Las medias naranjas tienen un ecuador en común y dos polos opuestos. En nuestra gran naranja el sol incide inclinado y en los polos rige distinto horario: House es un búho y yo una alondra. Su trópico es de café y el mío de té, y en el ecuador nos une una capa negra de chocolate.
Me gusta el té y toda la parafernalia que lo rodea. Disfruto desde la tienda, al escoger por el aroma el té a granel. Me relaja el tiempo de prepararlo, de calentar el agua hasta hierva para verterla en la tetera y dejarlo infusionar. El encanto no reside en el té sino en el momento de un té en silencio, para despertarme, sin sacarme por completo de mi sueño. Es todo un ritual. Espero que repose durante unos minutos y esa espera también me tranquiliza. Suelo tener un libro a mano por lo que necesito un reloj para que no se me vaya el santo al cielo. Lo cuelo y lo bebo sentada, muy despacio porque está ardiendo. Si sigo con la historia lo que suele suceder es que la mitad de la taza se me olvida y se queda fría.
Después de probar todos los tés del mercado no he conseguido aficionarme al verde. Lo he intentado. Sigo las recomendaciones, cuido la temperatura del agua, a veces incluso le hago un primer lavado, lo dejo un minuto o menos y aún así no me sabe a té sino a hierba amarga. No es mi ritual habitual, precisa tanta atención que no me permite distraerme y no me da la misma calma. El oolong ni fu ni fa y el blanco me resulta casi tan insípido como beber agua caliente (que prefiero a la fría, y no soy la única con esa peculiaridad de la familia, pero si ya en los restaurante me miran con cara rara cuando pido agua del tiempo, no me quiero imaginar el gesto que pondrían si les dijese que en realidad la quiero caliente). Se supone que es un té delicado, para paladares exquisitos, pero tengo claro que aunque sea una gourmet, es demasiado sutil para mis papilas gustativas.
Me gusta el té con sabor. Por las mañanas tomo una mezcla de Assam. Mi favorito a esa hora es el Irish breakfast, un té fuerte, sin azúcar y con una nube de leche. Suelo hacerme uno al levantarme y una taza extra antes de arreglarme. Mi otro té es el Pu erh, aunque su sabor húmedo es tan singular que no existen términos medios, está el grupo que lo adora y el que lo detesta. Para después de comer me inclino por el Earl Grey con su delicioso olor a bergamota.
El té me sabe a tiempo y a silencio: denso, suave y con cuerpo. Su calor me reconforta, me hace cerrar los ojos para intentar recordar los sueños de la noche y también para olvidar los malos momentos del día o deshacer los ratos de tensión. Disfruto con la espera y su preparación me da calma. ¿No es esa una buena manera de tomarse las cosas?
1 comentario:
Opción dos: te levantas de mal humor porque, aunque mi hermana se levante contenta a las cinco yo odio el sonido del despertador a las siete y media. En vez del delicado sonido del silencio, oigo el gruñido de mi hija mayor (que es la que de verdad debería levantarse a esas horas). En lugar del suave olor a té, me viene el tufillo de la caca del gato mientras le limpio la caja. No hay silencio ni tranquilidad a ninguna hora de la mañana, hay desayunos rápidos, discusiones por el la ropa, las zapatillas de deporte, el pantalón negro que no se ha lavado y el desayuno de media mañana que està sin preparar ¡Menos mal que no me gusta el té!
Publicar un comentario