momento en la vida en el que la obediencia filial deja de ser una obligación, queda relegada a un segundo plano por detrás de la obediencia a la pareja (uno de los votos del matrimonio es ese y una pareja razonable es un plus) y si no se da prioridad a una sobre la otra, se puede generar un conflicto interno.

Afortunadamente, la independencia proporciona la libertad necesaria para hacer caso omiso a los mandatos parentales. En ocasiones la mayor capacidad de desarrollar tareas por uno mismo puede causar la impresión errónea en los progenitores de que las tareas a encargar a su prole abarcan un espectro más amplio. No es así, sino que en realidad sucede todo lo contrario. Las actividades se las impone uno mismo al tiempo que procura esquivar aquellas que los demás pretenden que realice en su lugar. Las preocupaciones paternas no siempre son compartidas por los hijos, ni con los mismos tintes dramáticos. Tratar llevar las cosas de uno al terreno del otro lo único que genera son barreras para evitar la invasión.

Es indiscutible la influencia que los padres tienen sobre los hijos, pero éste es un proceso recíproco que sigue una evolución. Se comienza por aportar la opinión. No es algo fácil porque no se está habituado a discrepar con los padres, al menos no abiertamente. Una vez se vencen las primeras reticencias se avanza un paso más y se corre el riesgo de ofrecer algún consejo. Poco a poco los consejos se transforman en recomendaciones y pautas hasta que, finalmente, con el transcurso de la vida, llega un punto en el que los papeles se invierten y son los padres los que acaban por obedecer a los hijos aunque, francamente, en mi caso mi imaginación no da para tanto. Dicho momento se me plantea como una horrible tesitura sobre la que mejor dejar caer un negro y tupido velo.

1 comentario:

Carmen dijo...

Jejeje ¡Qué ilusa! Yo tampoco veo el momento en que Señora se doblegará ante nuestras órdenes y mucho menos El Padre Prior. Me parece que lo vamos a tener bien crudo porque mientras les quede una pizca de raciocinio, no se van a dejar mandar ni una "mijica".
Creo que es algo que les sucederá también a nuestros hijos (en tu caso sobrinos)con nosotros. Somos generaciones muy activas que hemos tenido que tomar numerosas decisiones en nuestra vida y a las que nos cuesta reconocer que envejecer es un proceso natural. Un buen consejo me lo dio hermanita hace algún tiempo: "Si mamá dice una cosa ¿para qué vas a discutir? haz lo que ella diga y punto. De todas formas vas a tener que hacerlo igual". Sabio consejo aplicable a la mayoría de progenitores, espero que mis hijas empiecen a asimilarlo pronto jejeje.